Querida Carmen...

Querida Carmen:
La primera palabra para iniciar mi carta se llama “belleza”. La primera palabra la pone tu nombre: Carmen, que significa “verso”, “belleza”… Por ello al felicitarte por tu fiesta, yo soy el primero en sentirme agradecido a ti, y lleno de gozo en mí, porque pronunciar o escribir tu nombre es para mí una invitación a buscar y vivir la Belleza.

Escribe un teólogo: la belleza es la última palabra que la inteligencia que piensa puede atreverse a pronunciar, porque no hace otra cosa que coronar como una aureola de esplendor inasible el doble astro de la verdad y del bien y su indisoluble relación…

La primera y la última palabra: belleza. Una palabra permanente en tu nombre. Yo te invitaría, a ti que llevas este bello nombre de Carmen, a ser un fuerte impulso de imaginación, de vida nueva… para esas palabras tan maltratadas hoy día en nuestra sociedad: la verdad y el bien. Necesitamos hoy el perfume de la belleza, respirar este aroma que neutralice la mentira y el mal. Y me viene a la mente este breve relato:

Dos monjes cultivaban rosas. El primero se perdía en la contemplación de la belleza y del perfume de sus rosas. El segundo cortaba las rosas más bellas y las ofrecía a quienes pasaban por el monasterio.
-Pero, ¿qué haces?, le reprochaba el primero. –¿cómo puedes privarte así de la alegría y del perfume de tus rosas?
-Las rosas dejan mucho perfume sobre las manos de quien las regala, respondió pacientemente el segundo.


Carmen, tienes el perfume en tu nombre. Hoy el mundo pide el perfume de tus rosas. No podemos dejar que las rosas queden ajadas en el rosal. Con cariño, con mucho amor, es necesario cortar rosas, para que se extienda su perfume en el ambiente. Y tus manos quedarán perfumadas. El salmista nos sugiere como hacerlo:

Amas la justicia y odias la maldad; por eso, entre todos tus compañeros, el Señor, tu Dios, te ha ungido con perfumes de fiesta… (Sal 44,8)

El mundo tiene necesidad de fiesta, de esta fiesta verdadera. Deja que el Señor entre en su huerto y te diga su Palabra:

¡Qué bella eres, amor mío,
qué bella eres…
Eres huerto cerrado
hermana y novia mía,
huerto cerrado,
fuente sellada…


(Ct 4,1.12)

La Palabra siempre hace lo que dice. Entonces sucederá en ti, como en aquella mujer, santa María, Virgen del Carmen, que envuelta en los aromas del monte Carmelo, ofreció los aromas de la vida nueva, de la Belleza que ya no pierde su aroma… Y podrás decir o cantar en verdad:

Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos a un Rey: mi lengua es ágil pluma de escribano. Eres el más bello de los hombres, de tus labios fluye la gracia (Sal 44,1)

Que santa María te bendiga, y no falte nunca en tus manos el perfume de las rosas. Con mi afecto

José Alegre

Abad
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