Restauración monástica, 75 años
En un sentido fue una excepción: pronto irían llegando postulantes que pedían el ingreso para la vida monástica. La comunidad creció con cierta rapidez. Simultáneamente se iban llevando a cabo restauraciones del edificio monástico. Una época dura, pero interesante de la reconstrucción material del monasterio y de la restauración de la vida comunitaria.
Con el cultivo de la tierra, la granja… se fue levantando la vida material del monasterio; por otro lado, no se descuido el estudio, la investigación, dando lugar a trabajos interesantes con aportaciones como la Historia de Poblet del P. Altisent, que acaba de ser reeditada; Historia del monaquismo, y otras publicaciones del P. Alejandro; y otros trabajos de monjes que sería prolijo enumerar. Fue importante también el trabajo de la Imprenta…
Por este camino llega la comunidad a los tiempos del Concilio Vaticano II, con el número de unos 50 monjes. En los años posteriores se irá reduciendo al número de 30, el cual se mantiene hasta el presente.
Últimamente, hay todo un programa medioambiental, mediante el cual se busca caminos nuevos en una línea más ecológica y de respeto al medioambiente, de acuerdo a unos intereses que son urgentes en la vida de la sociedad de hoy.
También nuevas instalaciones que ayuden a mejorar la calidad del servicio turístico por parte del monasterio, como un atractivo que ayude a incrementar asimismo la cantidad de visitantes.
No faltan otras actividades importantes: encuentro anual de intelectuales católicos, una escuela de reinserción de jóvenes inadaptados en la vida escolar.
Una asociación de Amigos del Monasterio: la Germandat de Poblet, con su revista “Poblet”, retiro de Adviento, asamblea anual… y alguna otra actividad puntual de colaboración con el monasterio.
Todo este abanico de actividades lo contemplamos como incentivo para una profundización en los valores monásticos, que consideramos son también importantes y necesarios para la sociedad moderna: valor comunitario, plegaria personal y comunitaria, trabajo, silencio, ritmo de vida… Son todos estos valores vividos por una comunidad lo que deben dar sentido y estímulo a todo lo demás, pues el alma de un edificio monástico está en el espíritu de la vida de la comunidad.
Y el sentido de la vida de la comunidad es hacer posible que cada uno de sus miembros busque a Dios, y llegue a tener una experiencia de este Dios, que es el Dios de la vida. Y simultáneamente hacer presente, como comunidad, en el mundo de hoy, el testimonio de dichos valores.
En este sentido escribe Tomás Merton: La ley más profunda del ser humano es su necesidad de Dios, de vida. Dios es Vida. “En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Y esta luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la han recibido” (Jn 1,5). La necesidad más profunda de nuestras tinieblas es recibir la luz que brilla en medio de ellas. Por lo tanto, Dios nos ha dado, como su primer mandamiento: “amar a Dios sobre todas las cosas”. La vida monástica no es más que la vida de los que han tomado con mayor fervor el primer mandamiento y, con las palabras de san Benito, “han preferido el amor de Cristo, por encima de todas las cosas” (La vida silenciosa, prólogo)