Salmo 83

Dime, loco, ¿qué es la soledad? - Y el Amigo respondió: es el dulce reposo y la dulce compañía del Amigo y del Amado. - ¿Y qué entiendes tú por reposo y por compañía? – Y le respondió: es darse por completo a los recuerdos de su amor, y guardar el alma en la soledad para no pensar más que en el Amado. (Ramon Llull, Libro del Amigo y del Amado, nº 239)

¡Recuerdos del amor del Amado! ¡Pensar sólo en el Amado! Dentro de mí, de ti… hay un espacio donde se vive por completo solo, pero es donde el Amado renueva el rumor de su manantial que nunca se seca. Necesitamos despertar cada día ese rumor, avivar el deseo con aquella vehemencia con que lo hacía santa Teresa:

Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que yo os tengo,
decidme: ¿en qué me detengo?
o Vos, ¿en qué os detenéis

(poesías, 4)

Pero debe ser el mismo Dios quien despierte el deseo: O Vos, Dios mío, ¿en qué os detenéis?
Este deseo de Dios es lo que puede llenar el corazón del hombre. El salmista nos ofrece palabras para despertar aquel rumor, para dar lugar a la iniciativa divina:

¡Qué deseables son tus moradas
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo…

¿Qué es lo que desata el entusiasmo y la dulzura del salmista? Es Aquel que va a encontrar en el templo, y con él encontrará el secreto de su vida y una fuerza interior que le permitirá hacer un camino recto de acuerdo a la ley del Señor. Es el deseo de Dios, que nunca permite que la rutina domine en nuestra vida. El deseo del que escribe san Agustín:

El deseo de la casa de Dios ya es un don de Dios. Dios dilata el deseo para que crezca, y crece para que alcance a Dios. Dios no da una cosa pequeña al que desea; Dios, que hizo todas las cosas, se da a sí mismo…

El salmista se siente invadido por una sed profunda, casi física, de Dios y de su vida, que es nuestro manantial de agua viva. (Jer 17,13) Y es hacia ese Dios viviente hacia donde tiende el hombre entero con su corazón y su alma, su respiración más profunda:

Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados…

La actitud del salmista es la de quien hace una opción radical por Dios, y rompe con los dioses falsos del mundo, con los ídolos; y toma la decisión de vivir según el espíritu de la ley del Señor, de vivir del deseo de Dios, de orientar sus pasos hacia él. El salmista, en su deseo de Dios juega con los números: un día y mil días. Los mil días son los nuestros, un día es el de Dios. Nuestros días sin Dios son vacíos se desvanecen sin sentido. La presencia de Dios es lo que da valor infinito a un solo día pasado con el Señor.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa,
y la golondrina un nido
donde colocar sus polluelos…
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación…

El salmista se fija en los nidos que las aves hacen en los aleros del templo, que vienen a ser un símbolo de protección y seguridad permanente que se disfruta en la cercanía de Dios. Estoy de acuerdo con esta hermosa comparación. Esto me recuerda como los dinteles del templo del monasterio de Poblet están llenos de nidos de golondrinas.

¿En qué me detengo?... Nuestro problema hoy es que “no nos detenemos”. Tenemos temor o miedo a una soledad dolorosa, una soledad que nos aísla, que hace daño. Tenemos necesidad de descubrir otra soledad: aquella que me descubra la gloria de estar solo. Aquella soledad que me descubre que nunca estoy menos solo que cuando estoy a solas con mi Amado. Es esta una soledad que se va configurando en el corazón, soledad de recuerdos, y de nuestros mejores pensamientos sobre el Amado.

Un camino y un trabajo apasionante: descubrir y vivir la experiencia de que nuestro corazón, el tuyo, el mío, el de toda persona está programado para amar, y descansar en el amor del Amado. Retozar por el Dios vivo…, que viene a ser un gozar en una relación viva con Dios. Disfrutar, vivir, cantar… con el Amado. ¿Acaso tienes esta imagen de Dios? Lleva siempre contigo el salmo 83.
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