Sentirse un poco Dios

Querido Mario:
Vuelvo sobre la otra palabra: “sentirse un poco dios”…
Estoy de acuerdo en que la persona humana puede “sentirse un poco dios” por el camino del ensimismamiento, deteniendo el tiempo y dando vida a las palabras, “palabras que germinan o emergen del silencio”, como recordaba en la pasada carta.

Por ello son un buen principio del camino tus palabras:
Porque el silencio acostumbra a ser el mejor cómplice en la lectura de un libro, en el recorrido de una exposición o en una sala de conciertos. Emilio Lledó en su libro El silencio de la escritura defendía el ensimismamiento en el momento de escribir o de leer. Casi como una manera de sentirse un poco dios, deteniendo el tiempo, dando vida a las palabras.

Porque una buena lectura, la audición de un buen concierto… nos recogen en ese ensimismamiento que es un punto necesario en el despertar de nuestra conciencia, para experimentar el valor singular de la persona, la profundidad de la misma, y su abertura a horizontes muy amplios, que no llegamos a imaginar.

Pero, hoy, no nos es fácil el ensimismamiento. Todo se programa para una vida “por fuera”, derramados en la calle, calles que son depósitos de personas que van con prisas, que “corren” con su agenda, no se sabe a dónde, como escribe certeramente Tomás Merton: Una calle como un túnel, un pasaje, un tubo, que va desde un lugar a otro; entonces la gente que “vive” en ella no vive realmente en ella, simplemente han sido depositados vertidos... Una calle puede ser un depósit,o un vertedero, para miles de personas que no viven en ella… Simplemente ocupan un espacio, desplazándose en él… (Amar y vivir)

Detenerse, “perder el tiempo” en una relación personal,
simplemente ocupado en el misterio de la persona que tienes delante, pasar páginas “dominados” por la trama misteriosa del libro, o soñar al ritmo de un buen pentagrama musical, o sentir que se te despliega infinitamente la persona envuelta en la magia de la naturaleza…

Todos ellos son buenos caminos para recuperarse a sí mismo. En todos ellos tiene un protagonismo el silencio. El silencio es una buena ventana abierta al interior, o como se ha dicho también: El silencio es un filtro a través del cual es acogido todo sonido, toda palabra, el rumor de las cosas, o cualquier manifestación de lo humano, acogido, purificado e inmerso en un tobogán hacia el infinito: ¿Dios?, ¿grandeza del hombre?...
“Sentirse un poco dios”, “sentir a Dios”, “sentir el hombre, sentir lo humano”… ¿No vendrá a ser un poco, o un mucho, todo lo mismo?

Generaciones han sido formadas a partir de la no existencia de Dios, que desplazan al hombre a un universo cuyas puertas hacia la trascendencia han sido cerradas una tras otras. El hombre “encerrado” en lo estrictamente humano… ¿Y qué es lo estrictamente humano? El hecho es una creciente saturación colectiva que va teniendo un influjo cada vez más grande en la vida humana, y disminuyendo para el hombre las posibilidades de acceder a la luz. Acertadamente escribe el teólogo Olegario de Cardedal:

El hombre es un animal aclimatable a nuevos espacios en los que habitar y su capacidad es tanta que puede intentar mil formas de vivir, perdurando incluso en ellas sin Dios durante largo tiempo. Porque Dios es tan generoso y magnánimo con el hombre que le deja en su lejanía de la indigencia y de la soledad de la que huye. La parábola del Hijo Pródigo sigue siendo todavía una bella y objetiva manera de comprender la situación espiritual de muchos hombres que se han alejado de la casa del Padre, llevándose consigo la herencia y canjeándola por los valores de la nueva tierra, aún cuando conserven el olor y la memoria de su origen. Y Dios deja al hijo en su tierra. Le espera siempre como Padre y nunca fuerza el retorno. Por eso el ateísmo perdurará, a la vez que la fe. (La entraña del Cristianismo)

Y esto me lleva a recordar dos textos muy bellos. Uno del filósofo Ortega y Gasset: “Si Dios se ha hecho hombre, lo más importante de esta vida es el hombre”. El otro es del poeta Rilke:

Yo escucho. Hazme una pequeña señal.
Muy cerca estoy de ti.

Sólo una leve pared entre nosotros,
casual. Pues bien pudiera ocurrir
que la derribase sin ruido alguno
un grito de tu boca,
o de la mía.

En cualquier caso, querido Mario, estoy de acuerdo: sentirme un poco dios. Pero nunca podré llegar de manera profunda y auténtica a esta experiencia, sin la experiencia del silencio. Un abrazo


José Alegre
Monje de Poblet
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