Que me bese con besos de su boca
Quizás el ambiente que nos envuelve dejó sentir sus efectos, inconscientemente, en la vendedora. O también el desconocimiento de la belleza de este libro bíblico, que es uno de los más comentados, en la Iglesia, por los Santos Padres, y en la vida monástica. Incluso Ramón Llull cuyo centenario celebramos este año tiene el “Libro del Amigo y del Amado”, una verdadera delicia, que en el fondo viene a ser un bello comentario al contenido del Cantar. Y que empieza con la belleza singular del DESEO profundo con este párrafo:
“El Amigo preguntó a su Amado si poseía Él alguna virtud que todavía no amaba. Y el Amado le respondió que todo lo que podía su amor multiplicar en el Amigo estaba por amar” (nº 1)
El Amado, Dios, es amor. Y a este Dios seducido por la humanidad, obra de su amor, y que le lleva a revestirse de nuestra fragilidad -¡qué profundo amor!- es al que celebramos en estas fiestas de la Encarnación de Dios, que se nos manifiesta en Jesucristo, hijo de María de Nazaret.
¡Qué bondad, la de nuestro Dios!, que ha querido que en el Libro que recoge su Palabra haya un escrito –el Cantar de los Cantares- que hable y comente el amor, y sus senderos en la vida de los hombres, sin nombrar, prácticamente en ningún momento a Dios. Sucede que quien vive sincera y profundamente el amor se sitúa en los confines de la divinidad. Llega a una situación privilegiada para la contemplación de Dios.
Dios te mira y te desea. Este libro del Cantar te invita a mirar y desear a Dios, al Amor. Repasa, sencillamente los primeros versos:
Que me bese con besos de su boca…
Que me bese… Todo empieza con un DESEO. El deseo de Su boca, su Amor. Y el Amor da una respuesta inmediata a este deseo, a juzgar como se expresan los versos siguientes:
Mejores que el vino son tus amores,
que suave el olor de tus perfumes;
tu nombre es una aroma fragante…
Nos hablan estos versos de la experiencia de amor con Él: sus amores, sus perfumes, su nombre…
La boca del Amado en la boca del Amigo, ¡qué experiencia más singular! La boca del Amado, dicen los Padres es Jesucristo, la Palabra de Dios que ha creado todo, que nos ha creado un mundo lleno de belleza; y esta boca, esta Palabra se deja oír en la boca del Amigo, el corazón, la sede del amor.
Y el corazón ya no puede hablar sino de Sus amores, sintiendo que su vida se llena de sentido; y en su hablar se deja sentir el aroma de Sus perfumes, recordando aquella palabra de san Pablo: somos el aroma de Cristo (2Cor 2,15), un aroma, que es para expandir en nuestro entorno, hablando, en el servicio, el lenguaje del amor. Un lenguaje, un aroma, que cuidamos de mantener recordando Su Nombre, aroma, o bálsamo que mantiene nuestra fragancia, que nos hace fuertes en la experiencia y en el testimonio del Amor.
Amigo, Amiga, Dios te mira, se ha revestido de tu fragilidad, para mirarte, para hablarte, para amarte, con su beso en la boca del corazón. Mira tú también al Amado, apasiónate por sus caminos, busca al Amado de tu alma, sabiendo que no es fácil este camino del amor, como nos sugiere Ramón Llull:
“Largos y peligrosos son los caminos por los cuales el Amigo busca al Amado, son caminos poblados de consideraciones, de suspiros y de lágrimas, pero iluminados por el Amor”. (nº 2)