Ya es hora de despertarnos
Es preciso despertar y depositar fuego en nuestro interior, un fuego purificador. Decía Simeón, el Nuevo Teólogo:
“¿Introducirá alguno fuego en su seno, dice el Sabio, y no quemará sus vestiduras? (Prov 6,27) Yo, por mi parte digo: quien habiendo recibido en su corazón a descubierto el fuego celeste, no arderá y será iluminado y acrecentará también él, los rayos de la divinidad, en proporción a su purificación y participación en el fuego; la participación sigue a la purificación y la participación es seguida por la purificación. Acontecido esto, el hombre llega a ser todo entero Dios por la gracia”
Parece que este Padre de la Antigüedad, nos ofrece aquí todo un juego de palabras: fuego corazón, purificación, participación, para acabar con una afirmación fuerte y arriesgada: llegar a ser “todo entero Dios…”
Este fuego celeste que hace arder el corazón se resuelve en luz, como escribe el evangelista Juan: en la Palabra está la vida y la vida es la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron (Jn 1,1s)
Pero es preciso despertarnos. Hoy el hombre está despierto por fuera. Nunca fue el hombre tan consciente de su dignidad, está dignidad por otra parte tan ultrajada, tan pisoteada. Y así nos encontramos con la gran contradicción en la vida humana que lleva a decir a un famoso director de orquesta: hoy los gobiernos prefieren los cañones a la cultura. Lo cual estaría en la línea de un triste aforismo: si quieres la paz prepara la guerra. ¡Tremendo! Es toda una fina y diabólica sugerencia para la fabricación de armas. O también cuando contemplamos la destrucción en una tierra palestina, mientras en hospitales de Israel se está curando a enfermos o heridos palestinos. ¡Extraño!
¡Tremendo!, ¡extraño!, ¡desconcertante!, ¡desgarrador!...
Pero en el fondo todo este panorama viene a ser un punto de referencia muy claro de la situación en que se halla el corazón humano: descontrolado, entre unas fuerzas de gravedad que le arrastran hacia el exterior y la experiencia de un deseo interior con una fuerte nostalgia de vida, de paz… La humanidad quiere vivir.
Yo creo que la llave para escapar de esta descontrolada casa es la Palabra. O la palabra. Me es indiferente: con mayúscula o con minúscula; una palabra divina o una palabra humana. Pero en cualquier caso una “palabra” que emerja del silencio del corazón, como una fuerza viva, una fuerza de vida. De un corazón con un deseo de vida, como nos dice el salmista:
Dios, tú mi Dios, yo te busco,
mi ser tiene sed de ti,
por ti languidece mi cuerpo
como tierra reseca, agostada, sin agua (Sal 62,1)
Este deseo necesita escucharlo el corazón humano no solo como sed de tierra reseca, sino como una palabra de vida, como el rumor de una fuente a agua viva. Quizás también el corazón humano necesita poner otro ritmo en su existencia que le permita la escucha.
Alguien ha escrito: No tenemos una gran teoría o un sistema perfecto. Simplemente abrimos nuestros ojos cada día a la luz que proviene de Dios y confiamos en que dicha luz transforme nuestra manera de ver.
No tenemos un sistema perfecto. De acuerdo. Por eso no basta con abrir nuestros ojos a la luz de Dios, sino es preciso dejar que esta luz ilumine mis tinieblas. De aquí la necesidad de purificación, de participación… En una palabra que la acción de Dios, este mismo Dios ha querido que se vea complementada con la acción de la criatura humana. Hay que abrir los ojos a la luz divina. A la luz de la Palabra como nos enseña también el salmista: Tu Palabra, Señor, es la luz para mis pasos… (Sal 118, 105)
Abrir los ojos a la luz de Dios y escuchar atónitos lo que cada día nos advierte la voz divina que clama: Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones… (Sal 94,8)
No hay fronteras entre lo sagrado y lo secular o profano. No hay más que una fuente de la vida. Todo ha nacido y sigue naciendo de la Palabra que se resuelve en vida y en luz. La vida, la auténtica vida, siempre es y será luz. No hay fronteras, el mismo Dios ha roto las fronteras entre lo humano y lo divino para regenerar una nueva humanidad.
Abrir los ojos y escuchar atónitos…Fascinados. Esta palabra “atónitos” viene a ser un término técnico consagrado en los contactos del hombre con la divinidad. Pero no se trata de una divinidad abstracta, sin nombre propio. La voz divina se individualiza: Cristo, la Palabra de Dios en persona, es quien invita a los hombres a abrir los corazones, escuchar el Espíritu y correr mientras los alumbra “la luz de la vida”.
Ya es hora de despertarnos, hay algo importante, esencial en la vida humana que todavía está dormitando. Igual que existen ciertos rayos de luz que los llega a percibir el ojo humano, también existe un ámbito profundo en la vida humana donde cada vez le es más difícil penetrar a la inteligencia y la voluntad humana. Los hombres tenemos necesidad de despertar a un nivel que puede hacerse con los días más profundo. Despertar para gozar del aroma de una flor de loto, del que nos habla esta bella parábola de los Upanishads:
En el cuerpo existe un pequeño santuario
En ese santuario hay una flor de loto.
En esa flor de loto existe un pequeño espacio.
¿Qué habita en ese pequeño espacio?
El universo entero se halla en ese pequeño espacio,
porque el Creador,
la fuente de todo,
se encuentra en el corazón de cada uno nosotros.
Ya es hora de despertarnos… o nuestros sueños se convertirán en pesadillas