La luz, el Greco y tu Luz

Han pasado varias semanas desde que visité la exposición sobre el Greco en Toledo. Impresionante. Recordando ahora, vienen a mi mente la belleza de sus figuras alargadas que desbordan una gran energía espiritual, y que se mueven con un juego de luces y sombras, en donde se impone la luz que parece nacer de su interior, de una profundidad más allá de lo humano. En la belleza de estas obras encontramos los indicios de la Belleza.

Es como una descarga de luz que deja bañados en una luminosidad singular todos los personajes del cuadro. Además, yo diría que es una luz que no se encierra en el espacio limitado del cuadro, sino que se proyecta sobre quien está contemplando la obra, recibiendo la caricia de una luz bella, como un nacer de paz y de serenidad; toda una invitación a la elevación movida por la proyección a lo alto de sus figuras.

Una invitación a la elevación que, paradójicamente, es una invitación a bajar al interior; una invitación a un ejercicio de interiorización. Porque la luz no está lejos de ti. Cada día que rompe la aurora sobre tu cabeza estrenas una nueva luz, y queda expuesta tu luz a la contemplación de mundo. Se abre delante de ti un camino nuevo… Esto me trae el recuerdo del poema de Santa Teresa:

Alma, buscarte has en Mí
Y a Mí buscarme has en ti
De tal suerte pudo amor,
alma, en mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.


Una preciosa invitación a buscar la Luz dentro de nosotros; a buscar ese retrato interior que está llamado a ser expuesto a las miradas del exterior. Nuestra vida puede ser apasionante si la contemplamos y la programamos como un diálogo de vida y de luz.
El salmista utilizará un registro parecido, contemplando nuestro espacio interior como una fuente de aguas vivas; una fuente que se resuelve en una Luz profunda que nos lleva por senderos de paz y serenidad:
Porque en ti está la fuente viva
Y tu luz nos hace ver la luz
(Sal 35,10)

Hemos de buscar la luz en la belleza de la obra del artista, en la belleza de la vida, de la obra creada, en la palabra del místico, o en la Palabra sagrada. En el mundo son abundantes las semillas de la Belleza. Los múltiples caminos de la belleza que se nos ofrecen siempre son indicios para la búsqueda de una Belleza más profunda, más interior, pero nunca alejada de la persona humana, sino más bien como ocasión singular de realzar su dignidad.

Quizás tenemos necesidad de adoptar otros ritmos en nuestro camino, para captar esa sabiduría profunda que nos permita captar la auténtica Belleza. Quizás nuestra vida tendría que estar más matizada de bendiciones, de la bendición que es siempre creadora de vida y de belleza. Por este camino nos exhorta el profeta:
Bendito sea el Nombre de Dios, por los siglos de los siglos, pues suyos son la sabiduría y el poder… Él da sabiduría a los sabios y ciencia a los expertos, revela los secretos más profundos y conoce lo que ocultan las tinieblas, pues la luz habita junto a él. (Dan 2,22)
La luz habita no sólo junto a él, sino que él mismo es luz como escribe el evangelista Juan: Dios es luz, y en él no hay tiniebla alguna. (1Jn 1,5).


Hay que buscar esta imagen de luz dentro de nosotros, en el interior del hombre. Quizás por esto alguien escribió: en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio.

Necesitamos buscar las fuentes de la luz.
Se trata de un despertar, despertar la aurora, de abrir los ojos a la luz deífica; que no pueden ser los ojos materiales, sino los ojos del corazón; Abrir los ojos y los oídos para escuchar el rumor de la fuente, que en su melodía suave hace crecer en la persona la sensibilidad de corazón, esa sensibilidad que viene a ser como una película fina donde queda impresa tanta variedad de matices bellos, a la vez que se despierta la nostalgia profunda y el deseo de la Belleza, aquella Belleza de donde nace el rumor de agua vivas que rejuvenecen las energías para caminar a la luz de la vida.

Hoy, quizás el hombre ha perdido capacidad de gozar de esta luz natural. Todo lo domina la luz artificial, y cuando salimos al ámbito de la luz natural nos cuesta contemplarla, pues nos la queremos llevar incorporada a nuestro mobil. La luz solamente la podemos guardar en la retina de la mirada, y en la película del corazón.

Necesitamos abrir los ojos a la luz,
a toda luz que nos trae un eco de la luz deifica, y estar con los oídos atentos al rumor que nace de esta luz en nuestro interior.

Este es el camino para reflejar a cara descubierta la gloria del Señor, y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; tal es el influjo del Espíritu del Señor, que puso luz y fuego en el corazón de todos aquellos que fueron llamados, y son llamados también hoy a ser luz en el Señor. (Cf. 2 Cor 3,18)
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