La paz que no llega
La Navidad es la revelación del amor que Dios ofrece a todos los hombres. Dios quiere la salvación de todos. Todos hemos sido adoptados por la gracia de Dios. Y tenemos acceso a Él en la medida en que se va configurando nuestra vida, nuestras relaciones en un mismo Espíritu.
Pero leyendo el Mensaje del Papa Francisco para el Día mundial de la Paz con un repaso muy exhaustivo del panorama de ausencia de paz, uno piensa lo difuminado que está Cristo en nuestro mundo. ¡Hay tela para cortar! Como se expresa la gente sencilla. Verdaderamente tenemos una necesidad muy urgente de meditar asiduamente unas palabras de san Pablo: Dios nos ha reconciliado consigo a través del Mesías y nos ha recomendado el servicio de la reconciliación. Por Cristo os lo pido, dejaos reconciliar con Dios (2Cor 5,18s)
Estas palabras de Pablo las hemos meditado poco, y todavía menos hacerlas nuestras. Nos ha encargado un mensaje de reconciliación.
Imagino que hoy san Pablo escribiría una tercera epístola a los corintios sobre este punto de la reconciliación de la unidad… Este es un tema capital, básico en la vida de todo cristiano creyente. Hay muchos cristianos que tienen una fe descafeinada.
Pero ¿no están claros en este punto los pasos y las preocupaciones del Papa Francisco? Francisco habla con palabras sugerentes, muy sugerentes para abrir caminos de reconciliación. Tiene palabras, gestos muy valorados por la sociedad en general. Muy valorados y que abren caminos de esperanza.
Pues parece ser que eso no de todos. Y uno se queda atónito cuando lee en los “Mass Media”: “La curia puede perder la paciencia en cualquier momento”.
Y uno vuelve la mirada a las páginas de la obra de san Bernardo, “Sobre la consideración”, y me pregunto si no siguen de actualidad sus palabras:
¿Vais a decirme que los estados Pontificios no rezuman más ambición que devoción? ¿qué resuena –dice al papa Eugenio- en tus palacios todo el día sino el griterío de la ambición? (I,5) Desde que se escribieron estas palabras y otras semejantes, han pasado diez siglos…
¿No decimos todos que somos pecadores? El mismo Francisco lo dice de sí mismo y pide que oremos por él. Dentro de unas semanas vendrá la Cuaresma y todos a hablar de conversión. ¡Seamos honrados y justos!
¿De qué conversión hablamos?
Yo creo que todos necesitamos una conversión de la impaciencia. Una conversión a la paz. Es el deseo de san Bernardo al Papa Eugenio: Te deseo sinceramente la paz, pero no una paz que nazca de tu conformismo. Sería muy alarmante para mí que gozarás de esa paz. Te aseguro que es posible llegar a ese extremo. Ordinariamente la fuerza de la costumbre lleva a la despreocupación.
No va a ser fácil que llegue la PAZ. Ni siquiera dentro de la Iglesia, ya que necesitamos incorporar a nuestra vida el “ritmo de Dios”, ese ritmo que debe poner en nuestro espacio interior el Espíritu de Cristo, nuestra verdadera paz. Y el ritmo de la sociedad nos abruma, nos arrastra, no nos deja ser nosotros mismos. Ya el hecho de no ser nosotros mismos nos abre a la impaciencia, si además alguien nos quiere “reconducir” a nuestro ser más genuino, podemos perder la paciencia por completo aun de modo inconsciente.
No es fácil que llegue la Paz, porque sólo puede llegar de la Paz misma que es Cristo, un Cristo que solamente se hace sensible a través de su Espíritu, y éste habla en el silencio del corazón. Pero ¿cómo podemos escuchar esta invitación a la paz si Él está dentro y yo estoy fuera, y allí le busco?
Hay que encontrar el Camino. Además no hay que olvidar que este deseo está arraigado en el corazón de la humanidad, en el corazón de cada persona humana.
Mira a tu espacio interior, acoge también estas palabras de san Doroteo:
El que se acusa a sí mismo, acepta con alegría toda clase de molestias, daños, reproches, ignominias y cualquiera aflicción que le sobreviene, ya que se considera merecedor de todo ello y no pierde la paz en ningún momento. No hay nada más tranquilo que un hombre con este temple. (Instrucción 7, Sobre la acusación de sí mismo, PG 88,1699)