El rumor de tu interioridad

Querida Josefina:

Recibí tu carta con estos preciosos versos de Machado:

Soñé, bendita ilusión
que una fontana fluía
dentro de mi corazón


y termina con lo que yo desearía terminar, y terminar definitivamente: “que era Dios lo que tenía dentro de mi corazón”.

Más de una vez me has dicho que cito muchas veces la palabra corazón. Pero es que creo que es el centro más significativo e importante de nuestra persona y de nuestra existencia.
Hoy gastamos muchas energías en nuestro trabajo hacia el exterior, en poseer, en disfrutar de las cosas, de las novedades materiales que nos ofrece nuestra sociedad. Pero sucede con esto como al niño pequeño que se entusiasma con un juguete, le da mil vueltas, y al cabo de una hora ya perdió su interés y busca otro juguete, otro motivo de distracción que le tenga entretenido. Sucede algo parecido con el hombre adulto: siempre fuera de “su casa”, buscando su juguete.

Como escribe Ortega y Gasset: está alterado, no vive desde sí mismo, sino atento a lo que pasa fuera de él, a lo otro que él, tiranizado por lo otro, enajenado… Sin embargo el hombre puede suspender su ocupación directa de las cosas, desasirse de su derredor, ocuparse de sí mismo. El hombre puede ensimismarse, pensar meditar, trabajar sobre sí mismo…

Con otras palabras, Pascal decía algo semejante, cuando afirmaba que “la desgracia del hombre es no saber permanecer quieto en su habitación”. Hoy la desgracia es mucho más grave que cuando escribió esas palabras.
Por eso apreció ese texto de Machado que nos llama a escuchar el rumor de nuestra interioridad. Rumor que hace desvanecer, o ahoga, la publicidad y el dinamismo de la distraída vida diaria. Verdaderamente, hay un rumor de frescura y de vida en el corazón, como la melodía de la fuente en la aridez del desierto, que es capaz de pacificar nuestro espacio interior. Es el rumor que brota de una palabra escuchada en el interior, según aquella palabra de Jesús: El que cree en mí de su interior brotaran ríos de agua viva. Es el río mismo de la vida cuya fuente es el mismo Dios de la vida.

Es importante ser consciente de esto, y ser consciente de que esta realidad se contempla, se da, en cada persona humana. Y esto Josefina, vendría a cambiar algunas afirmaciones que me haces después en la misma carta: estos caminos de la poesía, de todo lo bello de las relaciones, donde no llego a tener auténtica firmeza, porque las personas se alejan de todo lo religioso, y buscan, llegado el caso, a una espiritualidad al margen del Dios cristiano…

¿Pero, Josefina, que es el Dios cristiano?
Me dirás, el Dios de Jesucristo. Efectivamente. Pero el Dios de Jesucristo en el Dios que se ha revestido en sí mismo de lo humano hasta las últimas consecuencias, hasta un amor extremo.

Te recordaría unas palabras del teólogo Olegario Gonzalez de Cardedal: “Machado es un testigo ejemplar de la inevitable cuestión humana, de la insoslayable pasión de búsqueda de la luz y de marcha hacia la vida, que sufrimos los humanos. Es la suya una palabra que se abreva en la nostalgia de lo eterno y en la melancolía que genera la temporalidad en el corazón de todo hombre, que no se deja cegar o ensordecer, perder o aturdir en medio de la posesión, de la fiesta o del dolor humano”.

La palabra de Cristo, el mensaje cristiano, quiere ponernos en el corazón una fuerza profundamente generosa hacia todo lo humano. Él es el “hombre”, “ecce homo”, y toda su obra nace desde un corazón arraigado en el Padre, el Dios invisible. Y siempre la acción de Jesucristo actúa desde el interior del corazón y al servicio del hombre. Este mismo dinamismo lleva, en el hombre, a dilatar el corazón, y a crear en él un vacío donde arraiga la nostalgia más profunda que nos lleva a abrirnos a la acogida del otro, de los otros, que llevan el sello del amor de Dios.

Recuerdo una afirmación que escuché de mi profesor de Teología Fundamental en el seminario: el poeta es quien pone nombre al misterio. Lo cual me hace recordar una vez más al teólogo Olegario:
El poeta es un hombre que ni está dormido ni despierto, ni siquiera sueña: vive en ese tercer mundo de la existencia que está hecho de vigilia y de ensueño, de radicación en el aquí y ahora a la vez de una trasposición a un enclave intemporal e inespacial. Y desde ahí ausculta el silencio y la palabra de las cosas, para descifrarlas como “señas” que desde la otra orilla llegan a nuestro mundo”.

Esto da una hondura especial a nuestro caminar, una riqueza humana en un corazón dilatado, nos da un perfil de poetas, dándonos esa capacidad de poner nombre al misterio: hombre. El misterio es el hombre. El misterio es humano. Tiene un rostro concreto, pero una profundidad que me supera y que despierta en mí un respeto profundo. Luego, yo no puede tratar al hombre y a lo humano como mero problema humano, sino que en mi relación con él debo ser consciente siempre de que estoy delante del misterio. Un misterio en el que todos estamos implicados.

Josefina, asenderear el camino interior es apasionante. Nos pone en el camino de una humanidad más verdadera y profunda, y dilata nuestro corazón. Cuida tu preciosa vida interior. Un abrazo

José Alegre
Abad de Poblet
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