Sobre el silencio y el ensimismamiento
Quiero agradecerte una vez más tus escritos, siempre ilustrados con profunda sabiduría. Sabiduría escogida en múltiples lecturas, en la contemplación de la vida, y además una sabiduría servida, en muchas ocasiones, con un toque de humor. No me resulta extraño que en esta tu contemplación de la vida hayas venido a poner por escrito tu precioso comentario sobre el silencio, del que quiero recoger unos pensamientos, porque creo que me van a ayudar a amar más el silencio en mi vida monástica. Además, subrayando tu escrito con mi comentario, creo posible que otros amen más esta dimensión de la vida humana tan fundamental para crecer en una paz interior. Como sugieres en el principio de tu escrito:
El silencio es nuestro mejor amigo: nos ayuda a pensar, nos impide equivocarnos y contribuye a que nos conozcamos íntimamente. El silencio puede ser el mejor de los homenajes o el peor de los desprecios…
El mejor de los homenajes o el peor de los desprecios. Está claro que el silencio no es el absoluto, el horizonte, sino un medio, o instrumento, o servicio para decir una palabra sabia, o un gesto elocuente. Es necesario saber discernir.
El silencio es la noche oscura de la palabra, esta noche en la que germina la palabra, toda palabra. Escucha atentamente tu interior y hablarás; escucha más intensamente y lo escucharás sin hablar. (Sciaca)
Es inevitable: toda palabra luminosa y sabia, viene de esa experiencia profunda del silencio. Por ello estoy también muy de acuerdo contigo en “tus circunstancias”:
Existen circunstancias en que el silencio resume más que ninguna sentencia la emoción sentida…
Y esa emoción sentida, es una emoción de la que tiene nostalgia la persona humana. Como algo perdido y que le viene en ocasiones del subconsciente como un deseo vigoroso y muy vivo de volver a recobrar. El silencio es una ventana que abre la persona a lo profundo de la vida. Un silencio que buscamos o podemos encontrar por caminos muy diversos. Tú apuntas uno muy interesante y quizás muy olvidado hoy día (por supuesto no por ti, empedernido lector):
Porque el silencio acostumbra a ser el mejor cómplice en la lectura de un libro, en el recorrido de una exposición o en una sala de conciertos. Emilio Lledó en su libro El silencio de la escritura defendía el ensimismamiento en el momento de escribir o de leer. Casi como una manera de sentirse un poco dios, deteniendo el tiempo, dando vida a las palabras.
Y aquí, si me lo permites quiero subrayar dos palabras muy interesantes en relación al fenómeno del silencio: el ensimismamiento.
Ensimismarse: estar en sí mismo. Es una facultad propia del ser humano. Pero cada uno de nosotros, escribe Ortega y Gaset, está siempre en peligro de no ser el “sí mismo”, único e intransferible que es. La mayor parte de los hombres traiciona de continuo a ese “sí mismo” que está esperando ser, y para decir toda la verdad, es nuestra individualidad personal un personaje que no se realiza nunca del todo, una utopía incitante. Por ello Píndaro resumía su heroica ética en el imperativo: “ llega a ser lo que eres”.
Y abriendo todavía con más amplitud el horizonte, acabaría con otras palabras de Ortega:
Se coloca a los hombres –como ante el escaparate de una joyería- en la opción de adquirir cultura o prescindir de ella. Y claro está, ante parejo dilema, a lo largo de estos años que estamos viviendo, los hombres no han vacilado, sino que han resuelto ensayar a fondo esto último, e intentan rehuir todo ensimismamiento y entregarse a la plena alteración. Por eso en Europa solo hay alteración.
¡Qué gran actualidad tienen estas palabras dichas y escritas a mediados del siglo pasado! Pero ya sabemos que hoy el hombre no es muy dado a la lectura. Y menos a la reflexión profunda en conexión con la vida y su sentido. Por ello una vez más agradezco tu precioso servicio literario o el muy útil comentario informativo. Había otras palabra a comentar: “sentirse dios”. La dejo para un próximo comentario si no te importa. Recibe con todo mi afecto un abrazo,
José Alegre, monje de Poblet