El valor de la sonrisa

Querida Sara:

¡Gracias por tu sonrisa! Sí, fue una sonrisa que me envolvió al unísono que la expresión final de la plegaria comunitaria: ¡bendigamos al Señor! Yo llegaba tarde a la plegaria comunitaria por mi despiste horario. Y justamente al penetrar en el templo me sentí suavemente invitado con ese “bendigamos al Señor”, y, a la vez, muy animado a hacerlo con la acogida de tu sonrisa.

Son frecuentes los despistes en nuestras vidas, conscientes o inconscientes. Yo creo que es una parte de la complicación de la vida misma. Pero no son tan frecuentes las sonrisas de acogida del despistado. Hace bien esa sonrisa que no te reprocha, sino que te llega como una versión de acogida amorosa e incluso de humor, que te hace sentir incorporado al grupo.

Pero esto ¿tiene un valor especialmente espiritual en el camino de nuestra vida? O incluso diría algo más: estos días que hemos vivido la preparación de la solemnidad del Espíritu Santo, esta fiesta de Pentecostés, con la que culmina la solemnidad de la Pascua, e reiniciamos el camino litúrgico del Tiempo Ordinario, ¿acaso puedo relacionarlo con el despiste y la sonrisa?

Yo quiero encontrar una respuesta positiva, una clave en unas palabras de san Pablo a los cristianos de Corinto:

“El Espíritu lo penetra todo, incluso lo más profundo de Dios. ¿Quién conoce lo que hay en el hombre fuera de su propio espíritu? Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido. (1 Cor 2,10s)
Hoy, en una sociedad crispada, violenta incluso, una sonrisa acogedora y benevolente ante el despiste de otro, es una muestra de un espíritu humano profundo, de un espíritu que bebe en las aguas vivas y profundas del manantial: el Espíritu de Dios que lo penetra todo.

Una sonrisa tal es una invitación a la armonía, a recuperar ese “sentirse bien” en el grupo, en la acción o en la plegaria del grupo. Una sonrisa puede ser un servicio singular a la vibración del Espíritu que reside en cada persona como en un templo.

La vibración del Espíritu da lugar a ondas muy diversas, que se alejan de lo profundo del núcleo para bañar nuevas playas y retornar a la quietud cristalina de las aguas. La vibración de estas aguas en el interior de cada persona en principio no es fácil, crea tensión, diversidad..., no siempre fácil de vivir, de aceptar. Mucho más en unos tiempos en que no resulta fácil escuchar el rumor de las aguas del Manantial.

La vida del Espíritu es amor. Un lazo de amor entre el Padre y el Hijo. También un lazo de amor con el espíritu del hombre. Porque este Espíritu ha sido derramado en nuestros corazones, para prolongar lazos de amor en las relaciones humanas, o si queréis para hacer nacer sonrisas, una de las manifestaciones hermosas de ese amor, que sean un contrapeso eficaz a la lejanía humana.

La sonrisa espontánea de un niño, una sonrisa, cualquiera que sea el rostro donde se dibuje es un bello recuerdo del rostro amable de Dios, es una invitación a abrir el corazón, y venir a enriquecer la armonía, el equilibrio y la paz de cualquier grupo o comunidad.
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