Dejad pasar a Baltasar
Cuando Esaú comenzaba a subir los 150 peldaños de la escalera que, en el interior de la montaña, llevaban al palacio-fortaleza de Herodión no sabía cómo explicarle al rey lo que había ocurrido con los tres magos. Además las noticias eran que la salud de Herodes había empeorado gravemente durante el último mes, la inflamación de sus piernas le mantenían buena parte del tiempo postrado, mientras los espasmos dolorosos ocasionaban que su ya agrio humor se hubiera radicalizado.
Esaú, como idumeo y por lo tanto compatriota de Herodes, llevaba años de responsable de una centuria de los soldados del rey de Judea. Aprovechando la larga subida al palacio intentaba recordar los acontecimientos que había cambiado su vida en esos días, desde que el rey le mandó liberar a un naúfrago que había aparecido en la playa de Cesarea. Sin duda, debía calcular bien sus palabras para que el informe al rey no se transformara en su sentencia de muerte.
Recordó como todo empezó cuando dos sabios astrólogos, Melchor procedente de las tribus sakas y Gaspar que venía desde los pueblos celtas, llegaron al palacio de Herodión. Solicitan la liberación de un tal Baltasar porque tenían que visitar a un niño llamado a reinar en Judea. Uno de los compañeros náufragos de Baltasar, superviviente había alcanzado al grupo de los magos, y les había dado la noticia de la detención del sabio africano. Fue entonces cuando el rey le mandó acudir con urgencia a Cesarea Marítima para liberar al prisionero y realizar aquella extraña visita enterándose de todo lo relativo al niño.
El séquito de los dos magos le acompañó junto con sus soldados hasta Jerusalén y desde allí hasta la costa. A través de los astrólogos supo que habían descubierto una nueva estrella en el firmamento que les parecía señalar con su movimiento un camino. El intercambio de mensajeros les confirmó en la opinión. Baltasar, que era el más pobre de ellos y habitaba entre las tribus árabes de África, fue el primero en ver la estrella haciéndoles llegar la noticia a través de las caravanas de comerciantes.
Cuando llegaron a Cesarea tras admirar el acueducto que traía las aguas desde el monte Carmelo y la colosal estatua de Octavio se dirigieron a la guarnición romana donde estaba preso Baltasar. Tras algunos trámites lograron ver al astrólogo convertido en prisionero y sentenciado a muerte. A la visita, que Esaú consiguió haciendo valer toda su autoridad, acudió junto con los dos magos que le reclamaban la liberación. El aspecto de Baltasar era lamentable, a las evidentes consecuencias del naufragio señalado por múltiples heridas se añadía una delgadez extrema. Sin embargo, su humor no parecía afectado. Lo primero que hizo fue preguntar por la estrella y abrazar a sus compañeros. Les contó cómo había recorrido África acompañando a varios grupos trashumantes, la sequía se extendía y eran muchos los que huían buscando el mar para alcanzar alguno de los países cercanos. Llegaron a Pelusio donde fueron dispersados por las tropas romanas, pero junto con dos compañeros y con la mirada puesta en la estrella se hicieron a la mar en una barca de pesca. Tras una fuerte tempestad la barca naufragó perdiendo de vista a sus dos acompañantes. Pero siguiendo en la noche la estrella había llegado hasta la costa donde fue detenido. Baltasar se llenó de alegría cuando le comunicaron que uno de sus compañeros se había salvado y había dado la alarma sobre su situación.
El problema ahora era sortear la pena de muerte, impuesta por el imperio para los que alcanzan sus territorios sin permiso, las leyes eran de estricto cumplimiento en estos casos. Una opción hubiera sido tramitar la esclavitud de Baltasar. Sin embargo, Herodes tenía mucho interés en saber de la historia de aquel niño que aspiraba a convertirse en rey de los judíos. Los otros magos decían que solo acudirían juntos a la cita que marcaba la estrella. Así que Esaú se vio obligado a tramitar la liberación. Topó con la oposición de los funcionarios del gobernador. Pero no era nada que una buena cantidad de denarios y la autoridad mercenaria de Herodes el Grande no pudieran ablandar.
Baltasar todavía complicó más las cosas, ya que como todos estos astrólogos era testarudo y decía que no salía si no venían con él otros tres compañeros con los que compartía prisión. En fin, más denarios en la bolsa de los funcionarios resolvieron el problema. Aunque algo en aquel Baltasar empezaba a caerle simpático, probablemente esa mezcla de coraje, bondad y cercanía a su gente.
Al salir de la prisión el ambiente que reinaba era festivo. Juntos acudieron a una terma aprovechando la urgente necesidad de aseo de todo el grupo y especialmente de Baltasar. Allí los magos le comunicaron su deseo de continuar camino siguiendo a la estrella. Esaú pensó que era mejor devolver a sus soldados a Herodión y seguir él solo viaje, con la caravana de aquellos tres testarudos para investigar si realmente aquel niño era un peligro para su rey.
El camino fue verdaderamente interesante escuchando las historias de otros pueblos y la camaradería de aquel grupo de nómadas. Por momentos olvidó sus duros años en el ejército de Herodes que le hicieron intervenir en numerosos episodios sangrientos. Recordaba cuando, por orden de Herodes, tuvo que mandar a sus hombres a matar a Mariamna, una de las diez esposas del rey. Y cómo también había intervenido, bajo sus órdenes, en la muerte de dos de los propios hijos del monarca, Aristóbulo y Alejandro. Su sintonía con el grupo mejoraba e incluso un día, a petición de Baltasar, hasta había comprado de su propio dinero una buena cantidad de mirra que el sabio le había dicho necesitar. La estrella aparecía y desaparecía pero el final les fue guiando a la pequeña ciudad de Belén con el apoyo de un grupo de pastores que se había unido a los buscadores y que decían haber conocido al niño.
Cuando por fin llegaron, todo ocurrió con mucha normalidad. El niño dormía en una especie de establo acompañado por sus padres. Los tres magos se acercaron llevando sus presentes para eso era la mirra de Baltasar y estuvieron un rato mirando al niño. Los demás se sentaron alrededor en silencio y también contemplaron al niño dormir.
Josué tras un tiempo mirando comenzó a notar una gran paz interior. Como si el misterio más profundo de su vida se resolviera en aquella pequeña presencia, el tiempo y el espacio se pararon en torno a él, y sintió que desde la sencillez de aquel niño se abriera una puerta hacia lo más lejano e infinito. Parecía como si toda su vida pasara antes sus ojos con una nueva luz, y su espada manchada de sangre fuera limpiada en aquel mismo lugar. Como si la gran distancia con la estrella que les había acompañado se hubiera estrechado hasta casi poder tocarla con sus dedos. En aquel mismo momento supo que algo había nacido dentro de él.
Cuando los tres sabios se levantaron, su corazón estaba lleno de agradecimiento. Pronto se pusieron en camino de vuelta. Algunos de sus compañeros de marcha también se sentían cambiados. En una parada se le acercó Baltasar que estaba especialmente cercano tras su rescate en Cesarea. Esaú le intentó contar lo imposible que le había pasado sin embargo el astrólogo negro y bonachón parecía comprenderle. Ambos acabaron su conversación con un abrazo donde se fundieron el blanco y el negro, las manos manchadas de sangre del soldado y los ojos sedientos de infinito del astrólogo.
Al llegar a Jerusalén, Esaú se separó del grupo de los magos que esta vez tomó la dirección del Norte para alejarse de las guarniciones romanas y de las tropas judías.
Ahora Esaú se encontraba en los últimos peldaños de la escalera que subía al palacio-fortaleza para tener su audiencia con Herodes, sabía del peligro de aquella entrevista frente a un rey opresor y sanguinario que estaba fuera de sí enfrentado su muerte. Cuando entró en la estancia le llamó la atención el mal olor que despedía el monarca, toda parecía pudrirse allí. A Herodes le contó lo del niño en Belén sin darle demasiadas indicaciones y sin ofrecerle pistas sobre el paradero de los magos. El rey ya tenía decidido su encargo, debía matar a los recién nacidos de la pequeña ciudad. El encargo se hizo con prisas, como un trámite normal de gobierno, porque el monarca salía para Jericó donde en sus aguas pretendía curarse.
Cuando Esaú comenzó a bajar las escaleras del montículo-fortaleza había decidido que esta vez no cumpliría su misión. Por primera vez desobedecería las órdenes de Herodes y se aprestaba a ser un fugitivo también. A pesar del peligro que le acechaba, aquel día se sentía extrañamente contento. El que había liberado a Baltasar ahora se sentía especialmente libre también. Algo nuevo comenzaba para él, aunque todo empezó mirando aquel niño.