Le Havre: la bienaventuranza de los limpios de corazón
Aki Kaurismäki nos ofrece otra de sus interesantes películas que tienen como base siempre a personajes marginales, a través de los cuales nos muestra lo mejor de los seres humanos y, en este caso, hasta que punto su bondad cuenta con una ayuda milagrosa para salir adelante.
Para comprender su forma de hacer cine hay que recordar algunas películas de este director finlandés. Podemos comenzar por "La chica de la fábrica de cerillas" (1990) donde cuenta la historia de una cenicienta actual. Con "Nubes pasajeras" (1996) consigue un discreto éxito en una comedia, de tono ligero, que trata sobre el desempleo y como siempre hay una salida a pesar de las pruebas. En el 2002 es premiado en el Festival de Cine de Cannes por "Un hombre sin pasado". La película es nominada al Oscar a la mejor película extranjera. Pero Kaurismäki fiel a sus opciones no asiste a la entrega. Sin embargo, esta película le consagra como un director clave en el panorama del cine europeo.
En "Le Havre" se nos presenta a Marcel Marx (André Wilms) en el papel de un limpiabotas que en sus tiempos fue escritor y que ahora sobrevive felizmente acompañado y cuidado por su esposa Arletty (Kati Outinen ) y por sus vecinos. La vida se complica cuando a ella le descubren una grave enfermedad mientras él trata de salvar de la deportación al pequeño Idrissa (Miguel Blondin) que ha llegado como polizón en un barco desde África intentando reencontrarse con su familia. El inspector de policía Monet (Jean-Pierre Darroussin, recordemos Conversaciones con mi jardinero) persigue al muchacho con peculiar persistencia. Pero hay toda una red solidaria dispuesta a prestar a ayuda. Al final todo resulta bastante sorprendente e inesperado.
A principio llega a desconcertar el humor un tanto absurdo (a lo Buster Keaton y Chaplin), el desarrollo un tanto irreal de la acción dramática, los colores pastel que introducen una ambiente un tanto surrealista y la música, en este caso Little Bob con sus composiciones entre el rock y el blues. Sin embargo, poco a poco el espectador se familiariza con el estilo desde el atractivo del relato y comprende como la forma y el fondo sirven a una misma intención.
Así la denuncia social de la situación de los emigrantes africanos se presenta con el contrapunto de la solidaridad de los que están en los márgenes en Europa. La fábula nos descubre que a veces los cuentos de hadas son más consoladores y verdaderos que las propuestas del pesimismo nihilista. La bondad aparece como mucho más resistente y profunda en los seres humanos que las cadenas del interés. El personaje de Max nos recuerda como siempre merece la pena luchar, Monet nos avisa que la conversión es posible y Arletty que hay una inesperada justicia para los inocentes y generosos.
Esta es la gran aportación de "La Havre". Es capaz de unir una fuerte conciencia social, que se realiza en una mirada lúcida a la explotación y a la marginación, con un fuerte humanismo que se decanta porque la respuesta pasa por las personas. Observamos que en sus películas, cada vez más lo horizontal se cruza con la vertical y viendo este film tomamos conciencia puede ser que al final nadie esté solo.
Curiosamente cuando se ensalza el individualismo posesivo, Kaurismäki nos presenta modelos de comunidad con ayuda y apoyo mutuo. En la hora de los pesimismo no ofrece argumentos para la esperanza señalando que nunca todo está perdido. En tiempos del realismo científico nos recuerda como hay una cierta presencia sobrenatural que cuida de sus criaturas. Como si se verificara en sus historia aquellas palabras de Jesús: "¿No se venden cinco pajaritos por dos monedas? Pues bien, delante de Dios ninguno de ellos ha sido olvidado. Incluso vuestros cabellos están contados. No temáis, pues valéis más que un sinnúmero de pajarillos" (Lc 12, 6-7). Y esto es lo que verdaderamente ocurre en esta película. Decididamente "en este barrio -como dice uno de los personajes- son posibles los milagros".