Kiseki (Milagro). Un cuento sobrenatural
Vuelve nuevamente el cine sobre el tema de los milagros con este cuento oriental sobre la infancia y la adultez. Toda una llamada a asumir la realidad confiadamente más allá de las dificultades, descubriendo que lo extraordinario y sobrenatural forma parte de lo ordinario y natural aunque lo sobrepasa como deseo y como despliegue de lo profundo e inesperado.
Con una estructura narrativa de cuento infantil se nos presenta la difícil vida de dos hermanos, Koichi (Koki Maeda) de 12 años y Ryunosuke (Ohshirô Maeda) de 10, que añoran volver a vivir juntos tras la separación de sus padres. Un buen día, Koichi se entera de que la nueva línea del “tren bala” entre Kagoshima y Hakata está a punto de abrirse y que “el día de la inauguración, si se está ahí en el momento en que el tren Tsubame y el tren Sakura se crucen a 250 kilómetros por hora, habrá un milagro. Surgirá una tremenda cantidad de energía y se cumplirá cualquier deseo”. Con este motivo se inicia un viaje hacia el más allá que terminará por conducirles al más acá.
Hirokazu KORE-EDA, el director de Nadie sabe (2004), Still Walking/Caminando (2008) y Air Doll (2009) nos tiene acostumbrados a familias que afrontan problemas difíciles, así en este caso se aborda la ruptura del hogar por el divorcio de los padres. Con una clara denuncian a la inmadurez de la generación de los progenitores actuales, la película sostiene el valor de lo humano desde una infancia que ha de madurar sin referentes y unos abuelos que, como pueden desde la bondad, han de suplir a los padres ausentes, inmaduros e insatisfechos.
Sin embargo, la película no se ancla en la denuncia, sino que aspira a la propuesta. Por una parte los mayores, los ancianos, terminan por ser en su simplicidad y con sus defectos los soportes de los que crecen. El abuelo de Koichi y los dos ancianos que acogen a los pequeños excursionistas perdidos son ejemplos de ayuda y acompañamiento en la formación de los jóvenes. Cada uno de los chicos, marcados por la diferencia de tipología, que van desde el juicioso y responsable Koichi, hasta el hiperactivo y despreocupado Ryunosuke, es un ejemplo del deseo de vivir y superarse. Tendrán que afrontar la realidad con todas las consecuencias, con lo que gusta y lo que disgusta, y desde ella destilar esperanza y ganas de vivir. Así con los deseos insatisfechos se fabricará una actitud vital que cree profundamente en la persona y que espera de sus posibilidades en la medida en que está acompañada de una dimensión sobrenatural que empuja a avanzar sin perder la sonrisa.
El cine emotivo en la simplicidad de Kore-Eda nos va suavemente introduciendo en un mundo real desde la veracidad de los personajes, a la vez que nos conduce hacia un mundo mágico y sorprendente donde los milagros son posibles pero nunca de la forma esperada. Como la reciente propuesta de los hermanos Dardenne “El niño de la bicicleta” (2011) nos permite reconocer en la pantalla a una generación que tiene dificultades para asumir las consecuencias responsables de su maternidad o paternidad. Pero no todo está perdido. La alianza de abuelos y nietos y el tesón de las relaciones de fraternidad permiten a los más jóvenes seguir flotando, como supervivientes, en un mundo donde las dificultades se convierten en posibilidades.
Deliciosa y sencilla, en ocasiones magistral, nos abre a lo extraordinario que se esconde en lo profundo de cada ser humano. Y que se vislumbra especialmente en los más pequeños, que creciendo nos enseñan que la pequeña estatura una toda una metáfora del germen capaz de dar fruto abundante.