Sacerdotes de película: la imagen empañada (11)
Abordamos ahora un grupo muy amplio de películas donde la imagen del sacerdote se cuestiona, critica o simplemente se deforma. En muchas de ellas se elabora desde una perspectiva crítica a la Iglesia aunque se han de discernir los grados que van desde las propuestas reformadoras, el cuestionamiento global al sacerdocio y la Iglesia hasta la crítica a toda experiencia de Dios por manipuladora.
Comentaremos por señalar aquellas películas que sitúan una crisis del sacerdote de carácter existencial. Procediendo del mundo literario, en este caso de Albert Camus, en la película La peste (1993) de Luis Penzo, en ella el jesuita Paneloux termina muriendo en el sin sentido al no poder afrontar el inmenso dolor que significa la muerte de los inocentes. Crisis de fe que se apunta también en el superior del convento de Católicos (1973) de Jack Gold que se resisten a las reformas y que sigue ordenando que se celebre la misa en latín y de espaldas al pueblo. Diferente es la crisis del padre Tim Farley (magnífico Jack Lemmon) porque tiene su raíz en un cuestionamiento reformador de la Iglesia según se cuenta en la película Algo que creer (1984) de Glenn Jordan. Interrogado por un joven seminarista que se incorpora a su parroquia se planteará preguntas sobre el sentido de su ministerio. Algo que por otros motivos el ocurre al padre Ivan Williams de El mal menor (1996) de Daniel Mackay al que su pasado el acompaña poniendo en crisis su vocación.
Sin embargo, el tema preferente de los sacerdotes en crisis será la vivencia del celibato. En este sentido, entre muchas, la película más significativa es Priest (1995) de Antonia Brid. Los dos sacerdotes protagonistas afrontan este problema, el padre Greg vive un inclinación homosexual sin conciencia ni control mientras que el más mayor el padre Matthew vive una doble vida con el ama de llaves y el alcohol. La película intenta ser una denuncia de la hipocresía pero aborda con simplificación y esquemas maniqueos la crisis psicológica y espiritual de los personajes concluyendo en clave reivindicativa pero sin entrar en las cuestiones claves sobre la identidad ministerial. A partir de aquí en el resto de las películas la crítica se hace más radical cuando no con la intención de ridiculizar. Así en El crimen del padre Amaro (2002) del mexicano Carlos Carrera, basada en una obra del escritor portugués del siglo XIX Eça de Quirós, se cuenta la historia de un sacerdote frágil e inmaduro que con sus decisiones va adentrándose en una espiral de desastres que supondrán un aborto y la muerte de la joven a la que ha dejado embarazada. La película presenta la deriva del padre Amaro como un síntoma de la corrupción de la Iglesia y quiere, a la vez, denunciar la supuesta impunidad de su actuación. De entre las muchas películas que ya se mueven en este terreno pero con cada vez menos criterio podemos señalar Promesas incumplidas (1998) de Leslie Linka Glatter donde en clave de culebrón aparece un sacerdote que tiene relaciones con mujer casada.
En el tercer bloque de películas presentaremos aquellas que cuestionan al sacerdote o distintos personajes de Iglesia por su connivencia con el poder, la injusticia o formando parte de conspiraciones de intereses más o menos oscuros. Como precursora de esta línea habría que situar El Padrino III (1990) de Francis Ford Coppola. En ella desde la primera escena aparece una Iglesia, que a través de sus ministros, reconoce, encubre y negocia con la mafia. En su intento de redimirse, Michael Corleone, realiza en una escena memorable una confesión con el cardenal Lamberto (genial Al Pacino), que quiere ser un trasunto de Juan Pablo I, y que representaría la bondad y la lucidez creyente que todavía permanece en la Iglesia cuando el cónclave termina por elegirle Papa.
El film más significativo de este apartado, que además se presenta con referencia a la realidad, será Amén (2002) de Costantin Costa-Gavras. En ella se muestra a la Iglesia, especialmente al entorno de Pío XII, con una actitud pasiva ante el holocausto. Cuando el químico y oficial de las SS Kutz Gerstein hace llegar arrepentido, a través del padre Fontana, la noticia de matanzas de judíos empleando el gas Ziklon B, la respuesta será la respuesta de las responsables eclesiales será pasividad y la ausencia de denuncia pública. En medio de esta connivencia el Nuncio aparece negociando impuestos con los nazis, el cardenal Secretario de Estado comiendo marisco mientras le informan de lo avanzado del genocidio mientras que el Papa ignorante se reúne con los alemanes. El intento de presentar una Iglesia fiel y comprometida con las víctimas, representada por el padre Fontana; sirve para subrayar con más rotundidad la pretendida culpabilidad de la Iglesia en el holocausto. Hoy es reconocida, incluidas las instituciones judías, la falsedad de esta lectura de los hechos marcada ideológicamente para desprestigiar y manipular la verdad.
Pero este planteamiento también se despliega en muchas películas que con un argumento de ficción, muestran que en el fondo la Iglesia se mueve por intereses que sacrifican a la verdad y a las personas. Entre las más significativas podríamos citar Stigmata (1999) Rupert Wainwright donde un sacerdote enviado por la Congregación para las Causas de los Santos ha de investigar los supuestos estigmas de una descreída peluquera. Sus pesquisas le llevan a descubrir una conspiración a través de la cual la Iglesia esconde un texto en arameo escrito supuestamente por Jesucristo y que cambiaría el mensaje cristiano. Algo semejante a lo que ocurre en The body (2001) donde ahora el padre Gutiérrez, ex guerrillero salvadoreño y experto en historia romana, interpretado por Antonio Banderas investiga la aparición de lo que podrá ser la sepultura de Jesús. Y de nuevo la ambigüedad como estrategia que contrasta a un sacerdote buena gente con una Iglesia que funciona como aparato de poder y de mentira. En esta línea tendríamos que situar también la obra literaria de Dan Brown y sus adaptaciones cinematográficas El código Da Vinci (2006) y Ángeles y demonios (2009) ambas de Ron Howard donde la Iglesia y los eclesiásticos son presentados en torno a confabulaciones para ocultar una verdad que dejaría en evidencia la fe cristiana.