Timbuktu, las víctimas ocultas del fundamentalismo y su resistente dignidad creyente
Los medios de comunicación occidentales muestran, en despliegues excepcionales, las consecuencias del terrorismo yihadista. Sin embargo, permanece oculto el sufrimiento de los propios creyentes musulmanes en los lugares en que triunfa el fundamentalismo. La película “Timbuktu” es el testimonio de tantos pueblos llamados a la resistencia al ser oprimidos por una interpretación medieval y violenta del Islam que deja como principales víctimas a esos pueblos que siguen creyendo y confiando en su Dios.
El cine que procede de los países islámicos nos manda señales significativas para recordarnos quienes son las víctimas. Timbuktu (2014) de Abderrahmane Sissako tiene enorme interés en este sentido. Premiada por el Jurado Ecuménico del último Festival de Cannes narra, de forma ficcionada, la situación de la ciudad de maliense de Tombuctú que en el año 2012 cayó en manos de yihadistas. La población vive en una especie de toque de queda permanente. No se puede escuchar música, ni reír, ni fumar, incluso no se puede jugar al fútbol. Las mujeres padecen especialmente esta situación represiva, cuando han de permanecer tapadas en público llevando obligatoriamente calcetines y guantes. Sin embargo, el protagonista Kigane vive tranquilamente en su pequeño paraíso, su tienda entre las dunas, acompañado de su esposa Satima, y su querida hija Toya, junto con Issam, un niño pastor que han acogido y que les ayuda con las vacas que tiene la familia. Todo se complica cuando matan a la vaca favorita de Kigane y él marcha a aclarar las cosas con el pescador que lo hizo. Al final se verá obligado a enfrentarse a las leyes impuestas por los radicales.
Sissako es un gran director del cine africano que sabe imprimir a sus películas una gran belleza formal tanto en los paisajes que sirven de fondo como en los personajes que configuran el drama. De él hemos conocido Bamako (2006) sobre la escenificación en Mali de un juicio donde los empobrecidos de África acusan a la Banca Mundial. Lo que este cineasta quiere mostrar es la enorme dignidad de un pueblo pobre e islámico, que resiste la dominación de los que oprimen en nombre de un supuesto código moral que dicen procede del Corán, y que no es más que una interpretación fundamentalista del mismo. El protagonista KIgane mantiene su valor y su confianza en Dios más allá de los desmanes y las injusticias que se realizan en su nombre, la pescadera que se rebela ante la exigencia de ponerse guantes ya que su trabajo lo impide, los jóvenes que juega al fútbol sin balón en un secuencia memorable, la esposa que lúcida y generosa vislumbra el dolor y el destino o los músicos que arriesgan su vida cogiendo sus instrumentos para hacer sonar sus notas. Es todo un pueblo protagonista de su resistencia silenciosa pero tenaz.
Además Sissako acierta a describir la humanidad manipulada de los verdugos, que fuman a escondidas, hablan del fútbol prohibido o llegan a compadecerse, aunque sea superficialmente, de sus víctimas. Aunque sigan sometidos y sometiendo a una ley a la que sirven con ceguera imperturbable y mortal. Un film que muestra que la primera víctima es el pueblo musulmán que mantiene su fuerza precisamente desde las raíces de su fe. Un pueblo que mira con angustia su futuro, representado en la película en los niños, cuando le usurpan su vida e incluso su Dios. Imprescindible, pues, Timbuktu, “El dolor de los pájaros” en el título original.
Es una lástima que esta película haya sido casi olvidada por las 50 malas sombras de Grey. Un escándalo de la deriva cultural y del negocio de lo vacío de nuestras sociedades. Cuando las salas se llenan de espectadores de la basura, solo unos pocos eligen lo que humaniza y llega al fondo del ser humano. Lástima, oh espectador, que sean tan pocos.