Todavía nos quedan cantos
Cuentan que la famosa canción de Navidad "Noche de paz" fue compuesta para una pequeña iglesia de San Nicolás de Oberndorf en Austria. Probablemente el órgano estaba silencioso a causa de alguna de las múltiples inundaciones que padeció la capilla y que, por otra parte, terminaron por derrumbarla. Pero en la noche de Navidad de 1818, el párroco, que se llamaba Joseph Mohr, quiso que se pusiera música a unos versos que había redactado un par de años antes. Franz Xaver Gruber compuso la melodía que aquella noche se interpretó cantada con el acompañamiento una guitarra. Parece que después de interpretarse por primera vez la canción quedó guardada en un cajón. Hasta que el organero, encargado de poner el día el viejo instrumento, la descubrió y la pasó a dos familias, los Rainer y Strasser, que eran algo así como la famosa familia Trap que inmortalizó la película "Sonrisas y lágrimas". Ambas familias difundieron la canción a través de las distintas ciudades del Tirol y desde allí fue pasando a todo el mundo.
Aurora había enseñado este famoso villancico a muchos niños que lo había cantado año tras año en la celebración de Navidad. Pero aquel año no sería posible escuchar la voz de la vieja soprano. Un grave cáncer de garganta había silenciado sus cuerdas vocales, lo cierto es que aquella Nochebuena, no estaba para cantos. La fragilidad de su salud y su grave debilidad hacían presagiar lo peor. Ella no había tenido familia, sin embargo, un numeroso grupo de sus antiguas alumnas y alumnos cuidaban de ella. Días antes se habían confabulado para organizar su traslado a la iglesia donde siempre cantó aquella noche. Como desde hacía varios meses le llevaron algo para cenar, una sopa de pescado y un poco de dulce. Cenó pronto y cuando estaba a punto de acostarse acudió una de su antiguas alumnas con su esposo. Ella agradeció aquella visita con la sencillez de la que no esperaba nada y todo era bien recibido. Poco a poco de forma inesperada fueron acudiendo otros de sus antiguos alumnos a su casa. Allí le contaron su plan, querían trasladarle en la silla de ruedas hasta la iglesia. No era asunto fácil ya la Iglesia estaba en la parte alta y unas escaleras hacían más difícil el último tramo. Pero la maniobra estaba tramada y ella se dejó llevar.
No fue tarea fácil, hasta que lograron sentarla en el banco de delante del altar mayor. Tuvieron que bajarla en volandas de su casa, que no tenía ascensor. La colocaron en una furgoneta, a la que la nevada detuvo cuando comenzaron a subir por la estrechas calles que llegaban a la pequeña loma donde se alzaba la iglesia románica que se había vestido de blanco-nieve para la ocasión. Al final la llevaron en sus brazos dos de los más jóvenes de sus antiguos alumnos. El esfuerzo valió la pena cuando vieron a su vieja maestra sentada sobre su silla, justo unos minutos antes de comenzar la liturgia de la Medianoche de Navidad.
Para aquel día la coral se había esforzado especialmente con los ensayos, quería sacar lo mejor para aquella ocasión, que se había convertido en una especie de homenaje a su anciana maestra de música. Lo cierto es que los cantos llevaban aquel día una especial vibración, sonaban distintos, aunque el nuevo director no sabía explicar del todo aquella significativa mejoría, que se manifestaba especialmente en los pasajes con más dificultad. Cuando llegó la hora de la comunión se entonó como era costumbre el antiguo villancico tirolés. El coro entonaba las estrofas con una cadencia bastante suave como era requerido. Algunos de los asistentes se añadían tarareando a media voz el famoso estribillo. Aurora sorprendentemente se escuchó tararear con una voz primero ronca y deforme pero cada vez más templada. Solo los más próximos comenzaron a percatarse de la voz recobrada de la anciana. El asombro se convertía en murmullo a la vez que el canto del villancico era abandonado. El coro que estaba delante también escuchó el canto de aquella voz que apagada volvía a alzarse especialmente trasparente y diáfana a la vez que sonora y vigorosa. Sin ningún acuerdo fueron uno a uno callando para así poder escuchar. En la iglesia se hizo un enorme silencio, solo interrumpido por aquella voz agotada y rota que volvía a sonar clara y apasionada. En medio de la noche las palabras tomaron una significación especialmente relevante: "¡Gloria a Dios, gloria al Rey Eternal! ¡Duerme el Niño Jesús!
Y en aquel momento muchos comprendieron la verdad que mostraba aquel canto. En la sonrisa de Aurora entendieron como hay una música interior que cura por dentro y se convierte en canto hacia fuera. Y al escuchar su voz recobrada redescubrieron como el Misterio ocurre en lo escondido, pero que cambia desde lo profundo extendiéndose como aquel viejo villancico en el silencio de aquella iglesia en la que el frío se había tornado en agradecimiento. Y los ojos se fueron trasladando desde aquella anciana que cantaba sobre su silla de ruedas al Niño Jesús que presidía, dormido y silencioso la celebración, y al que ella miraba con intensidad.
Aquella noche descubrieron que los ángeles seguían prestando sus voces cuando parece que ya no quedan cantos y que siguen existiendo pastores que desde la intemperie escuchan el canto que rompe la noche y les recuerda hasta que punto Dios ha apostado por los seres humanos. Algo que empezó mucho antes que la famosa canción de Navidad "Noche de paz" fuera compuesta para una pequeña iglesia de San Nicolás de Oberndorf en Austria. Algo que empezó cuando Dios levantó a la humanidad en un Niño que nos hizo ricos en su pobreza. Algo que continúa en cada milagro que hace posible que una voz entone de nuevo su canto.