Desde el Hospital de Campaña de santa Ana en Barcelona Viqui Molins, una vida al servicio de los más vulnerables

Teresiana y amiga de los pobres

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85 años de juventud no son nada. Y como no hace falta matar a nadie para reconocer una vida. Vayan estos diez rasgos de Viqui Molins como inspiración para navegantes.

1.     La infancia tras el ejemplo de su padre

La  pequeña semilla contiene la planta. Para Viqui la felicidad de la infancia es su herencia valiosa: cuando vuelve a ella respira bondad. Una casa-tribu numerosa donde la vida cada día era novedad hecha de estabilidad y cariño. La marca del estilo Molins la sustentaba el padre. Abogado de sello ignaciano, que era un laico jesuita sin saberlo. Con su esposa educaron a sus hijos como gran encomienda. En la particularidad de cada uno, en la compenetración de los hermanos, en la formación como exigencia, en la cultura como reto y la fe como horizonte. Intuitivamente aprendían el discernimiento en una familia que eran ejercicios en la vida ordinaria.

2.     La vocación como disponibilidad

La cardiomegalia, alias corazón grande, no viene de ahora; se manifiesta en la juventud. Un corazón grande y enamoradizo que terminó posándose en Jesús de Nazaret para disponer la voluntad. La vocación religiosa latía escondida en el ADN. La providencia quiso que por las teresianas entrara Santa Teresa en su vida. Entre las moradas del noviciado aprendió que Dios: “sin herir dolor hacéis, y sin dolor deshacéis, el amor de las criaturas” (Teresa de Jesús, ¡Oh hermosura que excedéis!).  Está vivencia afectiva de Dios acompaña su vida y su oración se convierte en compañera exigente pero consoladora. El complemento de San Enric d’Ossó la empujó a “tratarse de organizar, de ordenar, de edificar, no debe descuidarse lo que ha de contribuir más eficazmente a mantener la unión” (EEO III, pp. 812). Lo que le llevó a recibir una formación espiritual e intelectual sólida que a la vez que mira al cielo pisa tierra.

3.     La conformación de una educadora

Pensaba ser misionera pero se queda entre Barcelona y Madrid. Los años de educadora son imprescindibles para comprender el estilo de acompañamiento de Viqui. Las alumnas a su lado le enseñan que no se trata de aprender de memoria, ni de adquirir competencias sino de cuidar a las personas. Lo esencial es educar a cada una. Esto supone escarbar en las posibilidades escondidas. No quedarse en los límites, en los defectos o suspensos sino alcanzar la belleza del otro en su profundidad. La fuente de las motivaciones late en el corazón y allá se trata de llegar para hacer brotar lo mejor, lo único de cada uno.  Sus alumnas de la primera hora enseñarán a la acompañante social de después que siempre algo hay que pueda ser educado para relanzar a la persona.

4.     La conversión hacia los empobrecidos

Desde el Norte de colegios con alumnos destacados viaja hacia el Sur en los veranos en África y América Latina. Y aquello le da la vuelta como a un guante. Se le mete en la cabeza, junto con alguna otra hermana, que tienen que viajar desde el Norte hasta el Sur de la ciudad de Barcelona. Así toman el camino del Raval, un barrio que será su escuela con un curriculum tumultuoso, multicultural, conflictivo y acogedor. En ese camino se encontrará con una maestra de almas. Sor Genoveva guía a la educadora de ricos para hacerse acompañante de pobres. Y ello con un dispositivo bastante escaso, pero a la vez barato: la ternura. El abrazo como bandera de los perdedores. Si las instituciones destilan protocolos; los corazones acogen, escuchan, adoptan, sostienen y prefieren incluir.

5.     En la cárcel con la sola presencia

Las personas privadas de libertad son invisibles si no vas a verlos. La ruta de la prisión se convierte para Viqui en una cita semanal imprescindible. Allí busca a los últimos de los últimos, lo que están solos, los que no se adaptan, los que son más vulnerables para sobrevivir. Al final se siente en la cárcel como en su casa y traba complicidades (legales, dejémoslos claro) con internos, funcionarios o directivos que le ayudan en las causas perdidas. Y a través de ella, permiten que la dinámica de la compasión airee las causas penales que dan pena.

6.     Dar voz a los que no tienen voz

Viqui es una escritora compulsiva, con una facilidad asombrosa para modelar verbos y adjetivos. Solo en el tiempo de confinamiento ha dado a luz cuatro libros. Escribe porque no se puede quedar dentro lo que vive, casi como el agua de los embalses, las palabras empujan para desbordarse. Pero lo suyo es ser una espigadora de la vida, se inspira en los encuentros y para ella contar es poner en el candelero a los olvidados para denunciar, hacer memoria o empujar a abrir futuros. Es una comunicadora nata y sabe que es mediática para poner los medios al servicio de los descartados. Así viste una humildad espontánea que trasparenta verdad y por eso te puedes fiar de lo que escribe o cuenta.

7.     La morada teresiana

En la vida de Viqui la comunidad teresiana es el taller donde se fraguan sus disponibilidades. La oración compartida con las hermanas al principio del día, la mesa fraterna que ellas mismas se cocinan, hacer y decir tonterías juntas para destilar los sufrimientos de tantos en risas. Éste es el secreto de la constancia y el elixir de juventud. Ahora esta comunidad de monjas-abuelas resistentes aguantan lo que les echen. Saben que en la alianza de los débiles aparece una fortaleza misteriosa que hace posible lo imposible. Por eso, convirtieron un un piso que en el origen atendía citas, en un hogar donde durante más de veinticinco años de vida común hay faro de irradiación de fraternidad.

8.     Corazón de Hospital de Campaña

El proyecto del Hospital de Campaña le cayó a Viqui como un traje a medida. En la parroquia de Santa Ana se han ido encarnando muchas de sus intuiciones y experiencias. La sintonía con el papa Francisco para atender a los heridos existenciales se convirtió en un nuevo llamamiento a lo Nicodemo, a última hora. Así ella, alérgica a las obras sociales, se puso manos a la obra de una casa de fraternidad que se sale de las casillas habituales. Que no es un templo pero que la iglesia de Jesús, que no es un equipamiento social pero que es un verdadero servicio social. Le gusta sentarse junto al Jesús sin hogar que está en bronce a la entrada, más en esta temporada en la cual el aire le resultaba más escaso. Y allí tocando los pies llagados recuerda los nombres de las personas que va acompañando.

9.     Los amigos de Viqui

Son una multitud plural y variopinta, de edades, nacionalidades así como de modulaciones de sexo y género. Si a Teresa de Jesús le dijo su confesor que “ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles”. Viqui siguió al viejo confesor a pide de la letra y anda convirtiendo en ángeles a muchachos que viven en la calle, a mujeres desahuciadas por la enfermedad mental o compañeros de prisión que salen en condicional desbarajuste. Además mantiene una memoria remota envidiable, ya que junta caras con nombres acertando con la audacia de una maestra de escuela. Estos recuerdos suyos son su forma de no olvidar a los amigos para estar atento a sus necesidades. Y cuida a los amigos consiguiendo las cosas más inverosímiles sea un móvil de tercera mano, un collar para el perro, una dentadura nueva está vez no reciclada, un saco de dormir o un refugio para las crisis.

10.   El optimismo de la esperanza

La alegría le viene y le sobrepasa. Con su hermana Pilar hacen de payasas en plan amateur, pero esto es una señal de cómo el humor en ella logra vencer al drama. Es la flor de la maravilla; capaz de llorar por el fracaso de alguien o pasar una noche en vela tras algún desastre y al día siguiente florecer para encontrar un motivo para sonreír. Hacer el ganso es su forma de decir que la vida es bella. Y su alegría viene de la mirada infinita que más allá de sombras y noches, vislumbra amaneceres. Un regalo para todos.

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