El árbol de la vida: Una obra maestra que perdurará

Terrence Malick (Malas Tierras, 1973; Días del cielo, 1978; La delgada línea roja, 1998; El nuevo mundo, 2005)ha realizado una obra maestra que supone al artista capaz de expresarse a través del cine, al pensador que se asienta en la tradición filosófica, teológica y musical, y al creyente que quiere plasmar su experiencia de Dios. Tal intención nos lleva a una obra compleja que puede ser contemplada desde una cierta sencillez pero que no funcionará como película comercial. En este caso la crítica quiere ser una invitación responsable a ver una película que provoca una experiencia estética, invita a adentrase en la experiencia de la gracia y deja un poso reflexivo que exige tanto la revisitación –aquí la repetición será obligada- como a la contemplación y el diálogo.
La película en el primer nivel narrativo cuenta la historia de una familia en Texas en los años cincuenta el padre autoritario – genial Brad Pitt- y la madre bondadosa –todo un descubrimiento Jessica Chastain-tienen tres hijos varones de los que seguimos de forma especial a Jack -que será interpretado por Hunter McCracken de niño-adolescente y Sean Penn de adulto-, el mediano y especialmente significativo R.L. (Laramie Eppler) y Steve ( Tye Sheridan) que será el pequeño. Esta histórica doméstica se nos presenta en tres planos un ahora trágico, un pasado complejo y un futuro de promesa. Este nivel es la disculpa para presentarnos una biografía personal donde la gracia que se presenta como una historia de salvación: gracia original, pecado, redención y consumación.
El segundo nivel narrativo se expresa con imágenes –memorable la fotografía de Emmanuel Lubezki-, y música que dan a la historia un alcance cósmico y universal. No se trata de una biografía concreta sino de una presentación de la historia del universo y el ser humano ante Dios que le regala su gracia. Aquí tiene sentido el largo excursus sobre el origen del universo y la vida así como los intercalados visuales, que más que fragmentar la narración la despliegan, y en los que se introduce numerosos símbolos acompañados una banda sonora que actúa también como un potente emisor de mensajes. La complejidad significativa de los más de 30 fragmentos de música clásica y contemporánea nos llevan a recorrer obras de Bach, Mozart, Brahms, Mahler, Smetana, Respighi, Couperin (padre e hijo al piano y a la guitarra), Holst, incluso Preisner –el compositor de Kieslowski- para llevarnos hacia el “Agnus Dei”, de la “Grande Messe de Morts” de Berlioz.
El tercer nivel narrativo tiene la forma de una oración que es pronunciada fundamentalmente ante Dios por los tres personajes principales madre, padre e hijo mayor. En estas oraciones armonizadas con las imágenes y la banda sonora se ofrece el fondo teológico que manifiesta la presencia y la búsqueda de Dios, el encuentro y la ausencia del Misterio, la gracia y la naturaleza, el dolor y el pecado, la conversión y, por fin, la alabanza.
La película también tiene sus límites como no puede ser menos ante el reto imposible que aborda. La sobreabundacia en algunos momentos se convierte en retórica, la ciencia se mezcla sin demasiado aviso con la creencia, la presentación de esta familia supone una tipología poco universal, lo explícito de la confesión se hace incomprensible para el que no ha surcado por los mares de la fe cristiana y lo complejo del relatop puede excluir a los sencillos.
Sin embargo, no queda impedida la genialidad. Señalada por la división radical de opiniones entre la crítica, elevada por la excepcional forma fílmica que despliega, impúdica y arriesgada por la presentación de la fe que realiza. Esta película se convertirá para los cinéfilos en obra de culto y para el cine espiritual en referencia. Para nada es fácil, por eso esta crítica quiere ofrecer en planos unas pistas provisionales para la visión.
Como fondo último hay una llamada a la conversión al misterio de la presencia elocuente, escondida y también dramática, en medio del pecado y de la muerte, de la Gracia. Por ello termina convirtiéndose en una alabanza. Aquí hay un creyente, que lleno de límites, que los hay, nos muestra sobrecogido su experiencia de Dios. Un lugar donde el cine se hace don.
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