Las buenas intenciones


“Cataluña por encima todo”, con esta cita transformada de unos versos del viejo himno patriótico alemán, la película nos propone una crítica a la intolerancia y a las actitudes xenófogas desde tres historias que tienen en común la ambientación en un pueblo rural catalán y algunos personajes que se mezclan. Con una realización sencilla y llena de buenas intenciones, los tres episodios quieren ser un aviso frente a los riesgos de las dinámicas de exclusión social.
La primera historia protagonizada por un ex presidiario, con una significativa actuación del televisivo Gonzalo Cunill –recordemos al Rudy de “El cor de la ciutat”- se centra en su vuelta a casa, tras 19 años de prisión cumpliendo condena por violación. Asistimos al dolor silencioso de este ser humano que quiere reconstruir su vida frente a un entorno que no olvida. Las referencias a “Umberto D” (1952, Vittorio De Sica) no suponen una sintonía de perspectiva con esta obra maestra del neorrealismo, sino que más bien la cuestionan por ingenua.
La segunda parte, sin duda la más interesante, supone un cambio del drama a la comedia. Un emigrante subsahariano en paro - Babou Cham hace un buen trabajo- termina como el cobrador de morosos catalán. Con un tono desenfadado, aborda el esfuerzo de los que vienen de lejos para integrarse logrando salir adelante, a la vez que presenta los riesgos de los discursos populistas y las actitudes de intransigencia. La defensa de la dignidad se realiza desde un humor que consiente las alusiones concretas a la vida política catalana.
El tercer episodio es un intento de completar este itinerario por las dinámicas de la exclusión. Aquí se mete en un terreno pantanoso al aludir a un caso judicial famoso al que se refiere casi directamente. Un empresario (Joel Joan), aparentemente en defensa de su familia - su esposa está interpretada por Belén Fabra-, mata a unos ladrones extranjeros originarios del Este que desvalijan su lujosa casa. En este punto la película se aleja de la ficción para denunciar la realidad. El problema es que el tratamiento esquemático y simplista se agudiza, y lo que podía ser el beneficio de la oportunidad, termina por emborronar el resto de la película. Un sospechoso uso de la polémica que más que atraer al espectador le previene contra la superficialidad.
Ramon Térmens “Joves” (2004) y “Negro Buenos Aires” (2009)- entra en temas de calado con un deseo de denuncia social pero se tropieza al asumir un tono demasiado inmediatista, más periodístico que reflexivo. Así sus alusiones concretas quitan universalidad a una propuesta que al perder profundidad manifiesta con más claridad las dificultades narrativas. El primer episodio no logra articular con acierto el silencio de su protagonista y la intensidad del drama. El episodio cómico aparece rodado de forma bastante rudimentaria. Y en el último capítulo al perder el hilo argumental el guión no encaja. Lo que no resta que este director apunta maneras por la sinceridad de sus planteamientos y por el punto de vista imaginativo y sugerente desde el que cuenta sus historias.
El problema de distribución de esta cinta que ha pasado por festivales como Montreal y Málaga es su limitado punto de vista. Sin embargo, existen pistas interesantes: algunas actuaciones, en especial Jordi Dauder en este su testamento fílmico; la cercanía a lo inmediato para abordar lo profundo; la apuesta por la síntesis entre el drama y la comedia; así como la denuncia sobre la prácticas sociales que entrañan riesgos para la convivencia.


La maduración de toda obra supone el ensayo. Estamos ante un experimento bien intencionado, pero falto de hondura y con dificultades narrativas por su esquematismo. La perspectiva local (“Crónicas de un pueblo”) no debería haber afectado tanto a la validez universal y la pretensión de contar historias se hubiera enriquecido cruzándolas para enganchar dramáticamente al espectador. Sin embargo, cabe confiar en la maduración de la experiencia, este director nos ofrecerá sorpresas más allá de las buenas intenciones.
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