El caso Farewell. La persona sacrificada por el sistema
Christian Carion, al que recordamos por “Feliz Navidad” (2005), nos ofrece esta adaptación cinematográfica de la mayor operación de espionaje de la guerra fría, L’affaire Farewell. Construida como una mezcla entre el drama político, el suspense de espionaje y la tesis antropológica este film no solo entretiene sino que da que pensar.
Los hechos históricos se sitúan en la década de los 80, cuando el coronel Vladimir Vetrov, miembro del KGB, decepcionado por el rumbo del régimen soviético en decadencia, se propone forzar un cambio político desvelando los secretos del espionaje ruso, especialmente en lo que afecta a sus servicios de información y al conocimiento de los mecanismos de defensa de EEUU. Un ingeniero francés de la Thomson-CFS, Pierre Froment, se convertirá en el correo que recibe toda la información. Estos secretos desde el espionaje francés llegarán a François Miterrand que se colocará en una situación ventajosa como aliado de los EEUU de Ronald Reagan. Las consecuencias del caso serán el debilitamiento del espionaje de la URSS, lo que añadido a las propias a las dificultades económicas, políticas y sociales desencadenará la perestroika de Mijail Gorbachov.
El films mantiene su interés en una doble perspectiva. Por una parte, la cuestión política que permite comprender la descomposición del régimen policial soviético, la astucia del socialista Mitterrand y la prepotencia de EEUU, que sigue apareciendo como un país de cowboys montado por Ronald Reagan -interpretado hasta el esperpento por Fred Ward- y que llega a considerar al mundo como su rancho. En la otra perspectiva, se mantiene la tensión de la historia personal del coronel Grigoriev (el guión cambia el nombre) – enigmático y veraz el director y actor serbio Emir Kusturica- y su correo el ingeniero Froment- con una actuación ascendente de Guillaume Canet- que se ve progresivamente implicado en un asunto del que va comprendiendo sus dimensión al mismo ritmo que el espectador. Kusturica, en su primer papel importante, nos muestra a un personaje lleno de capas, mentiras y ambigüedades pero que termina por desvelarse auténtico en su lucha por un ideal social para ofrecer un mundo mejor a su hijo. El personaje de Canet, representante del individualismo occidental, poco a poco se ve contagiado por el entusiasmo de su fuente de información que aspira a cambiar el mundo poniendo en riesgo su vida y la de su familia. La situación de riesgo de los personajes potenciará una huida de corte débilmente hitchconiano.
Lo más interesante del planteamiento radica en la crítica a un sistema que termina por sacrificar a las personas y sus ideales. Como si lo social terminara por corromper a los individuos y donde la alternativa política a la dictadura soviética será la mentira y el vacío ético de occidente. La tesis de que la complejidad y la manipulación social corrompen al sujeto resulta bastante lúcida. Por eso, la autenticidad de los dos protagonistas queda linda por un lado con la ingenuidad de los idealistas y por el otro con la fuerza de un sistema siempre ambiguo que termina por fagocitar cualquier novedad. Aunque en el final, la crítica ácida termina por salvar el deseo interior de regalar esperanza a los que viene detrás. Aunque sea difícil.
Los hechos históricos se sitúan en la década de los 80, cuando el coronel Vladimir Vetrov, miembro del KGB, decepcionado por el rumbo del régimen soviético en decadencia, se propone forzar un cambio político desvelando los secretos del espionaje ruso, especialmente en lo que afecta a sus servicios de información y al conocimiento de los mecanismos de defensa de EEUU. Un ingeniero francés de la Thomson-CFS, Pierre Froment, se convertirá en el correo que recibe toda la información. Estos secretos desde el espionaje francés llegarán a François Miterrand que se colocará en una situación ventajosa como aliado de los EEUU de Ronald Reagan. Las consecuencias del caso serán el debilitamiento del espionaje de la URSS, lo que añadido a las propias a las dificultades económicas, políticas y sociales desencadenará la perestroika de Mijail Gorbachov.
El films mantiene su interés en una doble perspectiva. Por una parte, la cuestión política que permite comprender la descomposición del régimen policial soviético, la astucia del socialista Mitterrand y la prepotencia de EEUU, que sigue apareciendo como un país de cowboys montado por Ronald Reagan -interpretado hasta el esperpento por Fred Ward- y que llega a considerar al mundo como su rancho. En la otra perspectiva, se mantiene la tensión de la historia personal del coronel Grigoriev (el guión cambia el nombre) – enigmático y veraz el director y actor serbio Emir Kusturica- y su correo el ingeniero Froment- con una actuación ascendente de Guillaume Canet- que se ve progresivamente implicado en un asunto del que va comprendiendo sus dimensión al mismo ritmo que el espectador. Kusturica, en su primer papel importante, nos muestra a un personaje lleno de capas, mentiras y ambigüedades pero que termina por desvelarse auténtico en su lucha por un ideal social para ofrecer un mundo mejor a su hijo. El personaje de Canet, representante del individualismo occidental, poco a poco se ve contagiado por el entusiasmo de su fuente de información que aspira a cambiar el mundo poniendo en riesgo su vida y la de su familia. La situación de riesgo de los personajes potenciará una huida de corte débilmente hitchconiano.
Lo más interesante del planteamiento radica en la crítica a un sistema que termina por sacrificar a las personas y sus ideales. Como si lo social terminara por corromper a los individuos y donde la alternativa política a la dictadura soviética será la mentira y el vacío ético de occidente. La tesis de que la complejidad y la manipulación social corrompen al sujeto resulta bastante lúcida. Por eso, la autenticidad de los dos protagonistas queda linda por un lado con la ingenuidad de los idealistas y por el otro con la fuerza de un sistema siempre ambiguo que termina por fagocitar cualquier novedad. Aunque en el final, la crítica ácida termina por salvar el deseo interior de regalar esperanza a los que viene detrás. Aunque sea difícil.