La generosidad de los que tienen un don
Another Year es una nueva muestra del humanismo de Mike Leigh que realiza un elogio al amor sencillo de un matrimonio de sesentones, curiosamente Tom y Gerri, que viven su vida abriendo su casa a aquellos que se acercan. El film, como es habitual en este director en sobresalientes actuaciones con una fenomenal dirección de actores, en una narración entrecortada y sorprendente marcada por una iluminación que destaca el paso del tiempo y las estaciones. Así nos encontramos con una propuesta en la que llegamos a reconocer el valor de la gente sencilla que han encontrado el paz y la búsqueda de los que andan tras ella.
Mike Leigh sigue, pues, profundizando en las relaciones humanas, especialmente en las familiares, como hizo en la magistral "Secretos y mentiras" (1996) donde una joven negra buscando a su madre biológica fue a conocer una curioso hogar donde junto a la limitación y la miseria humana emergía el deseo de encuentro y comunicación. Claves que también de desarrolla en la desestructurada familia de "Todo o nada" (2002) donde sus miembros terminan por apoyarse unos en otros asumiendo sus debilidades y ofreciendo sus fortalezas.
La narración se estructura en cuatro capítulos que corresponden a las estaciones y que hace especialmente explícitas en las salidas del matrimonio a un huerto donde vemos reflejarse los matices de cada tiempo a su vez que los vemos trasladarse al itinerario de las relaciones personales. El prólogo nos ofrece una anticipo temático señalando la dificultad de la comunicación y el problema de la soledad. Como contraste nos muestra un hogar formado por una pareja entrañable -estupendos Jim Broadbent y Ruth Sheen- que acogen a un grupo de amigos bastante rotos por el aislamiento y el fracaso vital, geniales las interpretaciones Lesley Manville (Mary) y de Peter Wight (Ken). Por si fuera poco a esta casa de acogida se incorporará a un adusto y seco David Bradley (Ronni) que ha perdido a su esposa en medio del desastre familiar y al hijo de la pareja Joe, que es interpretado por Oliver Maltman, que acaba de encontrar pareja en una inspirada Karina Fernandez en el papel de Katie.
El modelo del matrimonio protagonista es un referente de experiencia de amor donde desde la sencillez de lo cotidiano - una comida, el trabajo juntos en el jardín o el silencio compartido- se nos muestra una experiencia de comunicación y reconocimiento del otro. Desde la gratuidad ellos acogen a la gente perdida de su entorno de amigos, conscientes del poder de la escucha. Allí acude la histérica Mary que arrastra la frustración intentando conducir su vida hacia un desastre que parece inevitable. Por allí pasa a un desarbolado Ken, alcohólico y desahuciado de sí mismo. Pero en medio de la ciudad impersonal y deshumanizante está aquel islote de salvación, donde se pueden sentar a la mesa, recibir un abrazo o dormir la borrachera en el sofá.
La figura de la nueva y más joven pareja, Joe y Katie, representan el futuro de la familia. Cuando hay un hogar detrás, un modelo, es posible intentarlo. Ellos son un signo de esperanza. Aunque la propuesta de Leigh para nada es ingenua, sabe bien de la fragilidad, de los deseos insatisfechos y de la tristeza radical. Algo que representa bien Ronnie, el hermano viudo de Tom. Acompañamos a los personajes en sus bajadas más allá de las apariencias, así las imágenes retratan el dolor de sus almas y las palabras resaltan la deriva del sentido.
Sin embargo, hay razones para el optimismo. No todo está perdido. Es posible amar y ser amado y si no es posible, al menos se puede encontrar un hombro donde reclinar la cabeza. Por eso esta tragicomedia ofrece una buena y veraz dosis de esperanza donde los héroes podemos ser cualquiera de nosotros.