La gracia de una obra imprescindible: El festín de Babette
Cuando se cumplen 25 años del estreno del “El festín de Babette”, se ha celebrado en el Festival de Cine de San Sebastián un pase con la presencia Stéphane Audran, la actriz protagonista, que esta vez de la mano del cocinero vasco Mikel Santamaría pudo probar los exquisitos platos que preparó para el banquete de ficción. Tendremos la suerte de contar con una versión restaurada de esta obra maestra del cine espiritual próximamente en salas y revisitar o ver por primera vez, esta película imprescindible que obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera en 1988.
El director danés Gabriel Axel se coloca en la mejor tradición de los grandes directores nórdicos que como Dreyer o Bergman ha abordado la cuestión de la fe. En este caso ayudado por la obra escrita de Karen Blixen, a la que debemos recordar por su texto “Memorias de África” que se hizo famoso por la adaptación cinematográfica que convirtió la lograda obra literaria en un exitoso melodrama con Meryl Streep y Robert Redford como protagonistas.
Babette es una refugiada que tiene que huir a una aldea de Jutlandia por la persecución durante la Comuna de París. Allí es acogida en su casa por dos hermanas ya mayores, miembros de una pequeña comunidad luterana, que sigue la herencia del padre de ambas y antiguo pastor. La presencia de Babette en las pequeñas tareas doméstica irá cambiando de forma sencilla e casi imperceptible la vida de Martine y Philippa, cuyos nombres hacen referencia a Martín Lutero y Philip Melanchton. La revolución culmina, cuando Babette gana un importante premio de la lotería y decide gastarse íntegramente en una cena que quiere ser un regalo de agradecimiento a este grupo que la acogió.
La sorpresa que nos depara el banquete es que se trata de una parábola, en la mejor tradición evangélica, sobre la Gracia. En una comunidad esclerotizada por una piedad rígida y una ética del cumplimiento. Babette, la francesa extranjera, es una visitación crística. Que simbólicamente se expresa en el crucifijo de lleva colgado y que se despliega en la sobreabundancia en unos manjares que deleitando al cuerpo acaban por afectar al espíritu, permitiendo la comunicación significativa y profundamente humana entre el alma encarnada y el cuerpo animado.
El viejo general, antiguo pretendiente de una de las hermanas, se convertirá en el intérprete del gesto excesivo de Babette. , “Nuestra elección no tiene importancia. Llega un tiempo que se abren nuestros ojos y llegamos a comprender que la gracia es infinita. Y lo único que debemos hacer es esperarla con confianza y recibirla con gratitud. La gracia no pone condiciones”. El poder transformador de la libertad amorosa que se dona en gratuidad transforma el corazón de la apagada comunidad. La secuencia final de la danza de los hermanos unidos bajo un cielo estrellado es una preciosa imagen de la fiesta a la que la gracia nos convida.
¿Tiene sentido la fiesta cuando tantos hermanos están en dificultades? Junto a los análisis de realidad y las exigencias éticas del momento, los cantos y los relatos de esperanza son territorio de la gracia. Nos recuerda que no estamos solos, en cualquier momento podemos ser visitados por el don de Dios, que está poniendo una mesa en medio de las mesas de los cambistas justo donde los tiburones se convierten en delfines y las lanzas en podaderas. ¿Un sueño? O quizás no.