Los miserables: Revisitando el drama romántico de inspiración cristiana



El gran éxito del musical que adapta a “Los miserables” se traspasa a la pantalla en una realización del oscarizado Tom Hooper. Fiel a la obra romántica de Víctor Hugo mantiene la inspiración profundamente cristiana del original, trasladada un libreto teatral con poco diálogo hablado y 50 canciones del compositor Claude-Michel Shonberg y letristas Alain Boublily Herbert Kretzmer. La novedad de esta adaptación es que toma la obra de teatro musical como punto de partida y asume el reto, del que sale bastante airoso, de trasplantarlo al lenguaje cinematográfico.
La obra literaria es un clásico de la novela romántica con connotaciones políticas, éticas y religiosas. El antagonismo entre la bondad del ex-convicto redimido Jean Valjean y la persistente persecución del inspector Javert atrapado en el mal se despliega durante la insurrección de junio de 1832 en París. La situación de miseria económica, las consecuencias devastadoras de la peste y los abusos de la monarquía explotan en una pequeña rebelión republicana, tras la muerte del general Jean Maximilien Lamarque, que es aplastada por las tropas del rey Luis Felipe I. La novela se sirve de este arquetipo de rebelión frente a la explotación para mostrar la posibilidad del cambio desde la trasformación personal en clave social y utópica inspirada por el sentido cristiano.

Contamos con hasta 70 adaptaciones en 15 idiomas de una de las obras literarias como mayor presencia cinematográfica. De entre ellas, personalmente, me inclino por la versión dirigida por Bille August (1998) con las interpretaciones de Liam Neeson, Geoffrey Rush y Uma Thurman. Esta nueva propuesta tiene la ventaja de tirar del éxito del musical trasladándolo a una realización con buen ritmo general, una puesta en escena espectacular y unas actuaciones sobresalientes Anne Hathaway en una Fantine dramáticamente convincente, Russell Crowe en una interpretación del inspector Javert menos malvada pero sugerente por ambigua y un Hugh Jackman que, en la piel del protagonista Jean Valjean, va entonándose según avanza el metraje. También destacan entre los secundarios Amanda Seyfried en el papel de Cosette adulta, Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen en el papel de los Thénardier, un matrimonio de pícaros de inacabable capacidad de adaptación, y Samantha Barks en el papel de Éponine la oponente pobre de Cosette resultando más flojo Eddie Redmayne en el papel del joven revolucionario enamorado Marius.
Cinematográficamente en el desarrollo de las secuencias concretas se abusa de las angulaciones, de la inestabilidad de la cámara y de los primeros planos lo que llega a cansar al espectador que a pesar de estos límites se mantiene, salvo algún altibajo, enganchado emocionalmente. Las secuencias corales adolecen de falta de movimiento lo que hace repetitivos los frecuentes solos y dúos estáticos de los personajes. Aunque el canto desgarrado, la fuerza musical de la partitura, la radicalidad de las vivencias de los personajes que funcionan como arquetipos y el denso contenido espiritual terminan por atrapar al público. Sin embargo, la puesta en escena grandiosa adolece de profundidad simbólica, así la pasión y la cruz son mostradas más como un subrayado estético que como iconos del drama de Dios y el mundo. Los contrapicados que aluden a la trascendencia por simples diluyen la profundidad en la espectacularidad haciendo que la hondura del canto se sienta incómoda en el efectismo formal.
Desde el punto de vista espiritual es un claro ejemplo de la vigencia del relato cristiano como propuesta de sentido. Los espectadores queden atrapados por el drama romántico porque aunque reconocen la simplificación emocional que se aleja del realismo posmoderno descubren que la sencillez esconde la verdad de los conflictos humanos sobre el amor y el desamor, al ambición y la generosidad, el ley y la misericordia, la violencia y el perdón o la verdad y la apariencia. El poder del drama tiene en Cristo un protagonista callado aunque encarnado en personajes como el obispo Myriel y principalmente Jean Valjean. En él se representa la bondad orante con cuatro plegarias memorables: en la hora de la conversión, en el momento de desvelar su identidad para salvar a un inocente, en la petición por su joven oponente de su amor paternal por Cosette y en la hora final.
En la película, como en la novela, el tema cristiano de la elección paulina entre gracia y ley se presenta como argumento central en la lucha entre Valjean y el inspector Javert, donde solo el perdón redentor tiene fuerza generadora de futuro al tener en Dios su origen. Pero también la versión musical despliega otros aspectos cristianos esenciales como la lucha por la justicia y el cambio social desde la conversión personal, el sacrificio como disponibilidad y desarraigo, la esperanza más allá de la muerte y el horizonte de la comunión de los santos como plenificación de las utopías mundanas.
"Amar a otra persona es ver el rostro de Dios" cantan al final Fantine, Valjean y Eponine, los personajes de la renuncia de amor. Y esta es la gran aportación de la novela, el musical y la película, recordar la actualidad del relato cristiano y hacer memoria de lo definitivo. “Perdido en el valle de la noche, es la música de un pueblo que está subiendo a la luz” cantan desde la eternidad los personajes.
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