El molino y la cruz: El arte contempla la Pasión


La novedad de la propuesta cinematográfica de Lech Majewski tiene que ver con el arte como contemplación. Investiga aportando creativamente una nueva profundidad desde el cine a la pintura. En sus películas “Angelus” (2000) y “El jardín de las delicias terrenales” (2004) ya había intentado convertir en narración el tiempo detenido del cuadro. Ahora en “El molino y la cruz” (2011) la ayuda de la reconstrucción digital de la imagen, la simbólica genial de la pintura “El camino al Calvario” de Pieter Bruegel, la interpretación del crítico de arte Michael Francis Gibson y la maestría del director polaco se reúnen para ofrecernos una obra imprescindible.
Frente al uso de los efectos especiales para el cine-espectáculo, aquí Majewski se sirve de la filmación con croma para establecer niveles en unos planos realizados como cine-arte. El fondo estático del cuadro reconstruido a gran tamaño promueve una mirada pasiva del espectador, que está en una pinacoteca situada en una sala de cine. La incorporación de los paisajes y el cielo misterioso enriquece la mirada desde una contemplación hecha sentimiento de lo real. La vida de los personajes del cuadro convierte en narración la escena pintada, la disposición en el cuadro se convierte en el eje de narración colocando al oculto Crucificado en el centro de una vida cotidiana dramática entre el árbol de la vida y el de la muerte donde los narradores nos descubren la actualidad de la pasión. Aquí la forma y el fondo, el icono y el relato se implican y la prioridad estética se convierte en mirada ética y religiosa.
Lo que el cuadro de 1564 oculta es un grito contra los abusos y la crueldad de la ocupación de los tercios de Flandes en los Países Bajos. El personaje del pintor Bruegel (Rutger Hauer) nos aporta las claves de sentido de su pintura. Nicolaes Jonghelinck (Michael York), el banquero- mecenas que encarga el cuadro, nos introduce en el momento histórico desde la perspectiva de un cristiano de la Reforma. María (Charlotte Rampling), la madre de Jesús, nos acompaña en nuestro dolor ante el sinsentido del sufrimiento culpable impuesto por los imperios que suelen encarnar el mal. Junto a ellos las escenas de lo cotidiano donde los personajes cobran vida como víctimas, verdugos, críticos o bufones.
Esta representación de la pasión, este via crucis, enfrenta de forma actualizada al sufrimiento y a los crucificados. Desde el pintor a los de su tiempo, desde el cineasta a nuestro tiempo. Desde ambos al mal de todos los tiempos. La pregunta es ¿porqué el ser humano infringe el mal a su hermano? ¿Qué sentido tiene este dolor culpable? ¿La vida rueda sin más dejando en la cuneta olvidadas a las víctimas?
La pregunta se convierte necesariamente en religiosa. El poder manipula la religión a su servicio pero el sufrimiento sigue clamando a Dios. La respuesta cristiana está en el Crucificado ocultado pero en el centro, sin rostro aunque señalado como Redentor del sentido. Triturado como el grano para ser pan y para recordar que hay más allá del dolor. Como dice el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, en su crítica a esta película. “La imagen imprescindible que selecciono: estamos en la penúltima secuencia. Cristo ha muerto. En medio de cosmos -micro y macro- conmocionado y envuelto en las tinieblas, el tiempo se para. Mientras el molinero detiene el molino y los engranajes permanecen en silencio, sus ojos se llenan de lágrimas: Dios llora el sacrificio del Hijo por amor al ser humano. Pero, en el silencio absoluto del Sábado Santo, la obediencia del Crucificado ya hace brotar el árbol de la Resurrección”.
Y además el molino y el minúsculo molinero del cuadro. Extrañamente este símbolo domina en la distancia trascendente la composición. Un Dios misterioso, silencioso y distante. Pero en Él es posible triturar el mal para convertirlo nuevamente en vida. Quizás un Dios demasiado complicado en el mal humano a la vez que demasiado lejano para estar implicado en el Hijo. Quizás un tiempo demasiado cíclico que se vuelve sobre sí para repetir el mismo dolor entre la vida y la muerte que sigue girando en el tiempo sin fin.
Nuevamente la pasión humana nos enfrenta a la pasión de Dios en el Crucificado. En la obra de Bruegel está el dolor creyente, en la película de Majewski el dolor actual así como la vieja y siempre nueva pregunta de Job ¿dónde estás Tú? Pero hay algo más que silencio, algo más que la mirada lejana, hay una Presencia de amor insignificante y escondida justo en el centro de la tela de araña.
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