El último Harry Potter y los límites del relato de fantasía



Desde el punto de vista espiritual los relatos de fantasía tienen un especial interés. En este caso la octava entrega -“Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: Parte II” de David Yates- nos permite realizar una evaluación global. Lo cierto es que cada generación necesita tener sus propios relatos fantásticos. La serie de Harry Potter de la autora británica J. K. Rowling recoge y renueva toda la tradición del género desde "Peter Pan" hasta "El señor de los anillos", desde "Las crónicas de Narnia" a "Alicia en el País de las Maravillas". En este caso nos permite acceder mediante el mundo fantástico de la magia a otra dimensión donde la lucha entre el bien y el mal adquieren un tono trascendente.

En la última entrega el género evoluciona, como crecen sus protagonistas, en una película más tenebrosa y adulta donde el poder del mal parece alcanzar toda su densidad para marcar un tono apocalíptico. El maligno Voldemort, cuyo rostro desfigurado parece respirar otro aire, se presenta definitivamente como padre y engendrador del mal que domina el Ministerio de la Magia y la escuela de magos de Hogwarts. La misión ahora es destruir los restantes horrocruces para llegar al enfrentamiento final.

Especialmente interesante desde el punto de vista simbólico es el último horrocrux que refiere a la figura de la serpiente Nagini como lugar clásico de la representación del mal en la tradición bíblica. Voldemort queda así como representación del Maligno que controla las fuerzas del mal y que su carácter expansivo van contagiando, como la niebla negra, a todo a lo que se acerca. Nuevamente, la potencia del mal se despliega mientras que el bien aparece débil y dubitativo. La lucha será a muerte: "ninguno de los dos podrá vivir mientras el otro siga con vida".

El personaje de Harry hace tiempo que ha perdido la ingenuidad y ha establecido la sospecha sobre su propio yo. Tampoco le llegará a asombrar la revelación de que una parte de sí mismo es un horrocrux porque está bajo la influencia del mal. No le sorprende la exigencia del sacrificio, entrega obligatoria para que todo rastro de mal pueda desaparecer. Rodeado de sus amigos Ron y Hermione con los compañeros de la Orden del Fénix ha aprendido a luchar con ellos pero también a asumir su propia responsabilidad. La figura crística toma en esta entrega un especial poder referencial. que se consuma con una reanimación que es presentada en clave de resurrección. Nuevamente la literatura y el cine acuden a la inspiración cristiana.

Los elementos trascendentes se destacan. Así las llamadas reliquias de la muerte la varita de saúco, la piedra de la resurrección y la capa de la invisibilidad juegan un papel sobrenatural que coloca el enfrentamiento entre el bien y el mal en una dimensión abierta más allá de la vida y de la muerte. La muerte provisional de Harry le lleva a una especie de limbo donde deberá decidir sobre volver a la vida para vencer definitivamente el mal. La presencia de los padres y tutores muertos que acompañan a Harry en la lucha indican también esta comunicación con lo que está más allá. Además el epílogo, 19 años después, destaca la vuelta al mundo real donde continúa la vida con la familia y los hijos como herederos.

Sin embargo, la saga literaria y cinematográfica de Harry Potter también descubre los límites de los relatos fantásticos. Como relatos de sustitución de los grandes temas humanos plantean las cuestiones del sentido en un mundo extraordinario. El problema se plantea en el traspaso al mundo real ¿Desconecta la ficción fantástica con la realidad? ¿Sustituye al sentido de la vida concreta por un mundo irreal al que se huye? En definitiva, ¿plantea las grandes preguntas o las traslada difiriéndolas a la fantasía? Este es el juego en que se mueve el relato, un terreno sugerente y resbaladizo, referencial y manipulador, donde los símbolos permiten el juego de la interpretación y donde a veces, en vez de desvelar, ocultan.

En esta dirección, Harry Potter hereda de la tradición de algunos relatos fantásticos la alergia a la simbólica sobre el Dios personal. Mientras el principio del mal se personaliza y la figura del héroe se reviste de algunas características crísticas, el principio de la bondad queda escondido. Este pudor a "decir" simbólicamente a Dios limita el sentido dramático de la historia humana. Mostrar la trascendencia del drama es interesante. Sin embargo, hay un momento en que la simbólica se aplana entre muchas explicaciones, el barniz crístico es más una tapadera sin referencia y el riesgo de mostrar el misterio sin decir a Dios clausura el relato sobre su propia admiración. La pregunta es si el relato abre o clausura. El héroe ha terminado su recorrido y se recoge entre bastidores, ¿ha dado que pensar y ha dispuesto al sentido? Solamente los relatos que se siguen contando lo han conseguido y el lector-espectador sabe que el final no ha llegado. Al contrario del lema publicitario de esta película.
Volver arriba