Migrantes sin hogar y sin trabajo La urgencia de una regulación extraordinaria de inmigrantes
Hacia un nosotros cada vez más grande
| Peio Sánchez
Este es el reto que tenemos planteado y que el papa Francisco coloca en el centro de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Se hace difícil afirmar que somos una familia de pueblos en este momento en que seguimos levantando muros en nuestros propios países y el “nosotros” tiende a hacerse más excluyente. “Sálvese quien pueda” es la consigna.
En este año y medio de pandemia sanitaria y social la situación de refugiados y migrantes se ha agravado y mucho. Escuchamos cada día el sufrimiento de muchos de ellos que vienen a vernos. Frecuentemente han perdido sus trabajos tanto legales como precarios. Las denegaciones del asilo, la dificultad para la reagrupación de las familias de los que están regularizados, las enormes barreras para acceder a la autorización de residencia y trabajo o la finalización de permisos de jóvenes extutelados están a la orden del día. Algunos de ellos acaban viviendo en la calle, así dos tercios de las personas que atendemos no tienen su documentación. Una complicación se ha añadido: la administración ha agudizado su lentitud. Sobrepasa los plazos y las ventanas digitales impiden la relación personal que tantas veces ha flexibilizado y humanizado la rigidez de los reglamentos. Ahora la indiferencia de los artefactos oculta el rostro de los excluidos para que no se nos caiga la cara de vergüenza.
El desgaste de la salud mental y de resistencia de las personas sin papeles es una clara manifestación de la fragilidad social de este grupo. Desde las historias personales que acompañamos, muchos de ellos jóvenes entre 18 y 25 años, sabemos de la desesperación, las crisis de angustia, la soledad, la frustración o la ira interior. Carne de cañón se decía en los ejércitos de los soldados de primera línea que iban a ser masacrados. Carne de cañón son los miles de personas que tenemos en nuestras ciudades sin documentos. Han traspasado las fronteras, están entre nosotros, pero hemos de demostrar que no son de los nuestros. No puedan transmitir a sus países un mensaje de éxito que anime a otros a venir, hay que castigar a los que entraron para que otros no se animen a arrastrar entre nosotros su injusta pobreza. Por eso, se legisla sin contemplar la dignidad de las personas, dilatando, sobreexigiendo y anulando en prácticas administrativas. La derecha política se inclina a la xenofobia y la izquierda hipócrita usa doble vara de medir para este colectivo conculcando derechos humanos. “Lo manda Europa” se sentencia, justificación que recolecta inmenso dolor.
Pongamos algún ejemplo. Si una persona quiere acceder a ser “persona de verdad” tiene que llevar tres años empadronada y malviviendo en trabajos informales y habitaciones ilegales. Además, una empresa ha de hacerle una oferta de trabajo de 40 horas semanales por un año. Pero incluso así, el trabajador no se puede incorporar inmediatamente. Si al final le dejan, pasaran varios meses hasta que pueda trabajar, que es lo que se demora la tramitación administrativa. Conclusión, ninguna empresa contrata a las “no-personas”. Además, una empresa con responsabilidad social no puede conocer al trabajador antes de contratarlo, ya que cualquier contrato de prueba o de prácticas sería ilegal. Fronteras insalvables para torturar personas.
El papa Francisco propone en el mensaje de esta Jornada Mundial: “Hoy la Iglesia está llamada a salir a las calles de las periferias existenciales para curar a quien está herido y buscar a quien está perdido, sin prejuicios o miedos, sin proselitismo, pero dispuesta a ensanchar el espacio de su tienda para acoger a todos. Entre los habitantes de las periferias encontraremos a muchos migrantes y refugiados, desplazados y víctimas de la trata, a quienes el Señor quiere que se les manifieste su amor y que se les anuncie su salvación. «Los flujos migratorios contemporáneos constituyen una nueva “frontera” misionera, una ocasión privilegiada para anunciar a Jesucristo y su Evangelio sin moverse del propio ambiente, de dar un testimonio concreto de la fe cristiana en la caridad y en el profundo respeto por otras expresiones religiosas. El encuentro con los migrantes y refugiados de otras confesiones y religiones es un terreno fértil para el desarrollo de un diálogo ecuménico e interreligioso sincero y enriquecedor»
Concluyendo, o se ofrece una regularización extraordinaria de las personas migrantes sin papeles o vamos camino de un desastre social de familias, niños y jóvenes- sobre todo mujeres- que socavará gravemente los valores que nos permiten vivir juntos.