La vida de Pi. La recuperación de la pregunta sobre las religiones
Ang Lee, siguiendo el éxito editorial de la novela “La vida de Pi” del salmantino accidental Yann Martel, nos sitúa frontal y directamente ante la pregunta sobre el sentido de la vida colocando a Dios y a las religiones en la entraña de la realidad. Tomando como base el carácter simbólico de los relatos, la película-fábula emplea la tecnología digital y las 3D para representar la belleza oculta e invita a la contemplación del drama de la existencia y el misterio que nos envuelve.
Construido el relato en la herencia del lenguaje de la Cabalá, los cuentos hindúes y la fábula griega cuenta la historia de iniciación existencial y religiosa del joven indio llamado Piscine Molitor Patel, que se hace llamar “Pi” (sensacional Suraj Sharma). Narrada como una larga secuencia retrospectiva, un joven escritor en crisis (Rafe Spall), tras un encuentro providencial, va a la búsqueda de la aventura fascinante que le ayude a salir de su esterilidad creativa. Así se encuentra con el joven “Pi”, ahora convertido en profesor (Irrfan Khan), que le va contando su biografía de búsqueda y encuentro con Dios, la cual tiene en la dura experiencia de un naufragio su momento culminante. Embarcado con su familia -padre, madre y hermano- en un carguero japonés rumbo a Canadá, viaja, como en una nueva arca de Noé, con algunos animales de su antiguo zoo para su venta en destino. Una terrible tormenta hace naufragar el barco salvándose únicamente una cebra, una hiena, un orangután hembra, un tigre y el joven e inquieto Pi. La moraleja tendrá que ver con la especial relación de supervivencia entre el protagonista y el majestuoso tigre de bengala.
Parte de una buena –aunque simplificadora- presentación de la búsqueda espiritual del joven “Pi”, ambientada en Pondicherry (la India francesa), que va desde el descubrimiento de sus raíces hindúes representadas por su madre, la racionalidad utilitaria y objetiva de su padre, el inesperado encuentro con la figura de Cristo a través de un sacerdote católico y el acercamiento a la oración islámica. El joven buscador se topa brutalmente con la tragedia en unas secuencias de gran tensión dramática durante el hundimiento. Tras la tempestad atmosférica vendrá la tormenta interior en el pequeño bote salvavidas, con una asombrosa reconstrucción digital de los diferentes animales que acompañan a Pi. Aquí la película sufre una inflexión que exige al espectador una disposición más contemplativa. Los efectos digitales y tridimensionales del cielo estrellado, el mar fosforescente y sus criaturas así como la isla misteriosa de los suricatos. Sin embargo, este cambio de ritmo fragmenta la narración más que compensarla. La belleza del mirar se queda ayuna de drama y expropiada de sentido. Este es el riesgo de las tecnologías que perdiendo densidad simbólica asombran pero no conmueven, llegan a embelesar a la vez que dejan al espectador sin intriga que aguante el relato.
Esta fractura, que no es solo expresiva sino que afecta al contenido, sintomáticamente traiciona la novela, hace naufragar las valiosas posibilidades que se planteaban en un drama sólido con unos interrogantes audaces y una realización asombrosa. De algo de esto ya se resiente la trayectoria de Ang Lee, sus obras mayores “Tigre y dragón” (2000) y “Brokeback Mountain” (2005) plantearon magistralmente preguntas a las que faltó penetración y hondura. Aquí el director comercial sucumbe a su declaración de inquietudes espirituales y estéticas. El peso de la inversión tecnológica exige una presentación para todos los públicos, todas las religiones, todas las creencias, todos los gustos que el final sabe a trampa, por explícita -como si el espectador fuera un simple- y por ambigua -como si al receptor le bastara un sucedáneo-.
La decepción no quita el reconocimiento de que se trata de una película valiosa y recomendable. Plantea de forma valiente las preguntas, construye la tensión narrativa que busca el sentido cuando la inocencia sucumbe, el mal irrumpe y triunfa una bondad misteriosa. Así mismo invita al asombro ante la realidad reconstruyendo digitalmente una mirada penetrante e imaginativa que enseña a mirar. Aunque falta autenticidad y compromiso, factores que suelen sucumbir al deseo de contentar a los públicos. Pero a veces suele ocurrir que el público conformista prefiere las historietas vanas y el público inquieto se queda con las ganas. Pero al menos nos quedan las preguntas, que no es poco.