Confidencias de Juan Pablo I (II)

Hoy, Eminencia (Cardenal Villot), deseo anticiparle algunas de mis intenciones. Ante todo, quiero que usted sepa, brevemente por ahora, que he elegido a un sacerdote mío de Venecia, Don Germano Pattaro, como mi teólogo. Usted lo conoce. Fue un pionero del ecumenismo y una colaborador el cardenal Agostino Bea. En él tengo plena confianza. Le pido que se ha inscrito oficialmente en los órganos de la Curia con el título que le corresponde. Así le ruego haga lo mismo con don Diego Lorenzi. Es joven, pero me ha sido siempre fiel. Deseo que se quede como mi secretario, que tenga el puesto adecuado en la Curia. No quiero que se ha dejado en la tierra de nadie. Deseo también que al padre John Magee y a don Lorenzi le sean reservados los puestos de representación en las ceremonias y en las audiencias....
Mis discursos serán pocos, breves y alcance de todos. Me serviré de todas las colaboraciones, pero deseo que los discursos sean míos. He empleado gran parte de mi vida buscando decir las cosas consideradas difíciles, con palabras claras, simples y comprensibles a todos. Quiero ser yo mismo delante de Dios y de la han que de los hombres. Los grandes discursos no son para mí ni siquiera los grandes tratados. Está el Evangelio, están los libros sagrados. Son todo. La gente de cada tierra, raza y cultura debe entender lo que dice el Papa. No quiero hablar o escribir para los técnicos, para los intelectuales, clérigos o laicos, y menos para el polvo de los archivos. En el camino trazado por Cristo a su Iglesia, y por tanto al Papa, es el hombre, comprendido el último de los analfabetos. Diosa querido hacerse hombre.

En las barracas de las madres brasileñas, yo he visto el retrato del Papa Juan y he escuchado de aquella gente sus frases. Ningún otro Papa había llegado a gente tan humilde. El Papa debe ser la voz profética de Cristo.

Se que hay monseñores y otros que critican los discursos que yo hago en las audiencias generales y los modos de ser y que hacer de el Papa. Sé también, y lo sabe usted, que nuestro mundo eclesiástico sabe ser puro y santo y sabe ser también banal, amargo y cruel, aquí y en cualquier Curia.

Alguno aquí, en la Ciudad del Vaticano, ha definido al actual Papa como una figura “insignificante ". No es un descubrimiento. Yo lo he sabido siempre y nuestro Señor antes que yo. No he sido yo quien ha querido ser Papa. Yo, como Albino Luciani, puedo ser una zapatilla rota, pero como Juan Pablo es Dios quien actúa en mí. Siento que tendré necesidad de mucho coraje, de mucha firmeza, de gran humildad, de mucha fe y de mucha caridad. Un obispo, alto y robusto, siempre de está casa, ha declarado que la elección del Papa ha sido un “descuido “del Espíritu Santo. Puede ser. No sé entonces cómo ha sucedido que más de cien cardenales hayan elegido a esta etapa por unanimidad y con entusiasmo. El Papa Luciani se echó a reír cordial y alegremente. Pero hay más, continuaba. He sabido que los “tutores”de la ortodoxia del Papa han gritado de escándalo cuando manifieste el concepto de que Dios, además de ser Padre, es también Madre, según las palabras del profeta Isaías. Alguno incluso ha exclamado: el Papa blasfema. Esta gente olvida que toda la Biblia, desde el principio al fin, está cruzada por el grito del amor de Dios que busca al hombre, fruto de su amor y obra de sus manos.

El obispo Angelo Roncalli, visitador apostólico en Bulgaria, escribía en su famoso libro Diario del Alma: “Soy obispo desde hace veinte meses. Como era fácil de prever, mi ministerio debía causarme muchas tribulaciones. Pero, cosa singular, éstas no me vienen de los búlgaros para quienes trabajo, sino de los órganos centrales de Roma. Es una forma de mortificación y que humillación que no me esperaba y que me hacen sufrir mucho". También yo podría escribir, en estos días, las mismas palabras, pero yo no tengo diarios “.

Querría que recuperamos la buena disciplina, todos, comenzando por el Papa y los obispos, los curas, los religiosos, las religiosas y los cristianos. No es fácil, lo sé, pero no es imposible. La disciplina, la pequeña, es la observancia formal de las normas jurídicas. Es cosa buena, pero no es todo. La verdadera, la gran disciplina se alcanza con la sabiduría y con la humildad en la libre y gozosa aceptación de la obediencia a Dios y a los hombres que le representan. La disciplina nace del corazón: es fruto del amor. "Ver con la razón, actuar con el corazón", decía Teresa de Ávila a sus frailes.

Sor Lucía en el coloquio que tuve con ella en el monasterio de Coimbra me repetía con fuerza: "Se necesitan monjas, curas y cristianos con la cabeza firme ". Y añadía: "Para los religiosos o todo o nada, si se quiere ser de Dios en serio. Demasiada gente ha entrado en los conventos ". A las palabras de sor Lucía hace eco el teólogo Karl Rahner: “Está en acto al interior de la Iglesia un empeño y una entrega a las realidades temporales, que ya no es una opción legítima, sino apostasía y caída de la fe ".

En estos días se habla consistencia de la Asamblea del Episcopado Latino Americano, prevista en Puebla en México del 12 al 28 de octubre. Pregunte, por favor, a la presidencia del CELAM si es posible tener la Asamblea hacia febrero o marzo del próximo año. Yo deseo de estar. Aquel continente lo llevo muy en el corazón. He estado y conozco los fermentos, las ansias y las esperanzas que apasionan a los católicos. Aquellas comunidades tienen muchas cosas que enseñarnos a nosotros los europeos. Viven un cristianismo de frontera, pero dentro de la fe. Me traiga de sus despachos las Actas de la Asamblea celebrada en un Medellín en el 68. Querría ver cuanto antes al presidente del CELAM, el cardenal Aloisio Lorscheider, a quien conozco desde hace años y a quien he dado mi voto en el Cónclave; es un gran obispo. Querría también encontrarme y hablar con una representación de todos los obispos de América Latina. Diga, por favor, al cardenal Eduardo Pironio, que fue secretario de Medellín, que necesito hablarle. Deseo que Pironio, que es el obispo de la esperanza, venga conmigo a Puebla. Me será de gran ayuda.

Otra cosa querría que usted tuviera clara. Hay obispos de sedes cardenalicias y otros de la Curia que esperan el nombramiento de cardenales. Habrá que pensar en un consistorio. Mi pensamiento es no hacerles esperar. Querría incluir también uno o dos de los teólogos que fueron mis maestros en el Concilio y después. Los teólogos serios y preparados son preciosos colaboradores del Obispo y del Papa en el discernir las señales de los tiempos de que habla Mateo. Por esto algunos de ellos que fueron llamados al Concilio como “peritos ". Más adelante querría encontrarme con alguno de ellos, entre los primeros, los padres Henri de Lubac, Marie-Dominique Chenu, y Hans von Balthasar... Entre los nuevos cardenales estará también el patriarca de Venecia. Tengo ya dos nombres en el corazón. Aquí hay alguno al que no agradan estos nombres. Yo conozco Venecia y su gente y sé cómo debe ser su pastor. Irá a Venecia uno de los dos... Antes habrá que escuchar a la Conferencia Episcopal Trivéneta y al Consejo Presbiteral de Venecia.

Me agradaría dar la púrpura cardenalicia a los obispos que en Africa y también en Europa han sufrido persecución por el nombre de Cristo o por que han amado y defendido con riesgo de su propia vida a los pobres, los perseguidos, los hombres discriminados por el color de la piel. Villot interviene diciendo: Santo padre, es difícil si no hay tradición. El Papa Luciani respondió: eminencia, la tradición las creamos nosotros.
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