Cuestión de imagen (II)
No consta que fueran malos obispos. El primero no tenía enemigos y el segundo los tenía a millares. Lo que si está claro es que como por su gestión apostólica no se les podía acusar de nada. A ambos los quisieron chantajear, al primero fueron los presos o expresos a los que acogió, y al segundo parece que fue obra de sus enemigos.
A un obispo solo se le puede destruir hoy por hoy en la intimidad. Mañana si filman a un obispo haciéndose una manuela en el baño se lo han cargado públicamente y en consecuencia debe ser removido o dimitir. Es la triste realidad de los obispos.
Para un obispo la imagen también lo es todo. Un solo error que dañe gravemente su imagen y quedan incapacitados pastoralmente. Yo si hubiera estado en la piel de Benedicto XVI con monseñor Maccarone lo habría tenido claro, aceptar su dimisión. Con Monseñor Barbosa igual. Pero con explotar sus errores ganan los chantajistas y los enemigos. Lo malo es que la Iglesia tenga que ceder ante el chantaje, pues no queda otra solución.
A lo mejor se debiera pensar en aliviar el escándalo no con la dimisión o remoción del obispo, sino con el perdón. La diócesis debiera perdonar a su pastor, de la misma forma que Dios nos perdona a todos nosotros. Pero es utópico, mucha gente valora más al obispo al que quiere besar el anillo que sus propias cualidades personales, pastorales e intelectuales, y por ello quedaría el obispo muy incapacitado. Por ello tal vez este deseo mío sea demasiado utópico.