El cardenal Darío Castrillón.
Una cosa es ser católicos, y otra es ser unos hijos de puta, y tristemente algunos unen lo uno con lo otro. En Murcia, un público enfervorecido ha aplaudido una asquerosidad, y encima se han puesto más efusivos cuando han escuchado de este cardenal que Juan Pablo II se revolcaba felizmente en el estiércol. Pues que gentuza por aplaudir cosas tan vomitivas.
Lo peor es que aseguran que hicieron lo que hicieron salvar un sacramento, y eso da a entender que son capaces de permitir lo que sea. Y encima, para garantizar que hicieron lo correcto, hacen cómplice al Papa. Que Darío Castrillón asegure que la fuente del obispo francés fue mediante la confesión y que por tanto no se puede hacer nada contra ese sacerdote, como denunciarlo, es repugnante. ¿Qué es mejor, salvar a una persona de ser una futura víctima de una violación o un asesinato, o salvar tu culo sacerdotal porque denuncies al asesino o agresor sabiendo que puede volver hacer de las suyas? Una cosa es administrar un sacramento y guardar fidelidad al mismo, y otra más grave y que constituye un pecado grave es atentar contra la conciencia encubriendo a un delincuente que puede volver a hacer de las suyas en cualquier momento.
Vaya amigos y colaboradores ha tenido Juan Pablo II. Uno de sus protegidos ha sembrado medio mundo de hijos y de víctimas. A otros tantos se les está acusando ahora de aceptar sobornos del pervertido. Otro fue un pedófilo redomado. Otros tantos tan amiguísimos del Papa como decían ser, obligados a dimitir por encubrir pedófilos. Otro de sus amigos nos dice que el Papa se flagelaba en la intimidad con cilicios y que dormía en el suelo, y saca a relucir las intimidades del pontífice para poder vender un libro. Y ahora otro de sus amigos y colaboradores, mira por donde, nos descubre que Juan Pablo II le felicitaba por enviar cartas de felicitación a obispos de todo el mundo por encubrir actos graves del clero. Como hagamos caso a ese refrán de “dime con quien andas y te diré quien eres”, el Papa no iba a quedar en buen lugar. Claro que, algunos con tal de vender, promocionarse, o justificar sus vergüenzas personales, invocan su nombre.
Por cierto, no hablamos de un sacerdote que abuso puntualmente de un solo niño, sino de un total de once. El obispo lo encubrió y Darío Castrillón lo felicitó. Y estaría ahora por ver si Castrillón dice la verdad o no con respecto a Juan Pablo II. A mi me huele a que Castrillón intenta salvarse a si mismo de las acusaciones que ahora se dirigen por encubridor contra él.