El cardenal Lozano Barragán se ha lucido.

Cuando conviene, le pedimos a San Pablo que respalde nuestros argumentos. Mientras que para San Pablo hay clero casado, cosa que la Santa Sede no quiere revisar, para San Pablo los homosexuales irán al infierno, y el cardenal Lozano Barragán se apunta a ello. Para lo que les conviene, hay sagrada escritura y palabra de Dios, para el resto pasan olímpicamente.

Pues si, este cardenal ha decidido ocupar el legítimo lugar que le corresponde a Dios y emitir un juicio escatológico. Y lo que es peor, ha llegado más lejos negando hasta la misericordia de Dios. Por homosexual vas al infierno si o si, aunque salves de la muerte a cientos de personas. Para Barragan ni un homosexual se salva, ninguno en el cielo, tampoco ni un solo transexual. Dios es implacable y riguroso.

Una vez que se Barragan se convierte en juez, una vez que vemos las orejas de la condenación y sin redención alguna, más les vale a los homosexuales ser malos y pasárselo bien, total, con ellos no hay misericordia, no hay perdón que valga.

Pero este gentil cardenal, tan acostumbrado a las joyas y vestiditos de seda con bordados de exquisito ganchillo, es además un personaje en cuanto a oportunidad se refiere. Y es que cuando uno ocupa el lugar de Dios, nada es inoportuno, todo es inoportuno. Por ello, en un día en que se recuerda a montones de personas fallecidas por el VIH, muchísimas de ellas homosexuales y transexuales, este cardenal nos recuerda que él los ha condenado, que San Pablo los ha condenado, y que Dios también los ha condenado. Como digo, cuando se ocupa el lugar de Dios, esto se puede decir y muchas otras cosas sin que podamos hablar de barbaridad.

Para mi que este cardenal está senil, chochea y hasta creo que se le escapan sus odios y rencores desde su corazón. La imagen de Dios implacable e inmisericorde que nos quiere dar, e igual que al de un San Pablo, no deja lugar a dudas que en palabras de este cardenal el sacrificio de Cristo para mostrarnos el amor de Dios a los hombres no fue más que una farsa y una pantomima. El pobre Jesucristo (que para este cardenal debiá ser un loco) iba entre putas, ladrones, enfermos y mendigos, y no los condenaba como los hacía la sociedad del momento, los salvaba y los animaba a la salvación. Ni siquiera a esos que no guardaban todos los mandamientos del templo lanzó condena, más bien trató de atraerlos a su causa. Por el único palacio por el que sabemos se paseó Jesucristo debió ser el de Herodes y tal vez por el de Pilatos, y no por deseo propio. En cambio este enjoyado cardenal, ataviado con bonísimos vestiditos de exquisitos bordados, se pasea todo el día por uno y frecuenta otros muchos.

Entre creer a Lozano Barragán y a Jesucristo, me quedo con Jesucristo. Y por supuesto, también con San Pablo, que habla mucho más de salvación que de condenación. Pero a quien le gusta condenar, solo hay un San Pablo así.
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