La mentira no tiene porque ser necesariamente un mal.

Existe gente con una mentalidad tan rígida en la moral que acaban por abrazar el mal. Se supone que la moral y la ética nos deben guiar hacia el bien, pero ser rígidos en las normas pueden conducirnos en ocasiones directos hacia el mal. Para ello nos dio Dios la inteligencia, para ayudarnos también a discernir en como debemos aplicar las normas, y a no ser tan idiotas de aplicarlas solo por aplicarlas.

Un ejemplo maravilloso de cómo hay que saltarse las normas en ciertas ocasiones debería ser la famosa parábola del buen samaritano. Por ejemplo, un sacerdote y un levita, personajes religiosos, se niegan a tocar o entrar en contacto con el pobre desgraciado por evitar la sangre o tocar un cadáver que les dejaría impuros para sus funciones religiosas. También deberían aprender aquella frase que Jesús esgrimia cuando le recriminaban que se saltase la Ley del Sábado: “No se hizo el hombre para ley sino la ley para el hombre”. Una ética sin caridad está muerta, por mucho que insinúen algunos en que esta viva solo por seguir literalmente lo que esta pone.

Se dice que por ejemplo que decir siempre la verdad es lo correcto, pero la verdad puede constituir un mal, es decir, un lobo con piel de cordero. A muchos médicos nunca se les ocurriría decirle a un enfermo terminal de cáncer que se va a morir y que prácticamente no hay esperanza, decir eso no es solo una putada, es una crueldad para ciertas personas a las que la verdad puede hacer más daño que la mentira, y sin esperanzas para esta gente la muerte es más inminente que nunca, sin margen a un posible milagro. Soltar una verdad, a sabiendas de que esta guarda un maligno poder es colaborar con el mal.

Hace unas semanas hablé con un profesor de matemáticas de instituto por un alumno que no llevaba bien el curso. El padre me pidió que lo hiciera aprovechando que soy profesor de una actividad extraescolar de apoyo, el profesor puso fino al chaval, hasta el punto de insinuar que este debería dejar el instituto y que dado que a este le gusta mucho comer debiera dedicar sus esfuerzos a la cocina en lugar de perder el tiempo alli. ¿Qué debo decirle yo al padre tras hablar con el profesor? Pues evidentemente no contar la verdad, porque si le cuento hasta los detalles se puede personalizar el padre en el instituto y formarse una bronca desagradable para todos. En su lugar mentí, dije que el profesor se sentía perdido en como ayudar a su hijo, que espera y desea resultados y que siente una profunda frustración por no lograr resultados.

¿He sido malo? Pues más malo fui cuando hice cuatro exámenes falsos de años anteriores a unos alumnos que no estaban dispuestos a estudiar como es debido para los exámenes. Y fue, hacerles estos exámenes y decir que su profesor me los había dado cuando yo me los había inventado, y ponerse a estudiar y prestar una atención por hacer los 32 ejercicios que contenían los 4 exámenes.

Solo un imbécil puede aferrarse a que la verdad siempre es buena y la mentira siempre mala. Y digo imbécil, por no decir otras cosas. Desde luego, más vale entender lo peligrosas que pueden ser las verdades y las mentiras según como se usen, e incluso entender que una verdad puede ser un pecado mortal si trae consigo y conscientemente unas consecuencias nefastas, e incluso una mentira puede ser hasta virtuosa si ayuda a prevenir el mal. Y no me baso en la teoría del mal menor, aquí no hay mal menor que valga, porque en ocasiones el mal se esconde detrás de la verdad y el bien detrás de una mentira y la inteligencia y la caridad son herramientas fundamentales para distinguir los lobos con piel de cordero o al cisne en la fábula del patito feo.
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