Un oculto objetivo en la parábola del hijo pródigo.

Me contó en cierta ocasión una persona cuyo anonimato prefiero guardar, una curiosa versión de la famosa parábola del hijo pródigo. Haciendo memoria de cómo me la contaron, os la transmito, y si la persona que me la contó está presente leyéndome, que me corrija:

Estando Jesús rodeado por una multitud, observó que los fariseos y escribas murmuraban contra él. Hacia poco les había soltado una parábola, pero estos seguían murmurando, como sino hubiesen entendido. Pudo apreciar Jesús la presencia de alguien familiar, alguien muy querido por Dios, alguien a quien Jesús conoció en vida y que lo seguía a todas partes. Este se encontraba caminando de un lado a otro de los fariseos y escribas, se movía también entre la multitud congregada. Fue entonces, observando fijamente a este hombre, rodeado por todos sus seguidores, cuando decidió improvisar una parábola que provocó el silencio de todos y que aquel hombre se quedase quieto, para prestarle atención:

«Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!". Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.

El público se sobrecogió por el desenlace de la historia, había quienes criticaron la actitud del padre frente al hijo. La parábola no les fue indiferente a nadie, pero Jesús había contado la parábola poniendo sus ojos sobre aquel hombre que tan familiar le resultaba y al que nadie había prestado atención. Aquel hombre, parecía haber quedado petrificada por la parábola, y de alguna manera, antes de apartar sus ojos de Jesús, una lágrima asomó por sus ojos y recorrió hasta la mitad de su mejilla, siendo borrada por su mano al limpiarsela. De inmediato, como sobrecogido por la emoción o furibundo, se precipitó con la idea de alejarse de entre la multitud, cuando de repente Jesús alzó su voz sobre todos anunciando que aún había más. Aquel hombre se detuvo, y girándose comprobó que Jesús lo observaba.

El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero y engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo". El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!". Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"».

Aquel hombre volvió a girarse y con inusitada rapidez se marchó. Jesús suspiró apesadumbrado. El público seguía, esta vez más revuelto que antes. Jesús decidió tomarse un descanso y se retiró durante un rato a descansar. Un discípulo, suyo se le acerco: Maestro, he visto como entre la multitud había un hombre sobre el que te fijabas al tiempo que contabas la parábola. Jesús, sorprendido, le respondió: Judas, lo que tu has visto no lo ha visto nadie más, más valdría que no hubieses reparado en él, que no hubieses sido capaz de verle, pues quien ve a ese hombre está en peligro. Judas quedó sobrecogido, y Jesús le reveló no una parábola, sino una historia:

Hace mucho tiempo, vivía Dios con sus ángeles en los cielos. Por aquel entonces, existía una perfecta armonía en el cielo. Pero un buen día, uno de los ángeles conocido como Lucifer, el más querido y fiel de los ángeles de Dios, fue corrompido por su orgullo, y fruto del cual decidió abandonar los cielos. Para Dios fue un gran golpe, asumió la decisión de Lucifer, y le dejó marchar. El hombre que tú has visto Judas, ese hombre del que más vale que te apartes pues te he visto en alguna ocasión hablar con él, es Lucifer. En mi parábola, le he transmitido un mensaje de Dios, le he dicho que Dios lo aguarda, que le espera con los brazos abiertos y que ansía su pronto regreso. Pero también, le he dicho que ese suceso, tarde o temprano va a ocurrir, que no podrá estar eternamente así.

Judas enseguida comprendió, pero Jesús continuó:

Viéndole que se iba, y que efectivamente aun queda algo en él del gran ángel que fue, decidí agregar un final más a la historia para hacerle entender. Le señalé su defecto (el orgullo) y su pecado (la soberbia), a través del hermano mayor. Pero a través del hermano mayor, también personifiqué a todos los justos que siguiendo toda la vida del lado de Dios, le desprecian por lo que hizo y continuamente le condenan en el nombre de su padre. Le hice saber, que su defecto y su gran pecado, no serán en ningún momento un impedimento para que Dios lo reciba y lo perdone, y hasta le monte una fiesta. Que Dios hasta espera que los justos no le entiendan y hasta le critiquen, pero que Dios está dispuesto a todo, aun incluso de aguantar un chaparrón o que incluso pierda a uno o varios de sus justos por recuperarlo a él. Si Judas, así es Dios. No obstante, cuídate de recibir a ese hombre, si lo has visto, eso significa que ya te ha propuesto un trato o te ha tentado de alguna forma. El amor de ese hombre por Dios es enfermizo, su orgullo, su soberbia, su egoísmo y sus celos le han condenado a un sufrimiento interno que le pueden llevar a arrastrarte a ti también.

Aquí termina esta historia que me contaron, y más o menos como me la contaron, la dejo aquí narrada.
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