La partenogénesis y el pez martillo.

Seguramente lo habrán oído ya. Hace bien poco se descubrió que un tiburón martillo se ha reproducido por partenogénesis. Llevaba el animal en su acuario unos tres años sin conocer un varón de su especie, y de repente un día se les queda preñada. Lo primero que pensaron algunos investigadores, es que aquel tiburón se lo había montado con algún pez del acuario. Pero tras nacer sana la criatura, y justo sobrevenir la desgracia de ser atacada por una pastinaca del acuario, sin duda envidiosa del éxito que pudiera alcanzar la criatura, al final hubo que hacerle la autopsia al cadáver y determinar que la hembra de tiburón martillo había dado a luz a una criatura genéticamente idéntica a su madre.

Estos casos de partenogénesis se dan en la naturaleza, como los ácaros, las hormigas, las abejas, etc, también en anfibios y reptiles. Mil veces he dicho que la naturaleza es caótica, y alguno sigue viendo leyes. Desde luego si los tiburones martillo se pueden reproducir así, la cuestión es plantearse si esta posibilidad podría darse o no darse en el hombre.

Resulta que los óvulos son haploides, es decir, con la mitad de los cromosomas. Resulta curioso que momentos antes de ser óvulos maduros son diploides y que solo en su madures sean haploides. La cuestión es que ante esto nos exponemos tarde o temprano ante una sorpresa, y es que de repente (y en el peor de los casos) una monja de clausura se quede embarazada y de a luz una hija. Ya sé que es absurdo, ridículo, solo quería plantear un pequeño chiste, pero si una posibilidad que se creía imposible en un tiburón, ahora se observa que podría ser posible, debiéramos plantearnos que ocurriría si mañana se produjera un nacimiento sin concepción (y todo natural), lo cual estoy seguro que dejará descolocados a más de un moralista.

Lo curioso es que madurar óvulos diploides se ha conseguido, y parece que se ha observado un crecimiento progresivo hasta fases cercanas a embrionarias. Si esto ocurriera sin intervención humana, habría que plantearse que esto no sería un milagro, sino un suceso de una naturaleza caprichosa a la que Dios no parece haber impuesto leyes. Desde luego el pez martillo nos ha dado una sorpresa.
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