Ascensión y Nirvana: Presencia impalpable
Jesús no se subió a un helicóptero, como el camerlengo de Ángeles y demonios, para trepar a las nubes y dejarse caer en paracaídas.
Ya había dicho “Os conviene que me vaya” (Jn 16,7), para regresar como Espíritu. Por eso no había que "retenerle" en su presencia física (Jn 20,17), para dejar que quien “lo llena todo” (Ef 4, 10) nos inunde con la presencia impalpable del “Dios y Abba de todos y todas, que está sobre todos y todas, entre todos y todas, y en todos y todas” (Ef 4, 6).
El mensaje de la Ascensión es: “Dejó de verse, pero no se fue; es impalpable, pero está presente; su presencia es elusiva, pero real”. Tan verdad es que está en nuestro interior como que estamos en el suyo: “Alma, buscarMe has en tí, buscarte has en Mí”.
Ni tres días para resucitar, ni cuarenta para ascender a los cielos... El tercer día es alusión a Oseas: lo definitivo; los cuarenta días aluden al éxodo... Ni Jesús espera tres días para dejar una tumba vacía, ni juega al escondite cuarenta días con los apóstoles, ni trepa a las nubes en despegue vertical a propulsión...
Lucas pone cuarenta días por medio y confecciona un relato con metáforas del lenguaje mítico de “subida a los cielos” (Hechos 1,1-11).
Marcos nos remite a la praxis: el que Vive nos espera en la Galilea cotidiana (Mc 16, 7).
Mateo percibe la presencia del Maestro acompañando el movimiento de la misión hasta el fin de los tiempos (Mt 28,16-20).
Para Juan, ascender a Abba y adentrarse en su Vida es el éxodo de Jesús que tiene lugar en el momento de su muerte: cruz, resurrección y ascensión concentradas en la lanzada que traspasa el costado de quien lo consumó todo entregando el Espíritu. (Jn 19, 30-37).
La profundizaciíon mística del tema la expresa la carta a la iglesia de Éfeso (4, 10: “para llenarlo todo”, “ina pleróse ta pánta”).
Este mensaje evangélico dejó sus huellas en textos de otras culturas, a través de intercambios poco explorados, desde Oriente Medio al noroeste indio, pasando por Afganistán. Leemos en el Sutra del Loto estas palabras:
“He aquí que siempre habito entre vosotros, no he desaparecido, aunque usando estrategias salvíficas a veces me presento como extinguido y a veces como no extinguido. Si hay seres en otros lugares que suspiren por mí con reverencia, también habito entre ellos proclamando la excelencia del Dharma” (cap. 16).
Atisbamos la resonancia de la Ascensión en el telón de fondo de este Nirvana. El punto común es la presencia impalpable, la inmanencia elusiva de la Fuente de la Vida.
Como dice el Sutra del Nirvana: “Aquí y ahora la Vida te vive... todo cuanto vive ha sido engendrado por el Así-Siempre-Presente”.
Ya había dicho “Os conviene que me vaya” (Jn 16,7), para regresar como Espíritu. Por eso no había que "retenerle" en su presencia física (Jn 20,17), para dejar que quien “lo llena todo” (Ef 4, 10) nos inunde con la presencia impalpable del “Dios y Abba de todos y todas, que está sobre todos y todas, entre todos y todas, y en todos y todas” (Ef 4, 6).
El mensaje de la Ascensión es: “Dejó de verse, pero no se fue; es impalpable, pero está presente; su presencia es elusiva, pero real”. Tan verdad es que está en nuestro interior como que estamos en el suyo: “Alma, buscarMe has en tí, buscarte has en Mí”.
Ni tres días para resucitar, ni cuarenta para ascender a los cielos... El tercer día es alusión a Oseas: lo definitivo; los cuarenta días aluden al éxodo... Ni Jesús espera tres días para dejar una tumba vacía, ni juega al escondite cuarenta días con los apóstoles, ni trepa a las nubes en despegue vertical a propulsión...
Lucas pone cuarenta días por medio y confecciona un relato con metáforas del lenguaje mítico de “subida a los cielos” (Hechos 1,1-11).
Marcos nos remite a la praxis: el que Vive nos espera en la Galilea cotidiana (Mc 16, 7).
Mateo percibe la presencia del Maestro acompañando el movimiento de la misión hasta el fin de los tiempos (Mt 28,16-20).
Para Juan, ascender a Abba y adentrarse en su Vida es el éxodo de Jesús que tiene lugar en el momento de su muerte: cruz, resurrección y ascensión concentradas en la lanzada que traspasa el costado de quien lo consumó todo entregando el Espíritu. (Jn 19, 30-37).
La profundizaciíon mística del tema la expresa la carta a la iglesia de Éfeso (4, 10: “para llenarlo todo”, “ina pleróse ta pánta”).
Este mensaje evangélico dejó sus huellas en textos de otras culturas, a través de intercambios poco explorados, desde Oriente Medio al noroeste indio, pasando por Afganistán. Leemos en el Sutra del Loto estas palabras:
“He aquí que siempre habito entre vosotros, no he desaparecido, aunque usando estrategias salvíficas a veces me presento como extinguido y a veces como no extinguido. Si hay seres en otros lugares que suspiren por mí con reverencia, también habito entre ellos proclamando la excelencia del Dharma” (cap. 16).
Atisbamos la resonancia de la Ascensión en el telón de fondo de este Nirvana. El punto común es la presencia impalpable, la inmanencia elusiva de la Fuente de la Vida.
Como dice el Sutra del Nirvana: “Aquí y ahora la Vida te vive... todo cuanto vive ha sido engendrado por el Así-Siempre-Presente”.