De Benedicto a Benedicto
Buena terapia las lecturas de historia: ayudan a distanciarse del morbo noticiero del día. Hoy he leído cosillas de hace cien años, que parece como si fueran de ayer. Fue en 1908, siendo Papa Pío X, obsesionado contra las tendencias etiquetadas como “modernistas”.
Había cardenales que no pensaban como él, pero solamente lo decían en voz baja (como ahora). “El cardenal Mercier, escribía el director de la revista The Dublin Review al duque de Norkfold, cree que a la teología romana no hay por dónde cogerla; sin embargo, aunque él está como la mano en un guante con el Papa, no le deja sospechar ni de lejos lo que piensa”.
Roncalli (el futuro Juan XXIII) se entendía bien con Mercier, al que guió por Bérgamo y comentaba con el cardenal Ferrari, de Milán, su preocupación por el pesimismo quejumbroso del entorno papal (como ahora). Ferrari, en una carta pastoral, de la que ahora se cumplen cien años, fue valiente y audaz para denunciar los excesos de celo de los “antimodernistas”: “En ciertas revistas y periódicos (hoy habría tenido que decir “en ciertos blogs y en ciertas homilías, incluso cardenalicias) la puesta en guardia contra el modernismo está llegando a excesos. Estos celotes (zelanti) antimodernistas descubren el modernismo en cualquier rincón e incluso llegan a sospechar de personas que están bien lejos de serlo”.
También el cardenal Rampolla estaba de acuerdo con Ferrari en que la crisis “no debía seer confrontada con medidas represivas y negativas, que el ambiente de miedo no era bueno ni para la investigación ni para la iglesia”. Como estos eran cardenales, estaban a salvo, aun haciendo esas afirmaciones. Pero quienes andaban por debajo en el escalafón se cerraban el camino para ascender si confraternizaban con ellos. Así le ocurrió a Giacomo della Chiesa (el futuro Benedicto XV). El poderoso Cardenal Merry del Val, duro e inmisericorde (como algunos ahora) lo quitó de su trabajo en la Secretaría de Estado, diciéndole: “No trate con esa gente, que es mala diplomacia”. Lo exiliaron a Bolonia como arzobispo, pero Pío X no quiso hacerlo cardenal.
También el mismo año, justo hace un siglo, el visitador enviado al seminario de Bérgamo destituyó profesores y hasta sospechó de Roncalli (como ahora).
Con el tiempo cambian las tornas (como ahora). Giacomo se convirtió en Benedicto XV. Roncalli, en Juan XXIII. Hoy Benedicto XVI, parecido, según afirmaba el P. Kolvenbach, a Benedicto XV en timidez, humildad y esperanza (Spe salvi!), sobre todo parece coincidir con él en la importancia de lo que no dice. Y si no, recuerden sus silencios significativos en la visita a Valencia, dejando de decir lo que algunas instancias jerárquicas de la CEE le habrían querido escuchar... Estaremos atentos también a lo que dice, pero mucho más a lo que significativamente deja de decir.
Había cardenales que no pensaban como él, pero solamente lo decían en voz baja (como ahora). “El cardenal Mercier, escribía el director de la revista The Dublin Review al duque de Norkfold, cree que a la teología romana no hay por dónde cogerla; sin embargo, aunque él está como la mano en un guante con el Papa, no le deja sospechar ni de lejos lo que piensa”.
Roncalli (el futuro Juan XXIII) se entendía bien con Mercier, al que guió por Bérgamo y comentaba con el cardenal Ferrari, de Milán, su preocupación por el pesimismo quejumbroso del entorno papal (como ahora). Ferrari, en una carta pastoral, de la que ahora se cumplen cien años, fue valiente y audaz para denunciar los excesos de celo de los “antimodernistas”: “En ciertas revistas y periódicos (hoy habría tenido que decir “en ciertos blogs y en ciertas homilías, incluso cardenalicias) la puesta en guardia contra el modernismo está llegando a excesos. Estos celotes (zelanti) antimodernistas descubren el modernismo en cualquier rincón e incluso llegan a sospechar de personas que están bien lejos de serlo”.
También el cardenal Rampolla estaba de acuerdo con Ferrari en que la crisis “no debía seer confrontada con medidas represivas y negativas, que el ambiente de miedo no era bueno ni para la investigación ni para la iglesia”. Como estos eran cardenales, estaban a salvo, aun haciendo esas afirmaciones. Pero quienes andaban por debajo en el escalafón se cerraban el camino para ascender si confraternizaban con ellos. Así le ocurrió a Giacomo della Chiesa (el futuro Benedicto XV). El poderoso Cardenal Merry del Val, duro e inmisericorde (como algunos ahora) lo quitó de su trabajo en la Secretaría de Estado, diciéndole: “No trate con esa gente, que es mala diplomacia”. Lo exiliaron a Bolonia como arzobispo, pero Pío X no quiso hacerlo cardenal.
También el mismo año, justo hace un siglo, el visitador enviado al seminario de Bérgamo destituyó profesores y hasta sospechó de Roncalli (como ahora).
Con el tiempo cambian las tornas (como ahora). Giacomo se convirtió en Benedicto XV. Roncalli, en Juan XXIII. Hoy Benedicto XVI, parecido, según afirmaba el P. Kolvenbach, a Benedicto XV en timidez, humildad y esperanza (Spe salvi!), sobre todo parece coincidir con él en la importancia de lo que no dice. Y si no, recuerden sus silencios significativos en la visita a Valencia, dejando de decir lo que algunas instancias jerárquicas de la CEE le habrían querido escuchar... Estaremos atentos también a lo que dice, pero mucho más a lo que significativamente deja de decir.