Camino de Emaús: Myriam, Lucas y Cleofás

De Jerusalén a Emaús viajaban a pie tres caminantes al mediodía del domingo (Lc 24,13). Cleofás con jeta cariacontecida (Lc 24, 17), Myriam exultante (Mt 28, 8), Lucas alicaído.

“Alegra esa cara, hombre”, dice Myriam a Cleofás con una palmada en el hombro, “la mañana está espléndida, pasó la lluvia invernal, brotan flores en la vega y llegó la primavera (Cant. 2,11); cielo azul, fragancia de romero y tomillo, almendros como nieve que encandila, nardo, enebro y azafrán, canela y cinamomo” (Cant.4,14) ”.

“No estamos para esas bobadas, Myriam”, dice Cleofás. “Pero, hermanos, ¿cuántas veces tendré que repetirlo para que me creáis? (Mc 16, 10’11) Ya os he dicho que está vivo el Alfa y Omega, el que Vive (Ap 1,17-18), que lo ví de madrugada (Jn 20,1), estaba como nunca, radiante (Mc 9,3). Dijo que nos lo vamos a encontrar en Galilea (Mt 28,7), que va por delante (Mc 16,7), yo quería abrazarlo con toda el alma y cuerpo, estrechar su cabellera mientras le besaba, pero primero era lo de subir a Abba (Jn 20,17), luego la Ruah nos daría ojos del corazón (Ef 1,18) para verle y sexto sentido para caer en la cuenta de que ha penetrado en lo más dentro de nuestro dentro como no penetra ni el abrazo más íntimo en este mundo (Jn 14,23)”.

“Calla, calla, soñadora, que nos aumentas la pena”, dijo Cleofás. “Las mujeres sois ilusas”, dijo Lucas. “Y los hombres... corazones encerrados en concha de tortuga, tenéis ojos que no ven y oídos que no entienden ( Mal, 3,1; Lc 7,27), sois incapaces de tocar el cuerpo del Ungido en lirios y gorriones o en la brisa que acaricia las mieses”(Jn 20-25; Jn 4,35; Mt 6,25-28) ,

Así decía Myriam cuando se les acercó un peregrino, alto, moreno, de turbante ladeado a estilo galileo. “Shalom, muchachos. ¡Qué cosas tan preciosas dice vuestra compañera de camino!”. “Shalom”, contestaron ellos de mala gana. “¿Por qué esas caras largas?”, dijo el del turbante. “¿Eres tú el único que está en la luna esta mañana? ¿No sabes lo del Gólgota?”. “No, ¿qué ha sido?”. “Pues lo de Jesús, el mejor hombre del mundo, el inocente que no debía morir, pero se lo cargaron los dos poderes: la jerarquía religiosa y la política. Nosotros lo dejamos todo para enrolarnos en su movimiento de liberación, nos involucró en el lío ese de las Redes del Reino, habíamos puesto la esperanza en él (Lc 24, 16-21). Jesús era lo que se dice bueno, partía el pan con pobres, a nadie negaba su vino (Jn 6), era un tierno amigo de todos y nos encargó difundir la ternura (Jn 13, 34-35). Pero... se acabó todo, ahora está bajo la losa y los muertos en la tumba no pueden cantar la gloria (Baruc, 2,17)”.

Mientras así se desahogaba Cleofás, Myriam y el del turbante intercambiaban miradas significativas. Y dijo el del turbante, dirigiéndose a Cleofás y Lucas. “¿Es que vosotros no leéis las Escrituras? Tenía que ser así, pasó lo que siempre pasa en la historia, el mal gana, las curias involucionistas derrotan a las corrientes conciliares renovadoras, al inocente lo liquidan, dictadores e inquisidores conspiran a una contra la persona justa (Ps 2), pero Abba lo justifica y le da la razón (Act 2,24), y viene la Ruah para librarlo del Sheol e introducirlo en la Vida más allá de la muerte (Rom 8,11;Rom 1,3; 1Tim 3,16; 1Pe 3,18). Eso se llama Éxodo (Lc9,31) y Pascua (Jn 12,1). Reconocer su rostro al partir, compartir y repartir (Lc24,31-32) origina lugares de transfiguración por doquier (Mc 9,2ss.; Mt 17,1ss.; Lc 9,28ss.)”.

Así decía cuando llegaron a una revuelta con sombra. Era mediodía e iban cansados. Se detuvieron a reposar bajo una higuera. Myriam sacó de su bolsa un cacho de pan y, por la espalda de Cleofás, se lo pasó al del turbante. Aprovechó para disfrutar el contacto con su mano derecha sudorosa, mientras él le devolvía la caricia apretándosela con la otra mano.

“Peregrino, vas a necesitar esto para persuadirles”, dijo Myriam, y le pasó también un cuenco de vino. El del turbante tomó el pan y el vino y, ante la mirada desconcertada de Cleofás y Lucas, elevó los ojos al cielo y comenzó a partir el pan (Mc 6,40’41). “¡Conque eras tú!”, exclamaron a una Cleofás y Lucas, reconociéndolo.

En ese instante desapareció de su vista (Lc 24, 32-35). Estaban los dos atónitos. Ante ellos solamente estaba Myriam de pie, con un pan partido en sus manos. Nunca brillaron tanto los seductores ojos azabache de Myriam como en aquel momento, mientras decía mirando al cielo: “Abba, envía la Ruah para que transforme lo que este pan y vino simbolizan y consagre la vida de quienes lo comparten, convirtiéndola en Cuerpo del que Vive para vida del mundo. Éste es el enigma en que creemos quienes revivimos su presencia cada vez que repetimos sus palabras y practicamos su camino”.

Alargó Myriam el pan a Cleofás y Lucas, que seguían atónitos. “¿En qué quedamos, eras tú o era él o fue solo un sueño? ¿No habrá sido una ilusión?”, preguntaban. “Hermanos, dijo Myriam, quien me ve haciendo lo que él hizo, le ve a Él y así ve a Abba”(Jn 14,9).

“Pero... ¿Adónde se ha ido? ¿Por dónde vino?”. “Ni se va ni viene, hermanos, como decían los budistas, ni el Así-Ido, ni el Así-Venido, el Tathâgata es el Así-Siempre-Presente, que decían en Afgán los maestros aquellos que me enseñaron de pequeña a descubrir en la flor del loto el camino de la iluminación. Cuando se lo conté a Jesús un día, me sonrió diciendo que también allí estaba funcionando la Ruah, que sopla donde quiere y como quiere (Jn 3,8), en las espiritualidades hermanas, sin que te percates. Por eso cualquier hijo de hombre y mujer que se deja llevar por la Ruah despierta y vive de esa Vida”.


Cleofás y Lucas, por fin, se espabilaron. “¿Cómo no nos dimos cuenta, si sus palabras eran de vida, nos refrescó la cabeza y nos caldeó el corazón con esa manera tan original de leer las Escrituras?” (Lc 24,32)

“Pues venga, en marcha, dijo Myriam, corriendo a Jerusalén, esto hay que contarlo, que corra la noticia y se extienda el movimiento (Lc 24,33; Jn 20,18; Mt 28,11; Mc 16,7). Él vive, es el Viviente, es la Resurrección y la Vida."

"Esto ya no hay quien lo pare, lo de Jesús va estar vigente por siglos, a pesar de las religiones y sus jefes, a pesar de las inquisiciones y dictaduras, a pesar de las personas descorazonadas o descerebradas, a pesar de los pesares, lo de Él prevalecerá (Mt 16,18), que es más fuerte que la muerte el amor de este amor mío...”(Cant. 8,6)".
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