Tales para cuales: Cañizares y Llamazares
Por una vez (y sin que sirva de precedente) se puede estar de acuerdo con el obispo Cañizares, que lamenta en su carta reciente la propuesta de recusación al Papa en el Congreso.
Claro que el acuerdo no es por razones de “patriotismo nacional-católico” ni de “papalismo sentimental”, sino por no violar el respeto a la autonomía respectiva de Iglesia y Estado.
Lo del lapsus linguae de nuestro hermano Benedicto fue, ciertamente, una expresión desafortunada sin tacto diplomático. Ya sabemos que lo del preservativo no debería ser problema y que no es misión ni competencia de la Iglesia ni el prohibirlo ni el recomendarlo.
Creyentes y no creyentes, que disienten de la opinión personal expresada por el Papa en un comentario a los periodistas, podrán con toda libertad, a la vez que con respeto, disentir, e incluso decirle, con el cariño y buen humor con que se habla en familia al abuelo, que “calladito habría estado mejor”. Pero de ahí no se sigue que un Congreso, que tiene tantas cosas importantes que hacer, se permita el lujo de perder tiempo en esa menudencia que, además, no le incumbe.
Lástima que no pueda ser el obispo Cañizares quien tenga credenciales para decir esto, porque tras las repetidas ocasiones en que la Conferencia episcopal ha cometido ingerencias violadoras de la correcta relación entre Iglesia y Estado (por ejemplo, sus recomendaciones a los parlamentarios católicos con motivo de legislaciones sobre bioética), se ha perdido la credibilidad para exigir a la otra parte que cumpla con el criterio de la laicidad de mutuo respeto.
En cuanto al señor Llamazares, habrá que aconsejarle que no se rebaje hasta caer en el mismo nivel de la Conferencia episcopal, cometiendo semejantes ingerencias en sentido opuesto. De lo contrario serán, si se permite el ripio, “tales para cuales, los Cañizares y los Llamazares”, dignos siempre ambos extremos de confirmar la idiosincrasia española que escenificaba Buñuel...
La correcta laicidad en las relaciones Iglesia y Estado debe respetarse por ambas partes.
Y conste que esto no lo dice un partidario del nacional-catolicismo, sino quien está convencido de que se deben revisar los acuerdos anacrónicos entre Iglesia y Estado, que el gobierno actual no se atreve a cuestionar por miedo a perder votos, a pesar de que así se lo planteen lúcidamente desde su propio partido y desde las áreas más abiertas de la misma comunidad eclesial.
Claro que el acuerdo no es por razones de “patriotismo nacional-católico” ni de “papalismo sentimental”, sino por no violar el respeto a la autonomía respectiva de Iglesia y Estado.
Lo del lapsus linguae de nuestro hermano Benedicto fue, ciertamente, una expresión desafortunada sin tacto diplomático. Ya sabemos que lo del preservativo no debería ser problema y que no es misión ni competencia de la Iglesia ni el prohibirlo ni el recomendarlo.
Creyentes y no creyentes, que disienten de la opinión personal expresada por el Papa en un comentario a los periodistas, podrán con toda libertad, a la vez que con respeto, disentir, e incluso decirle, con el cariño y buen humor con que se habla en familia al abuelo, que “calladito habría estado mejor”. Pero de ahí no se sigue que un Congreso, que tiene tantas cosas importantes que hacer, se permita el lujo de perder tiempo en esa menudencia que, además, no le incumbe.
Lástima que no pueda ser el obispo Cañizares quien tenga credenciales para decir esto, porque tras las repetidas ocasiones en que la Conferencia episcopal ha cometido ingerencias violadoras de la correcta relación entre Iglesia y Estado (por ejemplo, sus recomendaciones a los parlamentarios católicos con motivo de legislaciones sobre bioética), se ha perdido la credibilidad para exigir a la otra parte que cumpla con el criterio de la laicidad de mutuo respeto.
En cuanto al señor Llamazares, habrá que aconsejarle que no se rebaje hasta caer en el mismo nivel de la Conferencia episcopal, cometiendo semejantes ingerencias en sentido opuesto. De lo contrario serán, si se permite el ripio, “tales para cuales, los Cañizares y los Llamazares”, dignos siempre ambos extremos de confirmar la idiosincrasia española que escenificaba Buñuel...
La correcta laicidad en las relaciones Iglesia y Estado debe respetarse por ambas partes.
Y conste que esto no lo dice un partidario del nacional-catolicismo, sino quien está convencido de que se deben revisar los acuerdos anacrónicos entre Iglesia y Estado, que el gobierno actual no se atreve a cuestionar por miedo a perder votos, a pesar de que así se lo planteen lúcidamente desde su propio partido y desde las áreas más abiertas de la misma comunidad eclesial.