Celibato evangélico (y 7): Ubi amor, ibi Deus
Antes de acabar la entrevista, dos preguntas: sobre acoso sexual por parte de curas y sobre la ruptura de la promesa de celibato.
“¿Qué piensa de los acosos sexuales por parte de personas con votos religiosos?”
Respondo: hay que condenar esos comportamientos tajantemente. Pero, ¡ojo!, también aquí hay que dar la vuelta a la pregunta. Se puede maltratar a una mujer sin darle la más mínima bofetada y se la puede violar sin tocarle ni siquiera un dedo. Pongo un ejemplo. Conocí a un sacerdote ya entrado en años que era muy escrupuloso en el tema de la relación con el otro sexo. Se escandalizaba al ver a jóvenes seminaristas dar la paz en la misa con un beso o abrazo a las chicas. Le preocupaba sobre todo en verano, pues iban, decía, "ligeritas de ropa". Él jamás daba abrazos ni besos,ni si siquiera daba la mano. Sin embargo, el grupo de mujeres (algunas más jóvenes y otras no tan jóvenes) que él “dirigía espiritualmente” dependía estrechamente de él; era acaparador, muy directivo, controlador, posesivo, y las trataba tan infantilmente que no las dejaba crecer y necesitaban el “permiso del padre” para las cosas más insospechadas. Un día le dije (quizás me pasé y fui un poco bruto en la expresión) que tratarlas así era como violarlas sin tocarles un dedo.
La respuesta anterior anima a la periodista a disparar al corazón, cambia del usted al tú de repente y me dice: “Última pregunta. Te reto a que me contestes. No me negarás que te habrás enamorado alguna vez después de tu opción de celibato. ¿Qué pasa entonces con esa tentación?”
Le contesto: Pero, mujer, ¿cómo llamas tentación a lo que es una gracia? La tentación, en todo caso, vendrá después, si viene. Además, déjame que te interpele. Cuando hablas de tentación, ¿crees que la única tentación se llama acostarse? Venga, hagamos fenomenología desde la experiencia.
Una persona, varón o mujer, con opción de celibato se encuentra en una situación de enamoramiento. Analicémosla. Lo primero de todo, descubre un amor (si es que le llega la pubertad con retraso), o bien confirma (si es que ya lo había descubierto antes) que es capaz de querer y ser querida. Por tanto, es una gracia.
Pero, a continuación, se plantean preguntas lacerantes: ¿Es lo mismo estar eamorado y amar? ¿Se puede amar más y mejor? ¿Se puede amar sin sufrir? Si no quieres sufrir no ames, pero si no amas, ¿para qué quieres vivir? ¿Dónde están los límites entre el amor y la posesividad, dependencia o dominación? ¿No viola la dignidad de las personas la sugerencia de prometer lo que no podemos dar, el fomentar expectativas de amor exclusivo que no vamos a satisfacer?...
No he hecho más que poner unos pocos ejemplos de cuestionamientos que se plantean a quien no quiera caer en la tentación de no elegir.(Esa es la gran tentación y no las llamadas tentaciones carnales, que se quedan en la superficie).
Pues bien, estas situaciones pueden tener los siguientes desenlaces posibles:
1) Con ocasión del enamoramiento, descubre esa persona célibe que debería cambiar su opción y, tras discernirlo, opta en paz por un cambio de ruta en su vida.
2) No quiere cambiar su opción; por una parte,las fuertes represiones que tiene no le permiten tampoco ceder a sus impulsos, pero al mismo tiempo siembra expectativas en la otra persona, con lo cuál la daña y se daña.
3) No quiere cambiar su opción, pero se desliza por la pendiente resbaladiza de comportamientos ambiguos (que a veces se han llamado una “tercera vía”), facilitados a su vez por la otra persona. Se producen entonces situaciones de doble vida que, a la larga, no ayudan a ninguna de las dos y pueden llegar a repercutir en daño o escándalo de terceras personas.
4) Se pone a la defensiva, se endurece y aparenta frialdad y moral estricta, se incapacita para amar y, por tanto, se incapacita para su ministerio.
5) Y queda la “quinta alternativa”. La “quinta alternativa” (pierdo el pudor al contarla) es algo sublimemente maravilloso y doloroso al mismo tiempo. Pesa tanto la opción fundamental, que no se abandona el camino elegido. Pero se camina sin escolta, es decir, sin la coraza defensiva de frialdad y endurecimiento; se opta, no por querer menos sino más y mejor; se elige día a día una elección, que no se podría elegir por las propias fuerzas. Se reconoce (con temor y temblor) que hay límites que poner. Si era gracia enamorarse, es gracia el aprender a amar más y mejor, a no dejar de querer sin que se dañen mutuamente quienes se quieren.
Esta última quinta alternativa la aprendí de dos personas: una de ellas, un amigo, enamorado de su mujer, pero cautivado por otra, que superó la crisis. Otra, una buena amiga, cuyo trato me hizo comprender que es posible la amistad entrañable entre célibes más allá de la polarización en la sexualidad. (Quienes me entienden me entienden y entienden por qué no entienden quienes no me entienden...)
Al llegar a este punto, concluye la entrevista. La periodista se ha emocionado un poco y dice que no sabe qué va a hacer para editar todo este material. La tranquilizo. Ya tengo el vicio de editar y lo voy a sacar por mi cuenta en el blog en forma de serial.
Se despide cariñosamente la periodista y salimos del café. Me quedo mirándola salir, con esa ternura que con que mira a una joven cuarenta años menor que uno quien no ha tenido hijas ni nietas. Y sigo subrayando con el bolígrafo el pensamiento del filósofo hermeneuta Paul Ricoeur: "lo que empezó por una casualidad, se cultivó en una relación y se consolidó al dar el paso de elegir con una apuesta, acaba por convertirse en un destino, a fuerza de reelegir día a día tu elección".
Aquí coinciden el psicoanálisis, el Zen y el Evangelio: miras al pasado sin autojusticicaciones de primavera, ni autocondenaciones de verano o amarguras de invierno. Con la serenidad de los colores de otoño te dices a tí mismo: “Así fue y así está bien”. Y le dices a la Fuente, Madre y Padre de la Vida: “Sí, Abba, así está bien, como tú lo has querido al meterme en este lío...” (cf. Mt 11,26).
“¿Qué piensa de los acosos sexuales por parte de personas con votos religiosos?”
Respondo: hay que condenar esos comportamientos tajantemente. Pero, ¡ojo!, también aquí hay que dar la vuelta a la pregunta. Se puede maltratar a una mujer sin darle la más mínima bofetada y se la puede violar sin tocarle ni siquiera un dedo. Pongo un ejemplo. Conocí a un sacerdote ya entrado en años que era muy escrupuloso en el tema de la relación con el otro sexo. Se escandalizaba al ver a jóvenes seminaristas dar la paz en la misa con un beso o abrazo a las chicas. Le preocupaba sobre todo en verano, pues iban, decía, "ligeritas de ropa". Él jamás daba abrazos ni besos,ni si siquiera daba la mano. Sin embargo, el grupo de mujeres (algunas más jóvenes y otras no tan jóvenes) que él “dirigía espiritualmente” dependía estrechamente de él; era acaparador, muy directivo, controlador, posesivo, y las trataba tan infantilmente que no las dejaba crecer y necesitaban el “permiso del padre” para las cosas más insospechadas. Un día le dije (quizás me pasé y fui un poco bruto en la expresión) que tratarlas así era como violarlas sin tocarles un dedo.
La respuesta anterior anima a la periodista a disparar al corazón, cambia del usted al tú de repente y me dice: “Última pregunta. Te reto a que me contestes. No me negarás que te habrás enamorado alguna vez después de tu opción de celibato. ¿Qué pasa entonces con esa tentación?”
Le contesto: Pero, mujer, ¿cómo llamas tentación a lo que es una gracia? La tentación, en todo caso, vendrá después, si viene. Además, déjame que te interpele. Cuando hablas de tentación, ¿crees que la única tentación se llama acostarse? Venga, hagamos fenomenología desde la experiencia.
Una persona, varón o mujer, con opción de celibato se encuentra en una situación de enamoramiento. Analicémosla. Lo primero de todo, descubre un amor (si es que le llega la pubertad con retraso), o bien confirma (si es que ya lo había descubierto antes) que es capaz de querer y ser querida. Por tanto, es una gracia.
Pero, a continuación, se plantean preguntas lacerantes: ¿Es lo mismo estar eamorado y amar? ¿Se puede amar más y mejor? ¿Se puede amar sin sufrir? Si no quieres sufrir no ames, pero si no amas, ¿para qué quieres vivir? ¿Dónde están los límites entre el amor y la posesividad, dependencia o dominación? ¿No viola la dignidad de las personas la sugerencia de prometer lo que no podemos dar, el fomentar expectativas de amor exclusivo que no vamos a satisfacer?...
No he hecho más que poner unos pocos ejemplos de cuestionamientos que se plantean a quien no quiera caer en la tentación de no elegir.(Esa es la gran tentación y no las llamadas tentaciones carnales, que se quedan en la superficie).
Pues bien, estas situaciones pueden tener los siguientes desenlaces posibles:
1) Con ocasión del enamoramiento, descubre esa persona célibe que debería cambiar su opción y, tras discernirlo, opta en paz por un cambio de ruta en su vida.
2) No quiere cambiar su opción; por una parte,las fuertes represiones que tiene no le permiten tampoco ceder a sus impulsos, pero al mismo tiempo siembra expectativas en la otra persona, con lo cuál la daña y se daña.
3) No quiere cambiar su opción, pero se desliza por la pendiente resbaladiza de comportamientos ambiguos (que a veces se han llamado una “tercera vía”), facilitados a su vez por la otra persona. Se producen entonces situaciones de doble vida que, a la larga, no ayudan a ninguna de las dos y pueden llegar a repercutir en daño o escándalo de terceras personas.
4) Se pone a la defensiva, se endurece y aparenta frialdad y moral estricta, se incapacita para amar y, por tanto, se incapacita para su ministerio.
5) Y queda la “quinta alternativa”. La “quinta alternativa” (pierdo el pudor al contarla) es algo sublimemente maravilloso y doloroso al mismo tiempo. Pesa tanto la opción fundamental, que no se abandona el camino elegido. Pero se camina sin escolta, es decir, sin la coraza defensiva de frialdad y endurecimiento; se opta, no por querer menos sino más y mejor; se elige día a día una elección, que no se podría elegir por las propias fuerzas. Se reconoce (con temor y temblor) que hay límites que poner. Si era gracia enamorarse, es gracia el aprender a amar más y mejor, a no dejar de querer sin que se dañen mutuamente quienes se quieren.
Esta última quinta alternativa la aprendí de dos personas: una de ellas, un amigo, enamorado de su mujer, pero cautivado por otra, que superó la crisis. Otra, una buena amiga, cuyo trato me hizo comprender que es posible la amistad entrañable entre célibes más allá de la polarización en la sexualidad. (Quienes me entienden me entienden y entienden por qué no entienden quienes no me entienden...)
Al llegar a este punto, concluye la entrevista. La periodista se ha emocionado un poco y dice que no sabe qué va a hacer para editar todo este material. La tranquilizo. Ya tengo el vicio de editar y lo voy a sacar por mi cuenta en el blog en forma de serial.
Se despide cariñosamente la periodista y salimos del café. Me quedo mirándola salir, con esa ternura que con que mira a una joven cuarenta años menor que uno quien no ha tenido hijas ni nietas. Y sigo subrayando con el bolígrafo el pensamiento del filósofo hermeneuta Paul Ricoeur: "lo que empezó por una casualidad, se cultivó en una relación y se consolidó al dar el paso de elegir con una apuesta, acaba por convertirse en un destino, a fuerza de reelegir día a día tu elección".
Aquí coinciden el psicoanálisis, el Zen y el Evangelio: miras al pasado sin autojusticicaciones de primavera, ni autocondenaciones de verano o amarguras de invierno. Con la serenidad de los colores de otoño te dices a tí mismo: “Así fue y así está bien”. Y le dices a la Fuente, Madre y Padre de la Vida: “Sí, Abba, así está bien, como tú lo has querido al meterme en este lío...” (cf. Mt 11,26).