El Cenáculo no es el Tenorio

“Estando atrancadas las puertas, llegó Jesús”, dice el evangelio según Juan (20,19), pero el Resucitado no se filtró por las paredes, sino “haciéndose presente en el centro” (en griego: ”este eis to meson”).

Lo escenificaron maravillosamente los niños y niñas japoneses del jardín de la infancia. Makoto es un niño de cinco años (Mako-chan, para los de casa). Hizo el papel de Jesús en las apariciones. Taró hizo de Tomás, porque quería meter el dedo en el costado y hacer cosquillas a Mako. Hiroshi hizo de Pedro, porque era el que “mandaba más” y Hiroshi es un mandón.

Lee la profesora el texto entre bastidores: “Y Jesús llegó...” Pero Mako no aparece, se ha perdido, ¿dónde se ha metido el niño que tiene que hacer de Jesús? Resulta que estaba en medio de todos, pero cubierta la cara con un abanico japonés traslúcido. Se descubre y grita feliz: “¡Aquí estoy! ¡Estoy vivo!”.

¿Por dónde ha entrado, si están las puertas cerradas?¿Es que atravesó las paredes?”, repiten a coro las encantadoras mellizas, Michiko y Teruko. “No, dice Mako-chan. Estaba aquí todo el rato, pero no se dieron cuenta”.

Felicité a la catequista. Yoshie es una pedagoga excelente. Le ha hecho ensayar a su parvulado lo esencial del versículo 19 del capítulo 20 de Juan: El Resucitado no se filtra por las paredes (como decían los catecismos pre-críticos inventándose propiedes de cuerpos gloriosos...). El Cenáculo no es el Tenorio. Jesús Vivo, con la vida verdadera más allá de la muerte, estaba con ellos y ellas allí. Está presente desde el principio en medio de la comunidad vivificada por su Espíritu, pero sólo se le ve con los ojos de la fe.

En la homilía, pregunté a los niños y niñas en el primer banco: “Si Pedro y Tomás hubieran tenido teéfonos móviles, ¿habría salido el Resucitado en la foto?” “No, contestaron a coro”, bien aleccionados por Yoshie. Algunas personas mayores titubearon y hubo que tranquilizarlas con hermenéutica (sus entendederas llegaban menos que las de los niños bien catequizados por Yoshie).

Les hablé en la homilía de los “ojos de la fe” (en japonés, kokoro no me) y los ojos corporales (en japonés, nikugan, es decir, ojos de carne). Y oramos para que se nos abran los ojos de la fe (Efesios 1,18), para que confesemos en el Credo nuestra fe en Jesús Resucitado, que vive para siempre y garantiza que viviremos para siempre “por Él, con Él y en ÉL”. (Fe que comparto, no sólo con Carmen Bellver, sino también con comentaristas que la expresan menos educadamente que ella).

POSTDATA: “Sí, todo eso está muy bien, pero yo quiero saber cómo se hace presente el Resucitado”, dice cierta persona incorregiblemente recalcitrante al leer este post. Pues de cinco maneras distintas que explicaré en el post siguiente, si no le perturba su fe el leerlo...
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