Cirugía transexual con apoyo de la iglesia
Leo la noticia de que el grupo de Nafarroa Bai ha registrado en el Parlamento de Navarra el primer proyecto de ley integral que se plantea en España para la atención y el reconocimiento de derechos de las personas transexuales. Hacía tiempo que contesté un mail en que me preguntaban por ese tema y me parece oportuno contar la siguiente historia.
La persona X. (en anonimato por respeto a su privacidad y para evitarle problemas) telefoneó al obispo Y (con igual necesidad de anonimato). “No soy creyente, pero he frecuentado algunas iglesias hasta que tuve que dejar de hacerlo por sentirme objeto de discriminación. En la iglesia cristiana Z. me hicieron el vacío al conocer mi orientación sexual. En la iglesia P. me exigían una confesión pública. Me han dicho que con usted se puede hablar”. “Sí, respondió el obispo por teléfono a la voz masculina que se lo preguntaba. Le espero esta tarde a las cuatro”.
La persona que se presentó coincidía con la voz telefónica, pero el atuendo era femenino. El obispo, después de escucharla, le dice: “Conozco varias parroquias en las que no harán problema y se encontrará acogida”. Y cogió el teléfono y contactó inmediatamente con los respectivos curas.
“Tengo otro favor que pedirle”, dice X., “llevo tiempo planteándome la operación de cambio de sexo y el cambio de mi nombre en el registro civil. Pero me exigen en el juzgado que presente una carta de recomendación”. “Si le vale mi firma, ahora mismo”, dijo el obispo, y firmó la recomendación.
Hoy esta persona vive como se sentía, como mujer, y lo agradece.
Hasta aquí la historia, que he tenido que narrar con siglas de anonimato: por respeto a la privacidad y por evitar los problemas que crearía a esa persona y a quien firmó la recomendación. Pero que haya que recurrir al anonimato para narrarlo es señal precisamente de que el problema es nuestro, por discriminar y no acoger evangélicamente... Una asignatura pendiente más...
La persona X. (en anonimato por respeto a su privacidad y para evitarle problemas) telefoneó al obispo Y (con igual necesidad de anonimato). “No soy creyente, pero he frecuentado algunas iglesias hasta que tuve que dejar de hacerlo por sentirme objeto de discriminación. En la iglesia cristiana Z. me hicieron el vacío al conocer mi orientación sexual. En la iglesia P. me exigían una confesión pública. Me han dicho que con usted se puede hablar”. “Sí, respondió el obispo por teléfono a la voz masculina que se lo preguntaba. Le espero esta tarde a las cuatro”.
La persona que se presentó coincidía con la voz telefónica, pero el atuendo era femenino. El obispo, después de escucharla, le dice: “Conozco varias parroquias en las que no harán problema y se encontrará acogida”. Y cogió el teléfono y contactó inmediatamente con los respectivos curas.
“Tengo otro favor que pedirle”, dice X., “llevo tiempo planteándome la operación de cambio de sexo y el cambio de mi nombre en el registro civil. Pero me exigen en el juzgado que presente una carta de recomendación”. “Si le vale mi firma, ahora mismo”, dijo el obispo, y firmó la recomendación.
Hoy esta persona vive como se sentía, como mujer, y lo agradece.
Hasta aquí la historia, que he tenido que narrar con siglas de anonimato: por respeto a la privacidad y por evitar los problemas que crearía a esa persona y a quien firmó la recomendación. Pero que haya que recurrir al anonimato para narrarlo es señal precisamente de que el problema es nuestro, por discriminar y no acoger evangélicamente... Una asignatura pendiente más...