Ciudadanía y koinonía
La ética de la ciudadanía (Rom 2,14; Phil 4,8; Mt 22, 15-22; Mc 8, 14, 23, etc.) y la espiritualidad de la koinonía (1 Jn 1, 1-7; Mt 18, 15, 35, etc.) no deberían enfrentarse, sino ayudarse para cooperar al bien común de una sociedad sin discriminación de ninguna clase (Gal 3,28).
La ética de la ciudadanía y la espiritualidad de la koinonía ni se suplantan ni se absorben la una a la otra. Ni se excluyen con agresividad, ni se incluyen confusamente. Se respetan mutuamente en el seno de la sociedad plural. Caminan paralelas, sin chocar, por diversos carriles de la misma autovía. A veces se adelanta una; a veces, la otra. Y, al llegar a las paradas de descanso, pueden compartir mesa y vino, mientras se proponen (sin imponerlas) aportaciones para transformarse mutuamente.
La ética de la ciudadanía promueve la convivencia social (en relaciones de amistad, justicia y solidaridad); promueve el respeto a la conciencia, la libertad, la dignidad y derechos de las personas, y protege la vida en todas sus dimensiones.
La espiritualidad de la koinonía brota de la gratitud por el sentido de la Vida, manifestada en Jesús, invita a convivir dándonos mutuamente vida, y proporciona luz, fuerza y esperanza para realizar lo más difícil de la convivencia humana: convivir con lo diferente, perdonar la enemistad, orar por las personas adversarias y optar preferentemente por ponerse de parte de las personas más desfavorecidas. (A estas últimas actitudes es más difícil llegar tan solo de la mano de Aristóteles, aunque su ética nos ayuda a conjugar la justicia con la amistad).
Un ejemplo de conjugar la ética de la ciudadanía y la espiritualidad de la koinonía es la encíclica de Juan Pablo II Dives in misericordia (1981): No basta la justicia, si no arraiga en misericordia. Es inauténtica la misericordia que no practica la justicia (cf. n.12). Lo reiteró en su mensaje de paz tras los atentados terroristas del 11 de septiembre: ¨Ni paz sin justicia, ni justicia sin perdón”.
En esa línea ha formulado el señor obispo Blázquez sus afirmaciones sobre la construcción de la paz, como tarea ciudadana y cristiana, urgencia actual en las comunidades e iglesias del estado español: estar unidos por la paz, la libertad y la vida, más allá de condicionamientos ideológicos, cálculos electoralistas o motivaciones interesadas inconfesables.
La ética de la ciudadanía y la espiritualidad de la koinonía ni se suplantan ni se absorben la una a la otra. Ni se excluyen con agresividad, ni se incluyen confusamente. Se respetan mutuamente en el seno de la sociedad plural. Caminan paralelas, sin chocar, por diversos carriles de la misma autovía. A veces se adelanta una; a veces, la otra. Y, al llegar a las paradas de descanso, pueden compartir mesa y vino, mientras se proponen (sin imponerlas) aportaciones para transformarse mutuamente.
La ética de la ciudadanía promueve la convivencia social (en relaciones de amistad, justicia y solidaridad); promueve el respeto a la conciencia, la libertad, la dignidad y derechos de las personas, y protege la vida en todas sus dimensiones.
La espiritualidad de la koinonía brota de la gratitud por el sentido de la Vida, manifestada en Jesús, invita a convivir dándonos mutuamente vida, y proporciona luz, fuerza y esperanza para realizar lo más difícil de la convivencia humana: convivir con lo diferente, perdonar la enemistad, orar por las personas adversarias y optar preferentemente por ponerse de parte de las personas más desfavorecidas. (A estas últimas actitudes es más difícil llegar tan solo de la mano de Aristóteles, aunque su ética nos ayuda a conjugar la justicia con la amistad).
Un ejemplo de conjugar la ética de la ciudadanía y la espiritualidad de la koinonía es la encíclica de Juan Pablo II Dives in misericordia (1981): No basta la justicia, si no arraiga en misericordia. Es inauténtica la misericordia que no practica la justicia (cf. n.12). Lo reiteró en su mensaje de paz tras los atentados terroristas del 11 de septiembre: ¨Ni paz sin justicia, ni justicia sin perdón”.
En esa línea ha formulado el señor obispo Blázquez sus afirmaciones sobre la construcción de la paz, como tarea ciudadana y cristiana, urgencia actual en las comunidades e iglesias del estado español: estar unidos por la paz, la libertad y la vida, más allá de condicionamientos ideológicos, cálculos electoralistas o motivaciones interesadas inconfesables.