Compatriotas musulmanes
Cuando el rey Juan Carlos, conmemorando al-Ándalus 92, dijo en Medina Zahara que “nuestros compatriotas musulmanes forman parte de un proyecto de vida en libertad y respeto a sus creencias, como el resto de los ciudadanos de un páis democrático”, hubo oyentes que se extrañaron.
Cuando dirigentes musulmanes condenaron los atentados del 11 de marzo de 2004 y oraron por la paz en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá, tampoco faltaron reacciones escépticas. Cuando el Presidente Zapatero promovía la alianza de civilizaciones, la oposición beligerante aprovechaba para corear las tesis confrontacionistas de Huntington y las sospechas monoculturalistas de Sartori.
Pero en la Murcia que recuerda a Ibn-Il Arabí hay motivo para ir en vanguardia del abrazo intercultural e interreligioso.
Tras los atentados del 11 de septiembre, presenté en mi clase de la Universidad Sofía (Tokyo) la Biblia, el Corán y el Sutra del Loto budista, exhortando a la paz. Las religiones heredan tradiciones de paz, pero las traicionan a lo largo de la historia. Por eso han de hacer autocrítica y reformarse.
Unos días después nos reuníamos tres religiones (budismo, islam y cristianismo) para dialogar sobre la paz. Seguimos reuniéndonos en Tokyo cada 11 de septiembre y, a partir del 2004, el 11 de marzo. En una ocasión, nos acompañaba un grupo norteamericano de oposición a Bush. En la recepción se acercaron a preguntarme: “¿Es usted español?”, y me sonrojaron con la foto de las Azores. Menos mal que llevaba en el bolsillo el poema de Ibn-al-Arabi para citarlo en el brindis. “No me identifiquen, por mi nacionalidad, con los del sí a la guerra, ni identifiquen al auténtico islam con el terrorismo sedicente islamista”.
En la VIII Conferencia Mundial de Religiones (Kyoto, 2006) oraban éstas juntas por la paz. Y en Tokyo, hombres y mujeres musulmanes y católicos se arrodillaban hombro a hombro en la mezquita de Setagaya. Oportuna la cita de Ibn al-Arabi, con su “corazón tornado en Tablas de la Torá y Libro del Corán, religión del amor...”
Mientras en España era novedosa la alianza de civilizaciones, en Japón llevábamos dos décadas repitiendo el lema del “encuentro de culturas y abrazo de religiones”. Lo he evocado leyendo Islam. Cultura, religión y política (Trotta, 2009) del teólogo Juan José Tamayo, que deshace prejuicios sobre el Islam remontándose a sus orígenes, colocándolo en un marco de derechos humanos, preocupación feminista actual y búsquedas alternativas de otro mundo y espiritualidad posibles.
La vitalidad y protagonismo del Islam, segunda religión mundial, con más de 1200 millones de creyentes, son un reto ineludible. El futuro de la humanidad, dice el autor, no puede construirse contra el Islam, ni al margen del Islam, sino en colaboración con él.
Para superar la ignorancia y los estereotipos amplificados por los medios, Tamayo reconstruye la figura de Muhammad, reformador religioso, líder político y estratega militar, destacando su experiencia mística y su compromiso con los excluidos, los huérfanos y las mujeres. Recorre la historia del islam y su presencia en España, como uno de los estratos de identidad.
La pluralidad de corrientes sunnitas, chiítas, sufíes, euroislam, feminismo islámico, fundamentalismo, etc., desmiente el tópico de una religión uniforme. Nos presenta esta obra el Corán y la Sunna, no idolatrados al modo fundamentalista, sino estudiados histórico-críticamente; la Sharía, revisada por sectores reformistas de dentro y fuera del islam; los cinco pilares (profesión de fe, oración, limosna, ayuno y peregrinación a Meca), interpretados no ritualistamente, sino desde la opción por los pobres.
Son cuestiones polémicas los derechos humanos y las mujeres en el islam. Tamayo distingue: a) en la Arabia pre-islámica eran consideradas inferiores al varón; b) con la llegada del islam son reconocidas como sujetos jurídicos con igual dignidad que los varones; c) al expandirse el islam e implantarse fuera de la Península Arábiga, se incorporan costumbres discriminadoras, que se introducen en la Shari’a, sin ser islámicas; d) hoy, una corriente feminista dentro del islam lucha por recuperar la tradición igualitaria y por liberar a la mujeres de las tradiciones patriarcales.
Encuentros interreligiosos y la liberación son claves hermenéuticas de esta obra, completada con diálogos emblemáticos entre cristianismo e islam. La conclusión impide identificar al islam con el fundamentalismo o el terrorismo, patologías de la religión denunciadas por los propios musulmanes. Un Occidente reconocedor de sus raíces islámicas promoverá hoy el paso “del anatema al diálogo” y evitará la confrontación, aunque sin caer en la ingenuidad de ignorar las dificultades acumuladas durante siglos.
Concluída la lectura, me apetece compartir con mis paisanos murcianos el deseo de revivir el espíritu de Ibn-al-Arabi para construir la paz con nuestros compatriotas musulmanes.
(Publicado en La Verdad, de Murcia el 1 de marzo, 2009)
Cuando dirigentes musulmanes condenaron los atentados del 11 de marzo de 2004 y oraron por la paz en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá, tampoco faltaron reacciones escépticas. Cuando el Presidente Zapatero promovía la alianza de civilizaciones, la oposición beligerante aprovechaba para corear las tesis confrontacionistas de Huntington y las sospechas monoculturalistas de Sartori.
Pero en la Murcia que recuerda a Ibn-Il Arabí hay motivo para ir en vanguardia del abrazo intercultural e interreligioso.
Tras los atentados del 11 de septiembre, presenté en mi clase de la Universidad Sofía (Tokyo) la Biblia, el Corán y el Sutra del Loto budista, exhortando a la paz. Las religiones heredan tradiciones de paz, pero las traicionan a lo largo de la historia. Por eso han de hacer autocrítica y reformarse.
Unos días después nos reuníamos tres religiones (budismo, islam y cristianismo) para dialogar sobre la paz. Seguimos reuniéndonos en Tokyo cada 11 de septiembre y, a partir del 2004, el 11 de marzo. En una ocasión, nos acompañaba un grupo norteamericano de oposición a Bush. En la recepción se acercaron a preguntarme: “¿Es usted español?”, y me sonrojaron con la foto de las Azores. Menos mal que llevaba en el bolsillo el poema de Ibn-al-Arabi para citarlo en el brindis. “No me identifiquen, por mi nacionalidad, con los del sí a la guerra, ni identifiquen al auténtico islam con el terrorismo sedicente islamista”.
En la VIII Conferencia Mundial de Religiones (Kyoto, 2006) oraban éstas juntas por la paz. Y en Tokyo, hombres y mujeres musulmanes y católicos se arrodillaban hombro a hombro en la mezquita de Setagaya. Oportuna la cita de Ibn al-Arabi, con su “corazón tornado en Tablas de la Torá y Libro del Corán, religión del amor...”
Mientras en España era novedosa la alianza de civilizaciones, en Japón llevábamos dos décadas repitiendo el lema del “encuentro de culturas y abrazo de religiones”. Lo he evocado leyendo Islam. Cultura, religión y política (Trotta, 2009) del teólogo Juan José Tamayo, que deshace prejuicios sobre el Islam remontándose a sus orígenes, colocándolo en un marco de derechos humanos, preocupación feminista actual y búsquedas alternativas de otro mundo y espiritualidad posibles.
La vitalidad y protagonismo del Islam, segunda religión mundial, con más de 1200 millones de creyentes, son un reto ineludible. El futuro de la humanidad, dice el autor, no puede construirse contra el Islam, ni al margen del Islam, sino en colaboración con él.
Para superar la ignorancia y los estereotipos amplificados por los medios, Tamayo reconstruye la figura de Muhammad, reformador religioso, líder político y estratega militar, destacando su experiencia mística y su compromiso con los excluidos, los huérfanos y las mujeres. Recorre la historia del islam y su presencia en España, como uno de los estratos de identidad.
La pluralidad de corrientes sunnitas, chiítas, sufíes, euroislam, feminismo islámico, fundamentalismo, etc., desmiente el tópico de una religión uniforme. Nos presenta esta obra el Corán y la Sunna, no idolatrados al modo fundamentalista, sino estudiados histórico-críticamente; la Sharía, revisada por sectores reformistas de dentro y fuera del islam; los cinco pilares (profesión de fe, oración, limosna, ayuno y peregrinación a Meca), interpretados no ritualistamente, sino desde la opción por los pobres.
Son cuestiones polémicas los derechos humanos y las mujeres en el islam. Tamayo distingue: a) en la Arabia pre-islámica eran consideradas inferiores al varón; b) con la llegada del islam son reconocidas como sujetos jurídicos con igual dignidad que los varones; c) al expandirse el islam e implantarse fuera de la Península Arábiga, se incorporan costumbres discriminadoras, que se introducen en la Shari’a, sin ser islámicas; d) hoy, una corriente feminista dentro del islam lucha por recuperar la tradición igualitaria y por liberar a la mujeres de las tradiciones patriarcales.
Encuentros interreligiosos y la liberación son claves hermenéuticas de esta obra, completada con diálogos emblemáticos entre cristianismo e islam. La conclusión impide identificar al islam con el fundamentalismo o el terrorismo, patologías de la religión denunciadas por los propios musulmanes. Un Occidente reconocedor de sus raíces islámicas promoverá hoy el paso “del anatema al diálogo” y evitará la confrontación, aunque sin caer en la ingenuidad de ignorar las dificultades acumuladas durante siglos.
Concluída la lectura, me apetece compartir con mis paisanos murcianos el deseo de revivir el espíritu de Ibn-al-Arabi para construir la paz con nuestros compatriotas musulmanes.
(Publicado en La Verdad, de Murcia el 1 de marzo, 2009)