Espíritu Santo es Pluralismo y Convivencia
En la escenificación por Lucas del acontecimiento de Pentecostés, la irrupción del Espíritu como terremoto, ráfaga de viento y lenguas de fuego sobre la comunidad reunida desencadena un proceso de comunicación desconcertante: los galileos transformados de timoratos en audaces transmiten la Buena Noticia a gente “de todas las naciones que hay bajo el cielo”, pero no hace falta traducción simultánea.
Ni Pedro y Salomé, ni Magdalena y Juan utilizan un esperanto, ni obligan a los oyentes a aprender arameo, ni se refugian en el griego como hoy en el inglés. Habla cada cuál en su propia lengua y se entiende cada hijo de humano en la suya.
Por supuesto, ya sabemos que no ocurrió así. Se trata del ideal; lo que Lucas, como las primeras comunidades deseaban que ocurriera; lo que el Espíritu de Jesús les animaba a que ocurriera y hacia lo que nos hace hoy a nosotros encaminarnos para lograr que ocurra: la unidad, como en el mandala oriental de la variedad y la armonía, la síntesis de pluralismo y convivencia.
Cuando los constructores de la torre de Babel tuvieron que desistir de su empeño a causa del caos multicultural, la interrupción de las obras fue castigo y bendición. Castigo para quienes querían uniformar a todos y todas bajo la misma torre y lengua. Bendición porque, al dispersarse, se conservó la pluralidad de lenguas y la heterogeneidad de culturas.
El mensaje de Pentecostés no es sustituir la torre de Babel por una plaza de san Pedro y dicasterios vaticanos para uniformar y unificar a todos y todas bajo latines, dogmas, morales y ritos homologadores a machamartillo, sino una llamada a construir la convivencia promocionando la pluralidad al amparo del Espíritu que da vida, libertad y capacidad para relativizarlo todo, porque todo cambia menos el Espíritu que nos hace seguir cambiando continuamente.
El evangelio según san Juan que se lee este domingo dice así: “El Espíritu desvelador de la Verdad os guiará por el camino hacia la plenitud de la verdad” (Jn 16, 13: eís ten aletheian pásan). Si nos tiene que encaminar a la totalidad de la verdad, es porque todavía no estamos en ella.
Ninguna de las confesionalidades cristianas, ninguna de las iglesias hermanas, ni ninguna de las religiones hermanas está en posesión de la totalidad de la verdad, ni nosotros tampoco, por supuesto. La presencia del Espíritu que nos encamina hacia esa plenitud “subsiste” (en latín “sub-sistit”, está latente, inacabada e incipiente) también en la iglesia católica, pero sin que ésta tengan ningún derecho de monopolio sobre el Espíritu (no obstante la pretensión de algunas declaraciones como la instrucción Dominus Jesus de la CDF, de 6 de agosto del 2000, que interpreta en su n.16 el “subsistit” como si solamente subsistiese la autenticidad eclesial cristiana en la iglesia católica. Lamentaremos durante mucho tiempo el insulto a las iglesias hermanas y la marcha atrás en el ecumenismo que supuso este documento).
Ni Pedro y Salomé, ni Magdalena y Juan utilizan un esperanto, ni obligan a los oyentes a aprender arameo, ni se refugian en el griego como hoy en el inglés. Habla cada cuál en su propia lengua y se entiende cada hijo de humano en la suya.
Por supuesto, ya sabemos que no ocurrió así. Se trata del ideal; lo que Lucas, como las primeras comunidades deseaban que ocurriera; lo que el Espíritu de Jesús les animaba a que ocurriera y hacia lo que nos hace hoy a nosotros encaminarnos para lograr que ocurra: la unidad, como en el mandala oriental de la variedad y la armonía, la síntesis de pluralismo y convivencia.
Cuando los constructores de la torre de Babel tuvieron que desistir de su empeño a causa del caos multicultural, la interrupción de las obras fue castigo y bendición. Castigo para quienes querían uniformar a todos y todas bajo la misma torre y lengua. Bendición porque, al dispersarse, se conservó la pluralidad de lenguas y la heterogeneidad de culturas.
El mensaje de Pentecostés no es sustituir la torre de Babel por una plaza de san Pedro y dicasterios vaticanos para uniformar y unificar a todos y todas bajo latines, dogmas, morales y ritos homologadores a machamartillo, sino una llamada a construir la convivencia promocionando la pluralidad al amparo del Espíritu que da vida, libertad y capacidad para relativizarlo todo, porque todo cambia menos el Espíritu que nos hace seguir cambiando continuamente.
El evangelio según san Juan que se lee este domingo dice así: “El Espíritu desvelador de la Verdad os guiará por el camino hacia la plenitud de la verdad” (Jn 16, 13: eís ten aletheian pásan). Si nos tiene que encaminar a la totalidad de la verdad, es porque todavía no estamos en ella.
Ninguna de las confesionalidades cristianas, ninguna de las iglesias hermanas, ni ninguna de las religiones hermanas está en posesión de la totalidad de la verdad, ni nosotros tampoco, por supuesto. La presencia del Espíritu que nos encamina hacia esa plenitud “subsiste” (en latín “sub-sistit”, está latente, inacabada e incipiente) también en la iglesia católica, pero sin que ésta tengan ningún derecho de monopolio sobre el Espíritu (no obstante la pretensión de algunas declaraciones como la instrucción Dominus Jesus de la CDF, de 6 de agosto del 2000, que interpreta en su n.16 el “subsistit” como si solamente subsistiese la autenticidad eclesial cristiana en la iglesia católica. Lamentaremos durante mucho tiempo el insulto a las iglesias hermanas y la marcha atrás en el ecumenismo que supuso este documento).