In memoriam: Aloisio Card. Lorscheider
Orando por su eterno descanso y dando gracias por su vida y su aportación a la Iglesia del Concilio, es oportuno evocar algunas instantáneas de su participación en el Sínodo extraordinario de 1985.
En mayo del 1985 se publicó el Informe sobre la fe, del card. Ratzinger, que daba el pistoletazo oficial de salida a la carrera, hasta entonces más bien subterránea, de la restauración e involución en la iglesia bajo la férrea dirección del pontífice polaco. A 25 de enero anunció el Papa la convocación de un Sínodo extraordinario: se conmemoraría en diciembre el vigésimo aniversario del Vaticano II.
La manipulación de los preparativos documentales pretendía contrarrestar la renovación, enterrando los frutos postconciliares bajo una montaña de documentos que, citando el Concilio, decían sutilmente lo contrario. La presencia y actividad de cardenales como Hume, Daneels, Martini, Lorscheider, etc. impidió males mayores, conteniendo a duras penas la avalancha conservadora de curiales influyentes como el card. López Trujillo o beligerantes antiliberacionistas como el card. Eugenio de Araújo Sales o el obispo Darío Castrillón.
Elegidos por sus hermanos en el episcopado en las Américas, asistían a ese sínodo dos cardenales brasileños franciscanos: Evaristo Arns, de Saô Paulo y Aloisio Lorscheider, de Fortaleza; y por Norteamérica, el card. Bernardin. Los europeos eligieron al card. Etchegaray, arzobispo de Marsella, entonces Presidente de Justicia y Paz, en Roma, al card. Martini, de Milán, y al card. Hume, de Westminster. Había, por tanto, peso sufciente para frenar los excesos inquisitoriales de la Curia, aunque lo tuvieron difícil.
El año anterior Lorscheider, junto con Arns, había acompañado a Boff a Roma, demostrando con su presencia junto a él que su eclesiología no estaba al margen de la jerarquía como creían en la Congregación para la doctrina de la fe.
El talante de Lorscheider lo refleja su respuesta a la prensa sobre el papel episcopal: “No me veo, decía, como si fuera el gestor de una sucursal del Banco Espiritual Internacional, S.A., ni mucho menos. El pueblo y yo aprendemos mutuamente. El pueblo confirma mi fe y yo trato de confirmar la suya. Llego a caballo o en jeep a una parroquia, pero no hace falta que sea yo siempre quien presida. Cuando me preguntáis los periodistas qué pienso sobre un tema, os contesto cómo lo ve el pueblo”.
El Papa lo designó como uno de los nombrados por él, pero le pusieron en una comisión bajo la presidencia de Sales (a quien algunos llamaban el pájaro cuco curial en el nido de los obispos brasileños). El 22 de noviembre, el card. Ernesto Corripio Ahumada, Primado de México, dirigió un discurso melosamente adulatorio a Juan Pablo II, en el que cargaba contra la iglesia popular y la teología de la liberación. Se publicó luego en el Osservatore Romano, pero solamente en la edición en español. Era como un manifiesto firmado por 15 obispos de talante inquisitorial. Obviamente ni Arns, ni Lorscheider lo firmaron.
El obispo José Ivo Lorscheiter, Presidente de los obispos brasileños, junto con el card.Lorscheider, presentaron al Sínodo intervenciones por escrito para deshacer malentendidos sobre liberación. La teología de la liberación, explicaban, no legitima la violencia; no defiende ideología marxista; no aplica a Latinoamérica conceptos prestados de teología política europea; y no rompe con la tradición católica. Lorscheider insistía en su intervención en defender la iglesia de los pobres. “En nuestros países, decía, la gente es rica en fe y pobre de todo lo demás. Son creyentes y pobres, objeto por ello de la predilección de Dios. La iglesia ha de escuchar sus voces y dejarse interpelar”.
Unos días después, Darío Castrillón bramaba en contra, criticando desórdenes y errores de la teología de la liberación y empeñándose en identificarla con la violencia y el odio.(Aunque destilaba más violencia el tono crispado de su propio discurso).
Pero hay que poner puntos suspensivos para no alargar el post. Lectoras y lectores con interés disfrutarían leyendo el libro de Peter Hebblethwaite, Synod Extraordinary, Darton, Longmann and Todd, London, 1985. Sigue siendo válido más de dos décadas después de su publicación. Lástima que no se tradujera entonces al castellano.
Y sigamos apelando a los investigadores, para que en tiempos de “destape inquisitorial” (como conté en el post del mes de marzo pasado, la historia nos salve y nos de optimismo y esperanza.
En mayo del 1985 se publicó el Informe sobre la fe, del card. Ratzinger, que daba el pistoletazo oficial de salida a la carrera, hasta entonces más bien subterránea, de la restauración e involución en la iglesia bajo la férrea dirección del pontífice polaco. A 25 de enero anunció el Papa la convocación de un Sínodo extraordinario: se conmemoraría en diciembre el vigésimo aniversario del Vaticano II.
La manipulación de los preparativos documentales pretendía contrarrestar la renovación, enterrando los frutos postconciliares bajo una montaña de documentos que, citando el Concilio, decían sutilmente lo contrario. La presencia y actividad de cardenales como Hume, Daneels, Martini, Lorscheider, etc. impidió males mayores, conteniendo a duras penas la avalancha conservadora de curiales influyentes como el card. López Trujillo o beligerantes antiliberacionistas como el card. Eugenio de Araújo Sales o el obispo Darío Castrillón.
Elegidos por sus hermanos en el episcopado en las Américas, asistían a ese sínodo dos cardenales brasileños franciscanos: Evaristo Arns, de Saô Paulo y Aloisio Lorscheider, de Fortaleza; y por Norteamérica, el card. Bernardin. Los europeos eligieron al card. Etchegaray, arzobispo de Marsella, entonces Presidente de Justicia y Paz, en Roma, al card. Martini, de Milán, y al card. Hume, de Westminster. Había, por tanto, peso sufciente para frenar los excesos inquisitoriales de la Curia, aunque lo tuvieron difícil.
El año anterior Lorscheider, junto con Arns, había acompañado a Boff a Roma, demostrando con su presencia junto a él que su eclesiología no estaba al margen de la jerarquía como creían en la Congregación para la doctrina de la fe.
El talante de Lorscheider lo refleja su respuesta a la prensa sobre el papel episcopal: “No me veo, decía, como si fuera el gestor de una sucursal del Banco Espiritual Internacional, S.A., ni mucho menos. El pueblo y yo aprendemos mutuamente. El pueblo confirma mi fe y yo trato de confirmar la suya. Llego a caballo o en jeep a una parroquia, pero no hace falta que sea yo siempre quien presida. Cuando me preguntáis los periodistas qué pienso sobre un tema, os contesto cómo lo ve el pueblo”.
El Papa lo designó como uno de los nombrados por él, pero le pusieron en una comisión bajo la presidencia de Sales (a quien algunos llamaban el pájaro cuco curial en el nido de los obispos brasileños). El 22 de noviembre, el card. Ernesto Corripio Ahumada, Primado de México, dirigió un discurso melosamente adulatorio a Juan Pablo II, en el que cargaba contra la iglesia popular y la teología de la liberación. Se publicó luego en el Osservatore Romano, pero solamente en la edición en español. Era como un manifiesto firmado por 15 obispos de talante inquisitorial. Obviamente ni Arns, ni Lorscheider lo firmaron.
El obispo José Ivo Lorscheiter, Presidente de los obispos brasileños, junto con el card.Lorscheider, presentaron al Sínodo intervenciones por escrito para deshacer malentendidos sobre liberación. La teología de la liberación, explicaban, no legitima la violencia; no defiende ideología marxista; no aplica a Latinoamérica conceptos prestados de teología política europea; y no rompe con la tradición católica. Lorscheider insistía en su intervención en defender la iglesia de los pobres. “En nuestros países, decía, la gente es rica en fe y pobre de todo lo demás. Son creyentes y pobres, objeto por ello de la predilección de Dios. La iglesia ha de escuchar sus voces y dejarse interpelar”.
Unos días después, Darío Castrillón bramaba en contra, criticando desórdenes y errores de la teología de la liberación y empeñándose en identificarla con la violencia y el odio.(Aunque destilaba más violencia el tono crispado de su propio discurso).
Pero hay que poner puntos suspensivos para no alargar el post. Lectoras y lectores con interés disfrutarían leyendo el libro de Peter Hebblethwaite, Synod Extraordinary, Darton, Longmann and Todd, London, 1985. Sigue siendo válido más de dos décadas después de su publicación. Lástima que no se tradujera entonces al castellano.
Y sigamos apelando a los investigadores, para que en tiempos de “destape inquisitorial” (como conté en el post del mes de marzo pasado, la historia nos salve y nos de optimismo y esperanza.