Lunes de pascua: Salomé misacantana

cerezos 3


Camino de Emaús, Juana y Lucas, Salomé y Cleofás. Se les acercó el Peregrino: Reparte el pan con los pobres, a nadie niega su vino, y va diciendo por los caminos: Amigo soy...

Salomé y Juana, Lucas y Cleofás iban camino de Emaús aquel mismo día (cf. Lc 24, 13ss.).Salomé y Juana, unos pasos por delante. Lucas y Cleofás, algo rezagados. A ritmo de marcha, ellas; cariacontecidos, ellos.

Dice Salomé exultante. “Alegrad esas caras, niños, que el campo está precioso, almendros en flor y aroma de tomillo”. “Déjate de bobadas, en pleno duelo”, dice Lucas. “¿Cuántas veces habrá que repetirlo para que nos creíais?”, dice Juana, y añade: “Él vive, nos lo aseguró el ángel, nos aguarda en Galilea”. “Eso, dice Salomé, en Emaús solamente parada y fonda”. “Callad ilusas”, dicen ellos.

A la altura del cruce de Betania un peregrino confluye con el grupo. Turbante calado, el velo protege su cara del polvo del camino. “Shalom, chicas. ¿La misma ruta?”, saluda sonriente. “Hola, caminante. Nosotras, a Emaús, de paso para Galilea”, contestan a la par con voz alegre Salomé y Juana. “Yo tengo una cita en Galilea”, dice él. “Pues se te hará de noche. Más te vale hacer escala en Emaús”. “Es que no quiero hacerles esperar".

"¿Y vosotros, chicos, al mismo sitio?”, dice el del turbante, dirigiéndose a Lucas y Cleofás. “Hmmm”, saludan elos de mala gana, sin ánimo de platicar. “Van con nosotras ,aclara Salomé, pero estos dos no tiran de su cuerpo”. “Anda, insiste Juana, apretad el paso y vamos todos juntos, que el sendero es ancho”.

Marchan de cinco en fondo, Juana a la izquierda de Lucas, Cleofás en el centro, Salomé junto a él, y a su derecha el peregrino, que comenta: “Mirad qué hermosura de lirios en la colina”. Se le ha ladeado el velo al señalar al horizonte y su rostro descubierto cruza la mirada con Salomé, que susurra: “Ya decía yo que tu voz me sonaba, Rabboní”. El peregrino se lleva un dedo a la boca y sugiere silencio.

Juana no consigue animar a Lucas y Cleofás. Les interpela el peregrino: “¿Por qué esas caras largas?”. Responden: “¿Eres el único que no sabe lo de ayer en el Gólgota?”. “¿Qué?”. “Lo de Jesús, se lo cargaron los jefes. Nosotros esperábamos su liberación, pero... está enterrado”.

Entretanto, Salomé y el peregrino se miran con complicidad. “¿No leéis vosotros las Escrituras?”, dice el peregrino. “Tenía que pasar lo de siempre, al inocente lo asesinan, pero Abba le da la razón y su Espíritu lo saca de muerte a vida: Éxodo, Tránsito, Pascua”

Descansan bajo una higuera, Salomé saca pan de su alforja: “Peregrino, vas a necesitar esto para convencerlos”. El peregrino mira al cielo y parte el pan. “¡Conque eras tú!”, exclama atónito Lucas. Pero en ese instante desapareció de su vista. De pie, pan y vino en mano, solo están ante ellos Salomé, partiendo pan, y Juana, escanciando vino. Las dos unen sus voces a coro: “Abba, envía tu Espíritu que transforme y consagre la vida de quienes comparten”.

“¿En qué quedamos?, dice Lucas desconcertado. ¿Era él o sois vosotras?, dice Cleofás perplejo. ¿Ha sido un sueño, una ilusión? ¿Alucinamos?”. “No, dice Salomé, necesitáis una homilía que lo explique. Quien nos ve a nosotras haciendo lo que Él hizo en memoria suya, le está viendo a Él”.

“Pero... ¿Adónde se ha ido? ¿Por dónde vino?”. “Ni se va ni viene, Tathâgata es Así-Siempre-Presente, decía el oriental que nos mostró de pequeñas los secretos de la iluminación en la flor del Loto. Cuando se lo contamos un día a Jesús para saber qué pensaba de ello, nos dijo: el Espíritu sopla donde quiere. Dejaos llevar por él y os dará vida; vosotras estáis llamadas a repartir esa vida al mundo”.

Cleofás y Lucas, al fin, despiertan: “¿Cómo no nos dimos cuenta mientras comentaba las Escrituras?”. “Corramos a Jerusalén, a contarlo, dicen Salomé y Juana. Él vive, esto ya no hay quien lo pare, el amor es más fuerte que la muerte.”
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