¿Moral de criterios o de recetas?
La opción por una moral de diálogo, no de recetas, la hizo el Concilio Vaticano II cuando rechazó el esquema títuladp De ordine morali. En su lugar surgió Gaudium et spes, sobrela iglesia en el mundo actual.
Los redactores del esquema preconciliar sobre moral reafirmaban la de los manuales. Acentuaban el "orden moral objetivo" (n.1), el "orden moral absoluto" (n.2), "vigente siempre y en cualquier parte independientemente de las circunstancias" (id.); insistían en que Dios no es solamente autor y fin del orden moral, sino su "custodio, juez y vindicador" (n.4); exageraban el papel del magisterio eclesiástico con "derecho y obligación de explicar autoritativamente e interpretar definitivamente la ley natural...", incluso "dirimiendo con decretos disciplinares controversias sobre puntos oscuros" (n.4); dedicaban espacio a refutaciones, ya que "el error es una serpiente variopinta y de muchas cabezas, pero la verdad es una " (n.6); centraban el capítulo sobre la conciencia en la concordancia con las normas (n.8); ponían en guardia frente a los peligros de una conciencia considerada como diálogo íntimo con Dios, los riesgos de insistir en la opción fundamental o de poner el amor como criterio de moralidad (nn.13-15); ponían como ejemplo de pecado mortal la negación de la fe en tiempo de persecución por miedo a la tortura (n.18), etc.
Este documento citaba en su n.5 el texto de Mt 22,37 sobre el resumen de la ley en el amor a Dios y al prójimo; pero, en el n.15, sintiendo la necesidad de evitar que el amor se convierta en criterio único de moralidad, citaba Mt 19,17, sobre la observancia de los mandamientos.Este fue el texto que sirvió de hilo conductor a Juan Pablo en la Veritatis splendor. Es inevitable la sospecha de que algunos colaboradores de redacción del Catecismo del 92 y de dicha encíclica trataron sutilmente de desenterrar el documento De ordine morali.
En tiempos de Juan Pablo II el Restaurador, dentro del marco de una sutil deformación del Vaticano II, que daba marcha atrás al mismo tiempo que afirmaba seguir su línea, se produjeron textos como el del Catecismo del 92, en los que un doble lenguaje de compromiso no consigue articular del todo la tensión entre una moral de diálogo y una moral de recetas prefabricadas.
El cardenal Martini, decía el 22-I-93 en una entrevista, que el Evangelio no tiene fecha y el Catecismo sí la tiene, que el Catecismo hay que volver a escribirlo una y otra vez en cada época; acentuaba el cardenal Martini la problematización de la fe y la fragmentación actual de la conciencia cristiana. Para responder, decía, a una necesidad de unidad se emprende la tarea del Catecismo. Es, decía, un problema percibido en diversos lugares eclesiales. Pero, ¿logró esa integración el Catecismo del 92 o mantuvo la desproporción entre la moral de discernimiento y la moral de recetas?
Los redactores del esquema preconciliar sobre moral reafirmaban la de los manuales. Acentuaban el "orden moral objetivo" (n.1), el "orden moral absoluto" (n.2), "vigente siempre y en cualquier parte independientemente de las circunstancias" (id.); insistían en que Dios no es solamente autor y fin del orden moral, sino su "custodio, juez y vindicador" (n.4); exageraban el papel del magisterio eclesiástico con "derecho y obligación de explicar autoritativamente e interpretar definitivamente la ley natural...", incluso "dirimiendo con decretos disciplinares controversias sobre puntos oscuros" (n.4); dedicaban espacio a refutaciones, ya que "el error es una serpiente variopinta y de muchas cabezas, pero la verdad es una " (n.6); centraban el capítulo sobre la conciencia en la concordancia con las normas (n.8); ponían en guardia frente a los peligros de una conciencia considerada como diálogo íntimo con Dios, los riesgos de insistir en la opción fundamental o de poner el amor como criterio de moralidad (nn.13-15); ponían como ejemplo de pecado mortal la negación de la fe en tiempo de persecución por miedo a la tortura (n.18), etc.
Este documento citaba en su n.5 el texto de Mt 22,37 sobre el resumen de la ley en el amor a Dios y al prójimo; pero, en el n.15, sintiendo la necesidad de evitar que el amor se convierta en criterio único de moralidad, citaba Mt 19,17, sobre la observancia de los mandamientos.Este fue el texto que sirvió de hilo conductor a Juan Pablo en la Veritatis splendor. Es inevitable la sospecha de que algunos colaboradores de redacción del Catecismo del 92 y de dicha encíclica trataron sutilmente de desenterrar el documento De ordine morali.
En tiempos de Juan Pablo II el Restaurador, dentro del marco de una sutil deformación del Vaticano II, que daba marcha atrás al mismo tiempo que afirmaba seguir su línea, se produjeron textos como el del Catecismo del 92, en los que un doble lenguaje de compromiso no consigue articular del todo la tensión entre una moral de diálogo y una moral de recetas prefabricadas.
El cardenal Martini, decía el 22-I-93 en una entrevista, que el Evangelio no tiene fecha y el Catecismo sí la tiene, que el Catecismo hay que volver a escribirlo una y otra vez en cada época; acentuaba el cardenal Martini la problematización de la fe y la fragmentación actual de la conciencia cristiana. Para responder, decía, a una necesidad de unidad se emprende la tarea del Catecismo. Es, decía, un problema percibido en diversos lugares eclesiales. Pero, ¿logró esa integración el Catecismo del 92 o mantuvo la desproporción entre la moral de discernimiento y la moral de recetas?