Desde Osaka para Entrevías

Queridos hermanos y hermanas de la comunidad de Entrevías, en Madrid, un cálido y cariñoso recuerdo de Navidad desde el barrio de Kamagasaki, en Osaka.

En Kamagasaki, uno de los mayores barrios marginados en Japón, se concentra una proporción de más de 30000 trabajadores eventuales por dos kilómetros de terreno. Miles de personas sin techo duermen en la calle o reparten la escasa paga eventual entre el alquiler de un “doya” (cuartucho de tres metros) y el vino que calme estómagos vacíos y ánimos bajos. Droga y mafias campan a sus anchas por la zona. Voluntariado interreligioso y laico, religiosas y religiosos están presentes y a disposición.

En la casa de acogida se celebra con pan y vino de verdad una eucaristía que recuerda a Entrevías. Lo diferente: una asistencia mayoritariamente no confesional. (Otra diferencia notable: que los obispos apoyan, ayudan y animan). El evangelio, leído en la traducción japonesa del franciscano P. Honda como “Biblia de los empequeñecidos”, se entiende y la homilía interesa, interrumpen comentándola. A nadie se prohibe acercarse a la mesa del pan de vida. Para algunos será el único bocado de la jornada. Seguro que Jesús, buen entendedor de panes lo comprende...

Hoy, 27 de diciembre, se reunieron en el parque del barrio unas mil quinientas personas. Chicos y chicas jóvenes, niñas y niños con sus guitarras, sincronizan y sintonizan con los sin techo. Unos mil desempleados (edad media por encima de los 60) se ha puesto en cola para tomar parte en la comida cocinada por el voluntariado, pero bajo la dirección (sin paternalismos) de unos cuantos de los miembros del barrio que toman las riendas para organizar un rancho caliente para mil personas cinco días por semana.

Viendo los rostros de quienes se alineaban para recibir su plato, aquello me evocó Eucaristía. Pero luego resultó que era al revés. Eran ellos quienes nos daban la comunión a nosotros. Lo comprendí cuando el jefe de ellos nos colocó donde menos estorbábamos y más falta haciamos: en el fregadero. Los que ya han comido se van acercando uno por uno y nos dan el plato para que lo freguemos. Y en ese momento ocurre la instantánea eucarística. Dice aquel abuelo levantando el plato un poco en alto: ¡Gracias, estaba bueno! Y me sale espontáneo decir: Amén (En japonés: ¡Hai!). Porque, al repetirse una y otra vez ese gesto, me recuerdan una hilera de comunión en la iglesia , cuando el celebrante eleva el pan en alto y dice: “El cuerpo de Cristo”, y contesta quien lo recibe: Amén. Solo que aquí no soy yo quien reparte, sino quien recibe. Hay que agradecer al “abuelo-jefe” que nos haya puesto a fregar a los del grupo parroquial. Con cada plato vacío que me entregan me están dando la comunión. Y quien dude en esa fe no tiene más que mirar los rostros de estas personas: presencia real, realísima...

Por cierto, dice la policía que este es un barrio peligrosísimo, lo primero que se ve a la entrada es el formidable cuartel de la comisaría, blindado como en ninguna otra zona. Lo de peligroso creo que es verdad, aquí a la vuelta de cada esquina corres peligro de encontrarte con Jesucristo.

Dudaba si debía narrar la vivencia. Tras consultar con el Maestro, parece como si dijera: “Anda, ponlo en el blog, a costa de que te llamen Belcebú” (Mt 12, Mc 3, Lc 11...). Pues me animo a contároslo antes de acostarme...
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