¿Somos todos París? Sí, y también todos terroristas

Si no soy capaz de reconocer que "yo también tengo algo de terrorista", no puedo decir con autencicidad "yo también soy París"
No se se soluciona el problema del terrorismo con bombardeos. No se arregla cantando patrióticamente marsellesas. Aunque es sincero y solidario decir de corazón: “Yo también soy París”. Pero mientras no miremos cara a cara las raíces de violencia en nuestro propio interior y seamos capaces de reconocer que “yo también abrigo gérmenes de terror”, no habrá salida del túnel de los atentados ni de la espiral de violencia.
En estos días, cuando Hollande, con piruetas de justiciero disfrazado de patriotismo, juega a representar en escena el papel de un segundo Bush y se hacen preparativos para un segundo trío de las Azores, no tendrá buena prensa (ni siquiera en estos blogs), ni ganará titulares, hablar de que todos somos víctimas y también todos somos victimarios o victimadores. Y, sin embargo, hay que decirlo, aunque no sea políticamente correcto (sobre todo en tiempo de campañas electorales), y ni siquiera parezca a algunos ser “religiosamente correcto” (que sí lo es, si entendemos el mensaje jesuánico y franciscano de la misericordia).
¿Qué diría Jesús de Galilea al día siguiente del atentado? No diría: “bombardeemos, aunque haya daños colaterales”. No diría tampoco : “Estamos en guerra, ellos son los malos y nosotros los buenos”. Jesús habría dicho: “No saben lo que hacen”.

Así lo intenté expresar en el coloquio del pasado 17 de noviembre con el Padre Ángel, en la iglesia de San Antón. Pero entre el público hubo división de opiniones. Cuesta reconocer que, como en la parábola del trigo y la cizaña, todos tenemos un punto por el que conectan nuestras raíces con las del terrorista.

Un monje budista me lo hizo reconocer días después del atentado de las torres gemeles. “Todos somos víctima con las víctimas”, me decía. Pero añadía: “En aquel avión, pilotado por el terrorista que lo secuestró, usted y yo íbamos de copilotos. Porque, ¿cómo no renocer que las raíces de nuestro árbol y las del suyo se entremezclan y coincidimos en no haber extirpado las causas de la espiral de violencia?"

¿Guerra, dicen? Sí, pero no guerra contra “ellos”, sino contra las raices de violencia dentro de cada uno, jihad contra el terrorista que todos llevamos dentro...”

Las palabras de este monje budista me inspiraron la reflexión del capítulo 59 de Vivir: Espiritualidad en pequeñas dosis (Desclée, 2015), que me permito copiar por lo vigentes que me parecen para hoy:

“¿No saben lo que hacen? ¿O no saben lo que “se” hacen? ¿Cuál de estas expresiones es más atinada para plantear el problema del perdón? El uso gramatical del reflexivo: “lo que se hacen” surgió popularmente, en el uso del lenguaje. Pero puede entenderse profundamente para expresar la relación entre victimarios y víctimas.

El criminal comete una doble agresión: contra la víctima y contra sí mismo. Quien mata comete a la vez homicidio y casi suicidio, porque al matar a la otra persona está matando a la vez lo mejor de sí mismo. Cuando hago un mal a alguien ofendo a esa persona y me ofendo a mí mismo, al actuar en desacuerdo con lo mejor de mí mismo.

Cuando el agresor reconoce que, al agredir a la víctima se ha agredido también a sí mismo, puede dar el primer paso para convertirse y pedir perdón. Así como la acción de agredir fue una ofensa doble (contra la víctima y contra sí mismo), también la de perdonar es una acción doble de sanación: sana a quien reconoce el mal hecho y pide perdón; y sana también las heridas de las víctimas, agudizadas mientras no se liberan, mediante el perdón, del deseo de venganza. Pedro preguntó: Si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas veces lo tendré que perdonar?. ¿Siete veces? Jesús respondió: Siete veces, no. Setenta veces siete” (Mt 18, 21-22)”.

¿Duro, verdad? Es la dureza de la conversión y la misericordia
Volver arriba